3. Una apuesta.

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Dain


El agua caliente cae sobre mi cuerpo produciendo una sensación de relajamiento casi al instante, cierro los ojos permitiéndome absorber esa sensación un rato mas, pero eso se ve interrumpido por las imágenes de cierta mujer que no dejan de torturarme al recordar lo hermosa que se veía con su piel de porcelana y ese par de pezones que me hicieron tener un gran problema de bolas azules, aun no se como pude contenerme de chupar, morder, pellizcar, acariciar ¡carajo! Sacudo la cabeza tratando de apartar esas imágenes.


Cosa que me tiene bastante irritado porque jamás me había pasado eso de desear a una mujer con tantas ganas como ahora, que ya me encuentro duro imaginando todo lo que le hubiera hecho de haber estado consciente. He visto un montón de cuerpos desnudos pero de alguna manera ver el suyo fue diferente, como si electricidad recorriera mi cuerpo mientras más dedos rozaban su piel cuando le quitaba el vestido. Sacudo la cabeza recordándome que no soy un puto enfermo y me digo una vez más que no volveré a pensar en la desnudez de su cuerpo.

Unos minutos después me rindo, porque soy humano y tengo debilidades así que termino con una mano apoyada en la pared del la regadera con el agua cayendo en mi cuerpo y mi otra mano tomándome deslizándose de arriba a bajo pensando en ella y eso la vuelve peligrosa, porque desear tanto algo —alguien —te vuelve esclavo de eso.

Para cuando salgo de la ducha ya vestido estoy más relajado y pensando en cosas menos lujuriosas. Ahora mi molestia se debe al idiota que la dopo, no es que vaya por ahí salvando mujeres —porque en realidad no lo hago— solo que me fue imposible hacerme el que no pasaba nada y me odio por eso. Y no, no es que apoye ese tipo de comportamientos pero la realidad es que aquí en el campus eso es más común de lo que me gustaría admitir, también es cierto que la distribución de drogas es algo de lo cual el director y la policía tiene conocimiento pero deciden hacerse de la vista gorda a pesar de ya a habido dos fallecidos a causa de sobredosis.

Para nadie es un secreto que Gabor se dedica a vender mierdas para gente muy peligrosa, es por eso que si quiero actuar debo pensar muy bien como voy actuar, lo último que quiero es ponerme en el radar de esos tipo que le surten mierda.

Voy tarde a mi primera clase y eso me tiene de mal humor mientras camino hacia mi auto con música electrónica saliendo por los auriculares que llevo puesto. Una palabrota se construye en la punta de mi lengua cuando la canción de Martin Garrix se ve interrumpida por el ruido que me indica una llamada entrante.

La ignoro y la llamada se pierde, pero entonces el aparato infernal vuelve a sonar haciendo que ruede los ojos al cielo. Saco el teléfono del bolsillo de mis vaqueros solo para comprobar que es Margot —mi madre— quien llama, se que ignorarla no sirve de nada, nunca lo ha hecho, ya que seguirá insistiendo y mientras más tarde en contestar más decepcionada estará.


Tomo profundas respiraciones invocando una paciencia de la que claramente carezco mientras me subo al auto dándome cuenta que ya tengo tres llamadas perdidas, conecto el teléfono al auto para usar poder conducir y es justo el momento en el que la pantalla del auto se enciende avisándome que mi madre llama —otra vez—, aprieto la mandíbula pero aún así acepto la llamada antes de poner el auto en marcha.

—Hasta que te dignas a responder, Dain. Es que acaso ya no te importa tu madre, que ni el teléfono quieres responder —es lo primero que dice cuando la llamada conecta, lo que me tiene tentado a colgar pero me obligo a respirar hondo.

Casi AlgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora