𝐈𝐈

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02 —

El azabache había estado recibiendo llamadas de ese castaño al menos dos veces a la semana después de la última vez que se vieron, en las que preguntaba cómo estaba llevando todo, y entonces, quizás un mes después, decidió que era buena idea intentar retomar el ritmo de su vida, colocando un letrero en su consultorio cerrado que se volvería a abrir después del fin de semana en el que se encontraban. Al parecer el cielo se había puesto de acuerdo con él ese día, porque estaba brillando terriblemente con ayuda del sol, aunque no llegaba a irritarle o algo parecido. Era como si hubiera regresado a cuando tenía dieciocho y hubo recibido su carta de aceptación a la aspiración a ese campus que tanto había estado queriendo durante la escuela secundaria, cuando su vida estaba lejos de enfrentarse a ese agujero tan profundo que podría haber jurado que la vida era oscura al grado que le impedía siquiera saber en dónde estaba parado.

Aunque seguía en ese agujero, pero prefería creer que no.

Había adoptado en su rutina esos paseos ocasionales al mismo parque en el que habló con su amigo la última vez, y aunque no hacía más que ir a sentarse y observar o mirar su teléfono, estaba limpiando su casa y saliendo de ella, y eso ya era un gran avance.

—Soobin-ah, hola —lo saludó Soojin, la misma chica del beso en la fiesta, cuando lo vió ahí sentado mientras ella andaba cerca—. Te veo mejor que esa vez.

—Ah, hola Soojin-ssi —respondió al saludo de manera tranquila—. Gracias.

Su plática no duró mucho, así que tan rápido como ella había llegado también se había ido. Ese día, por milagro, no recordó —o quiso pensar que no lo hizo— que estaba cumpliendo tres meses de aquel desastre. No hasta que, cuando iba de regreso a su casa logró divisar una peculiar cabellera rosa a la distancia, y entonces quiso hacer como que no lo había hecho, cruzado hasta la otra acera, forzando a su mente a dejar de preguntar, pero siendo vencido cuando ese chico se hubo detenido y hubo mirado hacia atrás, probablemente porque sintió ese familiar  peso de esa mirada, y entonces cuando hubo puesto todo su rostro en el sentido opuesto, Soobin supo que efectivamente era él.

Lo observó por más tiempo del que le gustaría admitir, notando cómo ahora usaba lentes de contacto color gris, cómo su complexión había cambiado un poco, pero seguía viéndose de maravilla. Pero también captó cómo ya no lo miraba de vuelta de la misma forma en que solía hacerlo, recibió muy claro esa mirada fría que podría cortarlo en dos si continuaba manteniendo el contacto, captó también cómo se había vuelto completamente indiferente ante él y cómo se daba la vuelta para continuar con su camino.

Y entonces su tormenta estalló.

Se movió rápidamente en sentido contrario, importándole poco que tuviera que darle la vuelta completa a la calle por la que venía para llegar a su casa. Corrió inclusive, hasta que tuvo la puerta enfrente suyo y entonces entró de manera desesperada, empujando la puerta al encontrarse en el interior produciendo que se azotara. Lo había visto después de tres meses, se había encontrado indirectamente con él, pero todas sus suposiciones sobre su desinterés volvieron a encenderse cuando entendió que realmente su actitud era tremendamente pesada, que el único que continuaba manteniendo ese amor unilateral era él. Era... enfermo, estaba mal, era como si estuviera encerrado en una prisión que ya no lo volvería a dejar pensar con claridad. Se tiró al piso junto al sillón, y entonces se permitió volver a llorar, porque quizás el reprimirse en realidad le costaba más.

Porque al final, ya no existían más. El chico que lo hacía sonreír en ese momento se había encargado de hacerlo llorar.

Llorar.

En realidad ya no debería llorar, no cuando ya había pasado suficiente tiempo en el que fácilmente pudo haber superado todo aquello, pero que no podía por un simple obstáculo, y ese era el amor que aún continuaba teniéndole, el amor que aún sentía por él.

Todos los días en los que ambos se recibían con un abrazo, los momentos en los que alguno de ambos abrazaba al otro desde atrás, las tardes en las que decidían quedarse a preparar su propia comida, o cuando decidían salir a comer tomados de la mano, las noches en las que bailaban tontamente algunas canciones, la forma en la que solían sonreírse, el cómo acostumbraban llenarse de cumplidos, el cómo el mayor acostumbraba coquetearle, los besos que él le robaba... todo eso quedaba encerrado en los recuerdos, y al parecer al único que le interesaba conservarlos era al azabache.

Parecía que todo aquello se había quedado encerrado en uno de los tantos sueños que el menor había tenido antes de convertirse en su novio, y se sentía como si hubiera despertado en una pesadilla que ya había durado más de lo normal y nadie pudiera sacarlo de ahí.

Era extraño.

Se admiró de llorar durante menos tiempo que en otras ocasiones, se levantó y entonces se dejó caer en el sillón, con una extraña mezcla de sensaciones que se filtró por todo su sistema nervioso. Se sintió de pronto molesto, como si hubiese tenido el mayor desplante de la historia, y entonces por un segundo supuso que hacerle caso a esa nueva sensación lo llevaría por un camino diferente, y estuvo totalmente de acuerdo cuando terminó por sellar sus conclusiones con una simple frase:

—Él... él sigue siendo mío.

Oh, demonios.

Oh, demonios

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𝐊𝐈𝐋𝐋𝐎𝐕𝐄﹔soobjun (숩준)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora