𝐄𝐏𝐈𝐋𝐎𝐆𝐔𝐒

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— EPÍLOGO —

Cuando dijo que no le importaba lo que sucediera consigo después, lo había dicho en serio.

Por eso no se molestó en nada más que intentar continuar con lo poco de vida que le quedaba, aunque sin tomar cuidado de sí mismo realmente.

Así estuvo durante casi seis meses, lidiando con el hecho de ser un asesino en secreto. Siguió viéndose ocasionalmente con el chico que solía ser su mejor amigo. Siguió fingiendo a las llamadas de su hermana que se encontraba mejor. Siguió atendiendo a sus pacientes y dándoles diagnósticos ligeramente torcidos... como si nada hubiese ocurrido.

A excepción de que nunca más hubo una actualización nueva en la cuenta del chico al que amó hasta que ese mismo chico dejó de respirar enfrente suyo.

Se había quedado con muchas cosas que le pertenecían, entre ellas el celular de su bonito ex-novio. Había descubierto cómo desbloquearlo gracias al último rastro de las marcas de los dedos de Yeonjun sobre la pantalla, y descubrió que en realidad él tenía más fotos guardadas de ambos que con la que fue su nueva novia, y cuando las hubo visto todas, no pudo evitar querer reparar todo lo que había hecho, pero ya no había manera.

Porque él había matado a su bonito ex que aún en las últimas circunstancias lo hacía suspirar, por mucho que se negara todo a sí mismo.

La presión que le causaba todo lo hizo decidirse una mañana. Colocó un letrero de “cerrado” en la puerta de su consultorio y fue directamente al panteón donde había enterrado al chico que amó durante más tiempo durante su vida. Le compró esas flores que sabía lo mucho que le gustaban y estuvo un largo rato sentado con él, fingiendo que podría hablarle con casualidad. Era la primera vez en seis meses que iba a verlo, porque esa carga en su espalda pesaba cada vez más, hasta que decidió que era momento de dejarla.

—Voy a confesar lo que hice —dijo, como si le contara—, creo que así tanto tú como yo descansaremos mejor.

Asintió ligeramente, dejó el ramo de rosas tricolores de rosa, blanco y rojo en donde él estaba sentado y volteó a mirar ahí una última vez.

—Al final, espero que sepas que en ningún momento dejé de amarte, mi bonita estrellita en el cielo.

Sonrió débilmente, se dió media vuelta y salió del lugar, yendo directamente al único lugar donde, por el bien más de su chico que el suyo, debía asegurarse de regresar el equilibrio al mundo.

Un equilibrio que tardaría quince años en ese reformatorio.

Un equilibrio que algunas veces creía que era alcanzable, pero cada vez que leía lo que le había escrito entonces volvía a romper en llantos y alaridos. Lo hacía por la forma en la que su conciencia lo perseguía, por cómo se sentía con aquella necesidad de explicarle porqué lo hizo aún si ya no estaba vivo. Esa fue una de las tantas evidencias que había dejado adrede, porque nunca iba a poder hacer como si nada hubiese pasado.

Eso que empezaba con un: “Querido amor de mi vida al cual no supe conservar...”

Eso mismo que terminaba con un: “...espero que sepas que lo hice por nosotros y por nuestro amor”.

[...]

—¿Soobin? ¿Eres tú? —recibió por la bocina del teléfono.

—Sí... hola, Gyu —respondió de forma triste, con una sonrisa más forzada por apariencia que real.

—¿Cómo rayos terminaste aquí? —preguntó el castaño al otro lado del cristal—. ¿Te inculparon? Ah, si es así yo voy a...

—No es necesario —lo detuvo con sus palabras—. En realidad... yo me entregué.

—¿Qué? —escuchó su desconcierto—. Pues... ¿qué hiciste?

El azabache miró su mano libre y luego al castaño enfrente suyo.

—Maté a Yeonjun.

Pero la expresión seguramente desilusionada y un tanto aterrada de Beomgyu no se comparaba a la que vió en el rostro de su chico cuando le realizó todas aquellas cortadas en su piel después de que lo hubo besado.

Un beso sabor sentencia de muerte.

Una muerte y un asesinato cometido por un amor... enfermizo.

 enfermizo

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𝐊𝐈𝐋𝐋𝐎𝐕𝐄﹔soobjun (숩준)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora