Capítulo 1:

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 Aquel día me había despertado tarde. Una vez más.

No era algo nuevo en mi vida, todo era una rutina y a veces me preguntaba cuál era el sentido de estar en esto. No entendía por qué esto me pasaba a mí.

Mariana y mi madre nos habíamos mudado a Italia no hace mucho, decidimos escapar de la realidad que teníamos que cruzar. No necesitábamos estar en aquel país tercermundista en el que mi madre siempre se quejaba.

Aquella mañana tenía que ir a trabajar al mismo bar en el que siempre estaba todas las noches. Detestaba aquel lugar, detestaba el olor y la gente, pero tenía que comer y ayudar a mi mamá. Aquel día era un martes gris, en el que no había ni un poco de calor. Estaba un poco cansada puesto que la noche anterior había trabajado turno doble, y hoy estaba a punto de volverlo a hacer.

El bar abría muy tarde, pero tenía que limpiar todo y dejarlo impecable para que a la hora de abrir todo estuviese en orden. Era un bar amplio y un poco lujoso, aquellas botellas de vino costaban lo que mi madre y yo pagábamos por alquilar un piso en Italia. Mi hermana, Mariana, no tenía la edad para trabajar aún, y mi madre estaba metida en el vicio de el alcohol. Todos los días, rezaba para escapar de aquel infierno en el que vivía, pero no iba a dejar a Mariana vivir los traumas que yo viví, no la iba a abandonar.

Mi madre prometió cambiar, dijo que al irnos a nuestro país natal, todo iba a cambiar, que todo iba a ser mejor y que al llegar se iba a recuperar. Mintió. Una vez más.

-Alex, ¿mamá va a regresar hoy?- Mi hermana me observó y yo solo limité a encogerme de hombros mientras calentaba su café.

-No lo sé, Mar.- Miré como ella se hacía pequeña y agachaba su cabeza escondiéndola detrás de entre sus manos.- Pero lo que sí sé, es que te tienes que tomar tu café, porque tenemos que ir a la escuela.-Sonreí.

Quién era mi madre, se había ido el fin de semana. Al principio me preocupaba, pero luego entendí que era una perdida de tiempo preocuparme por dónde dormía los fines de semana, si había comido, si tenía frío o calor. No negaba que aún me ponía un poco nerviosa el no saber nada de ella por días, pero prefería hacerme la que no sabía nada.

Mi hermana solo tenía catorce años, y a su edad ella ya entendía todo, pero a la misma vez, entendía poco. No quería que supiera en totalidad lo que mi madre era, no quería romper su inocencia aún. Algún día iba a entender.

Aquella chica me sonrió cuando le entregué su café. Y después de eso, las dos empezamos a caminar hasta su escuela donde yo la dejaría. Al estar en aquella puerta antes de entrar, me revolví un poco al ver su mirada un poco apagada. Mariana no quería estar aquí, extrañaba a sus amigos, extrañaba a su noviecito con el que se desvelaba hablando todas las madrugadas, y yo no la culpaba. No tenia amigos, apenas hablaba italiano y se sentía excluida.

-Algún día vamos a regresar, te lo prometo.- Sonreí al verla sonreírme. No sabía lo que decía, probablemente nunca íbamos a regresar, pero no quería romperle la ilusión.

Mariana entró a la escuela después de darme un beso en la mejilla. Yo no podia creer que prácticamente había criado a Mariana como mi hija. A los veinticuatro años, prácticamente yo ya había experimentado lo que era ser una madre. Desde chica, y desde que mi padre murió, yo había aprendido a arreglármelas sola, trabajaba de lo que fuera. Limpié baños, corté pasto, limpié ventanas, y tengo el recuerdo vivo de recoger basura afuera de los edificios de personas importantes por unos cuantos dólares.

Mi madre se había gastado todo el dinero que mi papá había dejado en caso de emergencia en alcohol. Y era algo que nunca perdonaría, no por mí, sino por Mariana, quien tenía cinco años apenas en aquel entonces. Yo no era la hija perfecta, abandoné la universidad, parecía una chimenea de tanto cigarro que fumaba, me daba igual si estaba viva o no.

ᴀᴛᴇᴏ - ᴘᴀᴜʟᴏ ᴅʏʙᴀʟᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora