V. Quinto Misterio

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—Un ángel...— aseguró el padre. —Debe ser eso. Nuestro Dios notó tu dedicación y fe, así como tu preocupación por pecar y decidió mostrarte que estaba bien. Así como yo te había dicho.

Aemond estaba de nuevo confesándose. Sus sueños habían regresado a ser al menos un poco menos explícitos que ese que había causado que pasara toda la noche en vela, tocándose. De eso ya iban dos semanas.

—¿Usted cree...?— preguntó Aemond poco convencido. No entendía cómo Dios podría premiarlo con sueños eróticos.

—Que si hombre, llevo en esto más que tú, recuérdalo. Es solamente un poco y sigues siendo un sacerdote devoto y entregado a la iglesia. Eres un buen hombre, Aemond...

No sabía si eso era lo que quería escuchar pero... Aemond sabía que era su superior. Tenía más tiempo que él ordenado... debía saber mejor...

Al terminar la confesión y su penitencia, se dirigió a sus labores habituales y después, cuando ya tuvo tiempo libre, regresó a su nueva afición. Dibujar.

Había llenado ya bastantes hojas de su cuaderno con ese rostro. Mejillas redondeadas, pómulos altos y rosados, nariz de botón. Unos ojos preciosos con pestañas tupidas y un cabello rizado y castaño. Y sus labios. Unos labios suaves, tersos...

Aemond se descubrió a sí mismo ansiando un beso como aquellos que había compartido con esa persona en sus sueños. Se preguntó incluso si tendría un nombre.

Lucerys estaba extrañado, por decir lo menos. No podía comprender cómo era que el padre hubiera cambiado tanto en esas semanas. Parecía estar de mejor humor. Incluso más feliz aunque aún había duda en él. Podía verla. Seguía sintiendo que su deseo estaba mal. Y si supiera el origen de sus fantasías... sabría que su sentimiento de culpa era real.

Lucerys solamente le había permitido soñar con él en pocas ocasiones después de esa primera vez tan intensa. Tampoco quería jugar su suerte y terminar siendo exorcizado otra vez... aún si ya se encontraba bastante más fuerte. Quien sabe, tal vez su venganza podría terminar en hacer que el sacerdote le rogara hacer un contrato...

Exclusividad. Eso era lo que un contrato entre un súcubo y un humano ofrecía. El humano se entrega en su totalidad al demonio y este se alimenta de su energía sexual... que al ser consciente, es mucho más intensa.

Si Aemond supiera y voluntariamente quisiera hacer algo con Lucerys... la piel del demonio se erizó con el pensamiento. Jamás había tenido ese tipo de poder pero... tal vez sería la venganza perfecta.

Un sacerdote siendo básicamente la mascota de un demonio. Sería la envidia de todos y... pensó incluso que podría vincularse a él y después cuando le dejara de ser útil, solamente irse de su lado. Así el humano moriría de soledad y deseo.

No sería algo nuevo. Los demonios lo hacían todo el tiempo. Los humanos eran juguetes. Instrumentos. Vincularse con uno no significaba nada más que alimento asegurado y energía a manos llenas. Cuando el demonio se aburría, podría irse sin mayor problema. Tal vez una pequeña molestia que no duraría mucho... pero para los humanos...

La separación de un vínculo demoníaco era agonía . Era como cortarles las arterias y dejarlos en el suelo a morir. La energía vital simplemente salía a borbotones de su cuerpo sin nada que la frenara y terminaban arrebatándose la vida a sí mismos. Patéticos y dependientes.

Pero pensar en un vínculo tal vez sería más adelante... primero tendría que manipular a Aemond hasta que aceptara que no era una aparición divina. Incluso podría tocarlo... seducirlo hasta que ceda a sus encantos y después... después podrían tener el contrato... y después el vínculo... y después... Lucerys tendría su venganza.

Fuego infernalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora