VI. Sexto Misterio

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Lucerys observaba atento.

Desde ese sueño, había estado muy preocupado de que pudiera ser descubierto. Se culpaba a sí mismo por haberle dicho a Aemond su nombre real y no podía explicarse el instinto que lo había empujado a hacerlo. Había salido de sus labios casi como una exhalación. Así de natural. Y cuando se dio cuenta que Aemond recordaba su nombre...

El demonio veía cómo en los días posteriores, Aemond parecía mucho más concentrado en su vida diaria. Hacia sus oraciones al despertar, desayunaba su avena aburrida de siempre, alimentaba a su salamandra que seguía siendo pequeña, babosa y verde... sin ningún chiste. Lo acompañaba también a la iglesia donde llevaba a cabo cada una de sus labores. Preparativos para misas, las mismas ceremonias...

Incluso le había tocado ver otro exorcismo más. Aemond parecía muy concentrado y... Lucerys se sentía confundido. Aemond ya no iba a sus confesiones.

Había sido ya una costumbre que desde el primer momento en que Lucerys lo había poseído, Aemond fuera a confesarse al menos dos veces por semana. En ocasiones hasta cinco veces.

Y ahora habían pasado dos semanas enteras y solamente había ido una ocasión... y su confesión había constado de decir que había sentido pereza de ir a continuar la construcción de la parroquia en la que había estado trabajando. Nada que tuviera que ver con Lucerys. Nada de su deseo. Nada de su lujuria...

Era cierto que Lucerys había bajado mucho su influencia sobre él, pero lo había hecho para protegerse... porque había sentido que estaba en peligro a partir de que Aemond supo su nombre.

Su corazón había latido con fuerza y su respiración se había agitado. Sus piernas se habían sentido débiles y las manos se le habían puesto heladas cuando había escuchado al sacerdote decir su nombre al despertar.

Eso era miedo... ¿no? Era el terror de haberse puesto en riesgo. Lucerys sabía que Aemond tenía el poder para sacarlo de su cuerpo. De reducirlo a nada. Era por eso que le temía... a pesar de las ganas que tenía de vengarse de él... le temía.

De todas formas, aún si hubiera bajado su influencia sobre el humano, no era como si hubiera desaparecido. Aemond seguia poseído por él y eso era notable. El sacerdote se mantenía atractivo. Algunas veces seguía teniendo sueños provocativos... incluso Lucerys sabía que en algunos feligreses, Aemond había despertado curiosidad o interés. Todo gracias al demonio. Eso era un efecto secundario de una posesión así.

¿Entonces por qué?

Era casi como si Aemond estuviera ignorándolo y eso le sabía mucho peor a Lucerys que pensar que era efecto de que su influencia y ataques hubieran disminuido.

No se podía quedar así. Tenía que hacer algo.

Podría ser precavido. Un sueño más. Usar proyecciones de él mismo para estar seguro. Empezar lento y seducirlo más y más hasta que no tuviera otra opción más que ceder al placer.

Esa era la respuesta. Lucerys se sintió optimista. Pero quiso esperar el momento correcto. Y no pasó mucho tiempo antes de encontrarlo.

Aemond parecía cansado nuevamente. Había sido un día bastante largo para él y había expresado varías veces durante el día que necesitaba descansar. Estar en su casa y tomar una siesta temprano. Tal vez incluso dormir así por toda la noche.

Llegó a su casa iniciando el atardecer y se lavó la cara y las manos antes de acercarse con su salamandra.

Vhagar estaba apoyada contra el cristal y movía las patitas como intentando atravesarlo. Sus ojos se mantenían perdidos como siempre.

Fuego infernalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora