1. Cuánto tiempo, bonito

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Bajo el trepidante halo del cirio, la daga atravesó el sello en la misiva. Una mano atestada por cicatrices revoloteaba de una esquina a otra, repasando los caracteres manchados de tinta. Un bufido retumbó en la habitación.

Un grupo de rebeldes prendió fuego la mansión Volkov. Se solicita ayuda inmediata.

Nikolay dobló la circular por la mitad y la aventó en la gaveta de su escritorio. El cajón estaba plagado de escritos afines.

Hurto, abuso sexual, secuestro, allanamiento de morada, incendio provocado...

Nikolay se masajeó las sienes.

Rebelión.

Eran exiguas las circunstancias que lograsen impulsar al Comandante del Zmeya Armiya, el Ejército Serpiente, al hartazgo —en verdad, el pueblo de Svar solía describirlo como un hombre estoico y fidedigno—; no obstante, incluso la bestia más paciente revelaría sus garras si se le pisase la cola. En los últimos días, por motivos que aún no conseguía discernir, se habían manifestado copiosas faltas a la autoridad, y lo peor, acaecían en la madrugada.

«¿Por qué a las tres?», se quejó mentalmente Nikolay. «¿Acaso es mucho pedir esperar al amanecer?».

Sin más remedio, le echó una mirada resentida a sus válenki¹.

Ya esta era la sexta noche sin dormir. Ansiaba que fuera la última.

 Ansiaba que fuera la última

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—Fue horrible, fue horrible. —Kristina Volkova pasaba el pañuelo bordado por su espolvoreado rostro, intentando borrar (sin mucho éxito, por supuesto) el rímel escurrido por sus mejillas—, ¡fue sumamente horrible!

Nikolay contuvo un suspiro.

Después de neutralizar las llamas e inspeccionar la condición de los heridos, la milicia procedió a interrogar a los testigos...

—Oh, ¿por qué a mí? —sollozó la aristócrata.

... Al menos, ese era su objetivo.

Un rasgo que compartían todos los boyardos era, sin lugar a duda, su afán por la exageración. La quema se redujo a la infraestructura y a una pareja de desafortunados sirvientes, mas Kristina Volkova, la cabeza de la familia, actuaba como si realmente su vida hubiese estado en peligro. Bien, técnicamente lo había estado, pero Nikolay no estaba de humor para aguantar sus lloriqueos.

Mikhail, el subcomandante, había adquirido aquella posición —además de por sus impresionantes habilidades de combate— gracias a su aptitud para leer personas. Notando la reticencia de Nikolay, intervino con una sonrisa apologética:

—Lamentamos que usted y los suyos hayan tenido que pasar por un evento tan trágico como este. Como protectores de la nación, es nuestro deber atrapar a los responsables, aunque para hacerlo, requerimos de su ayuda. Si no es mucha molestia, ¿podría darnos una breve descripción de los sospechosos?

Soneto aguerridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora