3. ... Y tú sonreíste porque lo sabías

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Nikolay se habría sentido íntegro al afirmar que el desvarío de aquella noche carecía de reiteración, excepto que la obscenidad había llegado a punto tal que podría trazar los lunares en los muslos de Lukyan con los ojos vendados. En esos dos meses, Nikolay se escabullía del palacio, fatigado tras la vorágine de su día, en búsqueda del hombre al que llamaba «amor de mi vida».

Ahora, el amor de su vida lo tenía encarcelado en una callejuela oscura, había transformado a su ejército en piedra y le mostraba una sonrisa vanidosa, sin remordimiento.

El amor de su vida lo había traicionado.

Aún evocaba el amanecer. Los pétalos de azalea cosquilleaban su pecho, el dulzor de su fragancia entretejiendo la habitación nublada de lujuria. Había despertado a la hora acostumbrada. La mente de Nikolay era caos, ofuscada entre memorias e ilusión. El hombre en sus sueños lo confinaba en sus brazos y, a ratos, implicaba sonetos con promesas. Fruto de su abismal deseo, había saboreado la emoción de ser amado por primera vez.

La voz de Lukyan, acarreando un tinte ronco, testificó lo vivido en medio de las sábanas de seda.

—¿Dormiste bien, precioso?

Era feliz.

Lastimosamente, el día libre del Comandante era, después de todo, solo un día; por lo tanto, no sin antes realzar cierta oposición, los amantes tuvieron que despedirse.

Nikolay estuvo el resto de su centinela en las nubes. Era tanto su despiste que Mikhail, una vez emprendida la travesía al palacio, batió las palmas y cuestionó, una pizca de hartazgo en su tono:

—Bueno, pero ¿qué le pasa? No estará sintiéndote mal por esos chiquillos malcriados, ¿o sí? Ya fue lo suficientemente indulgente.

Los niños que habían ocasionado la caída de Nikolay, por supuesto, debían recibir un castigo. Frente a la plaza pública y las suplicas por clemencia de sus madres, los dos chicos habían sido azotados hasta sangrar. Además, tendrían que realizar trabajos forzados en Iskra, la provincia más helada de Svar.

Nikolay no se apenaba por esos mocosos. Sumada a la vergüenza nacional, pudo haber muerto. «Si hubiese sido en sus primeros años», determinó, «Anfisa habría ordenado llevarlos a la horca».

—Por cierto, ¿quién es el hombre que lo salvó? Su Majestad quiere recompensarlo.

Oh, Lukyan. La simple referencia a su amado hacía que su corazón se precipitara. Hallaría la manera de esfumarse para dar su mensaje. Lukyan le había comentado acerca de un punto secreto en donde podrían, a partir de ese instante, intercambiar cartas. A pesar de que Nikolay valoraba cada segundo de sueño, estaría dispuesto a hacer un esfuerzo para mantener el contacto con su Lyokha¹.

—Ay, ¿ha visto, Comandante? —Mikhail seguía hablando—. El único día en que sale y le pasan esas cosas. Definitivamente, es como usted dice: no está hecho para los eventos sociales. Por suerte, ya pasó la Fundación del Imperio y el Nacimiento de la Magia está lej...

—Creo que estoy enamorado —soltó Nikolay.

Mikhail, quien iba trotando mientras acompañaba al Comandante de vuelta, parecía haber olvidado que sus pies estaban ligados al resto de su cuerpo. El subcomandante del Zmeya Armiya, tercero en autoridad del Imperio svariano, cuya mera presencia haría temblar al más feroz de los enemigos, cayó de bruces al suelo, su rostro tan pálido como la nieve.

Si Nikolay le hubiese dicho que los cerdos volaban, no se habría mostrado tan sorprendido. Pero ¿él? ¿Su Comandante? ¿Al que poco le faltaba para romper en llanto cada vez que Su Majestad lo forzaba a socializar? ¿Enamorado?

Soneto aguerridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora