Capítulo III

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Sakura tenía ganas de llorar. En vez de eso, se dedicaba a deambulaba por los escombros que alguna vez fueron su casa, forzándose a sí misma a seguir adelante. No había vuelta atrás. Su mirada iba de un desorden acumulado a otro. Un cementerio de escombros estaba en su camino. Cemento, ladrillo, piedra y pedazos de yeso esparcidos al azar, sus tobillos se burlaban de ella, haciéndole saber que se torcerían mientras caminaba. Tubos de acero y alcantarillados yacían destrozados en la calle mientras se movía. Un grifo arrojaba agua haciendo pequeños ríos que se encharcaban sin tener ninguna parte hacia donde drenar. Los animales se asentaban, apáticos o perdidos por el aturdimiento. Una pecera estaba sobre un sofá, medio agrietada y aplastada, dos peces nadaban en la pequeña cantidad de agua que quedaba. Subían espirales de humo desde los restos carbonizados de las casas. Gimió cuando vió un brazo quemado expuesto bajo un techo.

Un enorme cartel McDonald estaba en el jardín de un vecino. Sakura había estado en aquel restaurante hacía dos días; estaba a poca distancia a pie, y había charlado con un amigo tomando café. Fue un día hermoso. Por la ventana de pedidos, la fila avanzó rápidamente. Una mujer estaba sentada fuera alimentando a su perro con algunos de sus nuggets de pollo y patatas fritas. Los niños jugaban en el interior, en la zona de juegos. Sonrisas a la vista, y sin preocupaciones. Todo había sido normal. La devastación que enfrentaron era surrealista.

¨ ¿Por qué me siento traicionada, como si deberíamos haber tenido una advertencia? ¨

¿Cómo puede la vida ser tan hermosa y luego convertirse en un infierno en dos días? Los periódicos mostraban otras zonas devastadas, pero contándolo como si nunca pudiera pasar aquí.

¨ Sin embargo, lo hizo. ¨

La tormenta que afectó a su pequeña ciudad no era como algo que Sakura hubiera visto antes, ni querido ver. Tornados como huracanes, golpeando como pesadillas. Con rachas de viento, lluvias torrenciales, ruidos aulladores que gritaban a través de la casa de Sakura en la oscuridad de la noche. Una docena de almas en pena habría sido preferible... y menos aterrador. Las paredes se derrumbaron a su alrededor hasta que sólo quedó una para brindarle refugio. El sótano colapsó y se llenó de agua. Los muebles flotaron lejos. En el momento que la tormenta pasó, Sakura había perdido todo menos la ropa que llevaba puesta. Las personas estaban emergiendo aturdidas de los sótanos, grietas o cualquier cosa que pudieron encontrar cuando buscaron refugio rápido. Se escuchaban gritos provenientes de todas las direcciones. Gritos pidiendo ayuda, desesperados. Cuerpos inertes sostenidos en brazos de alguna persona. Un hombre caminaba sin ver, llevando una mujer, sin duda su esposa; caminaba sin una dirección en particular, no había ningún lugar a donde ir.

Sakura parpadeó rápidamente. Los desastres no sucedían en pequeños pueblos somnolientos. La pesadilla que tenía delante era un sueño, tenía que ser un sueño. Nada quedó en pie. Sakura no sabía qué hacer, no era médico; sabía un poco de primeros auxilios, pero no lo suficiente para ayudar a las personas que veía. La impotencia invadió su alma. No sabía hacia dónde ir. Su teléfono móvil estaba muerto o no había recepción, no había tenido conexión desde hacía algunos días. Un suave gemido llamó la atención de Sakura. Caminó más cerca aumentando el ritmo, acercándose. Tal vez podría ayudar a alguien. Dos niñas estaban acurrucadas bajo un gran trozo de madera rodeado de vidrio en una profunda depresión en el suelo.

- "Vamos, pequeñas." - dijo Sakura ofreciendo su mano a la más joven. - "Yo las ayudaré. Están a salvo ahora".

Esperaba que fuera cierto con todo su corazón. Las chicas estaban muy sucias. Sus pelos enmarañados no se habían lavado en mucho tiempo. Sus caras estaban cubiertas de suciedad, mugre y contusiones. Sus ropas estaban rotas y manchadas. Varios arañazos eran visibles. La sangre seca dispersa daba testimonio de un horrible calvario.

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