CUENTO 8- EN TINTA Y SANGRE

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Tw: Sangre, heridas, autolesiones, bullying/acoso, ciber acoso/bullying y suicidio (mencionadas de forma explícita, sin representaciones gráficas). Se recomienda no leer este capítulo si se tiene fobia hacia alguna de estas o le causan cierta incomodidad.
Dicho esto, la libertad de leer este fragmento del autor queda en manos del lector. El escritor no se hace cargo de los problemas que pueda ocasionar leer este fragmento.
Ah, y será mejor no leerlo de noche, en una muy larga y oscura...

[NOCHES LARGAS Y OSCURAS]
VIII

Hay palabras que duelen más que el peso de la vida misma, que nos toca —queramos o no— llevar a cuestas hasta el fin de nuestros días. Es como una casa; nuestro caparazón de tortuga el cual cargamos de recuerdos que algún día viviremos por última vez. Esa es nuestra historia, tan resistente como aparenta ser y a veces tan frágil como un corazón malherido.

Los caparazones son huecos y duros, todo lo contrario a los vocablos que no se hablan, sino que se lanzan al ataque a través de nuestras bocas. Están llenas, llenas de significado no siempre explícito, y blandas, blandas para aquellos que solo las lanzan como granadas sin saber que luego explotan y causan la destrucción.

«No te ofendas, son solo palabras. Ni que fueran golpes».

No son pocos los necios que creen que las palabras no duelen, pero bien equivocados están. El dolor de un golpe se disipa a los días, semanas como mucho. El dolor de una palabra no se va en una vida, es una herida que muchas veces queda abierta y por mucho que el cuerpo quiera la mente no cicatriza. Esa pequeña espina que, diminuta e indefensa, se adentra hasta los más hondo de nuestros pensamientos dejándonos al amparo de la oscuridad mil noches.

Si aún crees que las palabras no son tan dolorosas como los golpes y no son más duras de lo que aparentan serlo, creo que es menester contar mi primera vez. Este término suele emplearse para hacer referencia a un romance primerizo, pero ese no fue mi caso. Aún recuerdo la palabra que me dijeron. «Gordo». En ese entonces, tenía doce años y pesaba cincuenta y cinco kilos. Ni siquiera llegaba a lo que se considera ser obeso, tan solo algo de sobrepeso. En aquel entonces, yo no comprendía que una característica de mi cuerpo fuese motivo de burla y, con el tiempo, me abrazaría a ella como lo haría con el color de mi pelo. Sin embargo, ese cruel niño no tuvo ningún escrúpulo en alzar la lengua con puntas de víbora para soltar dicha palabra contra un niño indefenso, la cual se me quedó grabada en el cuerpo.

Y cuando digo grabada, lo digo en un sentido literal, sin exagerar. Ese mismo día, al llegar del colegio, agarré un bisturí y grabé esa palabra en mi muslo, letra tras letra. Lo suficientemente grande como para verla todos los días cuando me cambiara de ropa y lo suficientemente pequeña como para que nadie que no fuera yo viese el mensaje. Luego, para no perder el mensaje con una cicatriz en el futuro, quité la tinta de un bolígrafo y la extendí sobre cada brecha hasta que estas adoptaron un color negruzco.

Fue algo... irracional, pero no me arrepiento de hacerlo, ni esa ni las veces que sucedieron a mi primera vez. Los insultos no cesaron y los tatuajes tampoco. "Vaca", "morsa", "guarro" e incluso "maricón" —me aseguré de usar bolígrafos de varios colores en el resaltado de esta última palabra— se abrieron paso entre los vellos de mi castigada piel. Todavía recuerdo lo mucho que me costó poner "hijo de la grandísima puta", que me recorre toda la pierna, desde una ingle hasta los tobillos.

Poco a poco se fueron consagrando frases, puzzles de palabras que formaban un diccionario de chabacanerías en unas carnes que habían sido profanadas. Desde el más leve de los insultos hasta la más fuerte de todas las agresiones verbales, todas se encontraban trazadas en sangre seca y tinta negra sobre mi piel. Yo era el lienzo y la sociedad mis pintores, novatos o amaestrados en el arte de la oratoria vulgar.

Como puede uno imaginar, un lienzo que se deja pintar llama la atención de miradas curiosas. Puede que incluso ponga un cartel que diga: «No tocar y no utilizar las pinturas, gracias». Da igual lo que haya, siempre habrá alguien que, viendo la obra y el material a su disposición, querrá dejar su huella en la historia de la humanidad, si es que tiene la oportunidad para hacerlo. Si no, ya la encontrará. Las manos se corromperán de coágulos y pintura seca, sacados de la obra por cortesía de la pintora, que cuenta esta historia.

Pero, ¿qué es un lienzo sin un lugar en el que exponerlo?

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⏰ Última actualización: Aug 25 ⏰

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NOCHES LARGAS Y OSCURAS: Cuentos de terrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora