CUENTO 5- POLIFACÉTICO

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Todos me dicen que tengo una doble cara. No dejan de repetirme día tras día que soy la persona más falsa que han conocido, y que no pueden confiar en mí.

Me ven como a una moneda, con dos caras: destinadas a salir por el simple azar, sin saber qué puede haber un día y qué puede haber el siguiente, repitiéndome constantemente mi falta de sinceridad, y cómo todo cambia drásticamente en función de la persona con la que esté.

Francamente, yo no busco ser así, ni mucho menos. Ni siquiera entiendo por qué me lo dicen, puesto que siempre intento cumplir las expectativas de los demás y los favores que me piden. ¿Acaso es por eso? ¿Es por intentar complacer a todo el mundo cueste lo que cueste, sin pararse a pensar que siempre habrá una parte imposible de contentar, independientemente de tu esfuerzo y compasión? Las dudas invadían mi cabeza, y desgraciadamente tenía muchas caras supuestamente pero solo un cerebro.

Tal vez sea por mi amor a la noche, y sobre todo a la Luna. Era el único periodo del día en el que lograba pasar desapercibido frente a los ojos críticos de la sociedad, y eso me encantaba. Era libre, y no era juzgado por hacer uso de ella.

Y la Luna, bueno, supongo que se debe a la tenue iluminación que esta nos aporta por la noche y los misterios que nos oculta. Al igual que yo, o al menos así lo dicen mis compañeros, tenía una cara oculta, imposible de observar por los demás, y todo lo que hubiera en ella era un completo misterio para el resto de los mundanos.

Pero yo no quería ser una persona polifacética, o mejor dicho, no quería haberlo sido: yo solo hice caso a lo que un compañero de clase me dijo.

«Deberías ser más como yo. Atento, servicial, honesto e inteligente, humildad aparte. Y siendo sincero esas son cualidades de las que claramente careces, perdedor».

Esas palabras me marcaron completamente y se anclaron en lo más profundo de mi corazón, llorando de rabia con cada latido que daba. ¿Yo, un perdedor? No podía tolerar ser visto de esa forma, y si era lo que él quería era que fuera más como él, debía hacerle caso.

Tenía que hacer lo que él hacía, y eso era muy sencillo. Tan solo debía limitarme a observar sus acciones y comportamientos, para poder lograr así asemejarme a lo que él consideraba la perfección.

Sin embargo, no era suficiente. Nada había cambiado, y todos me seguían tratando como si fuera un monstruo. Realmente, nadie me quería y a nadie le importaba, fuera como fuese.

No era más que un títere en sus frívolos actos, en los que el personaje principal era un chico indefenso que podían manejar a sus anchas sin tener ninguna repercusión por ello.

Yo era ese actor principal, y aun teniendo un guion que poder seguir, siempre tenía la opción de improvisar. Sí, me gustaba como sonaba esa palabra, pues con ella lograría cambiar el sentido de la historia, para bien o para mal, dependiendo de como se mire, pero no importaba. Era mi final feliz.

Creo que también me fue útil la frase «si no puedes con el enemigo, únete a él», aunque me tomé la molestia de cambiarla ligeramente: «si no puedes con tu enemigo, sé el propio enemigo». Y, en efecto, eso fue lo que hice: me convertí en mi mayor pesadilla, en aquel joven amado por todos que me instó a ser como él.

Lograr ser él fue muy sencillo, la verdad, pues solo tuve que robarle la identidad, pero literalmente: le arranqué su bello rostro de la cabeza y me lo puse, dándole a cambio mi ahora inservible cara.

Podría decirse que eso no me hacía ser él o cambiar como persona, puesto que las acciones son lo que nos define; y, aunque no lo niego, considero que la sociedad siempre va a estar más atenta de tus apariencias, y ellos además no podían ser capaces de distinguir quién se ocultaba realmente tras esa máscara.

En el fondo, creo que así es la sociedad. Solo te aceptarán si tienes la cara que ellos quieren ver o de lo contrario no serás aceptado, aunque, como solían hacer los griegos en sus obras teatrales, podías cambiar tu máscara y darle un giro a tu historia, acabando con tu antiguo yo.

Oh, qué bueno es ser amado. Ahora tengo un montón de caras diferentes bajo mi posesión, cada una más amada que la anterior, y ya solo me queda un único problema: encontrar un lugar para ocultar todos esos cadáveres sin cara...

NOCHES LARGAS Y OSCURAS: Cuentos de terrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora