CUENTO 4- CARAMELOS DE AVARICIA

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El tiempo pasa volando, y me atrevería a decir que es más veloz que la misma luz. Un día te estás despertando entusiasmado para ir a clases y al otro no eres más que un simple anciano viviendo en la mera soledad, esperando a que la muerte toque tu puerta con el fin de desaparecer de la faz de la tierra.

Creo que por eso amo tanto el día de Halloween, ya que los niños, todavía con la alegría y la ilusión en la mente, tocan el timbre de tu casa con la esperanza de recibir caramelos, siempre con su mítica frase «¡Truco o trato!».

A decir verdad, hasta les tenía un tanto de envidia. Echo de menos tanto mi infancia que no puedo evitar sentirme triste cuando les veo llenos de energía y con una sonrisa de oreja a oreja.

Sin embargo, el sufrimiento anual ya se había acabado. Al fin era el día: 31 de octubre. Decenas de niños en graciosos y a la vez terroríficos disfraces vendrían a mi puerta con la esperanza de obtener el máximo número de esos pequeños dulces que tan felices les ponían.

Además, ya lo tenía todo preparado. En el recibidor ya se podía encontrar un gran bol repleto de caramelos de toda clase de tamaños, colores y sabores, unos más dulces que otros...

No debían de faltar más dos horas para que ya empezaran a llegar en masa con unas bolsitas y un objetivo: llenarlas para empacharse de caramelos. Aun así, ese tiempo se me hizo eterno. Mi corazón palpitaba fuertemente, y la emoción que tenía en mi interior parecía que estaba a punto de estallar, y así estuve hasta que, por fin, llegaron los primeros niños.

— ¡Truco o trato! —exclamaron dos pequeños chicos disfrazados de vampiros.

— ¡Oh, pero qué niños más monos! Dadme un segundo que vaya a por los caramelos. —les dije, y acto seguido vacié el bol entero entre los dos chicos, alegre al saber que ya los niños vendrían en tropel a mi casa poco después.

— ¡Muchas gracias, señor! Es usted muy generoso, y seguro que estos caramelos están muy ricos —agradeció uno de los niños, con una sonrisa de oreja a oreja.

— ¿Bromeas? ¡Esto es muy poco! ¡Yo quiero más! —exclamó protestando el otro chico— ¡No es justo! ¿Acaso es usted un viejo tacaño al que no le importan los niños? ¡Necesito más!

— Vaya... lo siento mucho, no me quedan más aquí, pero dentro tengo más, por si te interesa —le respondí, al chiquillo más desagradecido de los dos— ¿Tú también quieres más? —le pregunté al niño que se mostró feliz con los caramelos desde un principio.

— Yo no, señor. Seguramente vendrán más niños y también se merecen tener caramelos. No quiero ser egoísta.

— Bien, pues vete si quieres a otras casas mientras yo le doy más caramelos a tu amigo. No tardaremos mucho así que luego te podrá alcanzar —añadí, sonriendo.

— ¡Vale! Hasta luego, Adam —dijo el chaval, despidiéndose de su amigo—. No tardes mucho, ¿vale?

— Sí, Charles, solo pillaré unos cuantos caramelos más y me iré contigo, eso es todo.

Oh, pequeño, eso no va a ser todo. Pronto sabrás lo que te espera.

Tras irse el chico amable, acompañé a Adam hasta la cocina, donde guardaba el resto de caramelos que pensaba repartir ese día. No era un barrio grande, pero en él vivían muchos niños, por lo que uno tenía que estar preparado.

— Toma, aquí tienes otra bolsa, ya que te llegaron a resultar pocos —le solté, en un tono un tanto irónico—. ¿No crees que la avaricia rompe el saco?

— Sí, ¿y qué? ¿Crees que me importa? —contestó el niño de forma bastante maleducada—. De todos modos, tampoco es que los haya cogido todos.

Y acto seguido, empezó a comerse su nuevo botín. Uno tras uno fueron entrando en su estómago, demostrando así, por si quedaba alguna duda, de su voraz apetito.

Lo que ese pequeño chico no sabía, y creo que tampoco se estaba esperando, es que le tenía preparada una gran lección que le haría escarmentar por su cruel y avaro comportamiento.

— No me encuentro bien... —empezó a decir el niño— ¿Qué llevan estos caramelos? ¡Me has envenenado!

— Pues... puede que algunas sustancias para conciliar el sueño. ¡Ups! Aun así, tranquilo, no será nada que te acabe matando.

Fue todo tan rápido que no pude siquiera terminar la frase sin que el chiquillo cayera rendido.

— Ahora verás las consecuencias que tiene la avaricia, y espero que así aprendas que hay que compartir —proseguí, aun sabiendo que ya no me podía escuchar.

Tras quedarse Adam dormido, agarré un bisturí y empecé a cortar su estómago delicadamente, pues tampoco era mi intención asesinarle ni mucho menos. A continuación, comencé a sacar todos los restos de caramelos que pude encontrar en su interior, incluyendo partes de su estómago. Honestamente, tenía sus tejidos gástricos estaban en muy buen estado, y por ello iban a ser la base de mis nuevos caramelos.

Por último, me puse a coser los cortes que había realizado, pero me aseguré de emplear una técnica especial para que no quedaran cicatrices. No podía permitir que me descubrieran.

Como todavía no se había despertado (realicé todo lo más rápido posible, así que esa pequeña cirugía no fue extremadamente duradera), esperé a que lo hiciera y lo llevé de vuelta con su amigo, el cual estaba un poco preocupado, pero no le dio mucha importancia. Por suerte, no recordaba nada, así que le dije que se había dado un pequeño golpe que lo dejó inconsciente durante un rato.

Tras esta larga serie de inconvenientes, al fin estuve solo, por lo que tenía tiempo para preparar mis caramelos con una novedosa receta: tan solo tenía que envolver los restos de los caramelos en los trocitos de estómago y darles un baño en azúcar para erradicar el amargo que puedan tener, y ya estarían listos. Bueno, y no nos olvidemos del ingrediente más importante: una pizca de amor.

¡Ring, ring!

Oh, parece que ya hay más niños con ganas de probar mi receta, seguro que les encanta, e incluso puede que algunos quieran ayudarme a experimentar otras recetas con ellos... quién sabe...

NOCHES LARGAS Y OSCURAS: Cuentos de terrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora