CUENTO 7- AMOR, AMOR...

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Oh, el romance, máxima forma de expresión. Todo arde en tu interior como el más puro fuego de maderas robustas y valiosas. El fulgor de las llamas te atraparán, y tendrás que tener cuidado para de ellas poder escapar si no quieres en cenizas acabar.

Pero, ¿qué se hace cuando no eres tú quien acaba en cenizas, sino a quien más has amado? De ese amor pasional del que ahora solo queda polvo negro, ¿cómo vuelve a surgir la chispa que en otros tiempos se encendió?

La duda carcome mi cabeza, y cada segundo que pasa me siento más sola, vacía y desolada. Todos me dieron la espalda cuando yo me enamoré de él, y ahora no me queda nada.

Todavía noto sus ojos, clavados en mí. Dos dagas afiladas sacando sangre a mis lágrimas de desconsuelo y un puñal clavado en el corazón.

Podía ver en cada reflejo de los espejos de mi habitación su cuerpo, pidiéndome a gritos abrazarlo en busca del calor en una fría noche.

Notaba sus cabellos erizar todo mi cuerpo recordando cuando estábamos pegados, sometidos el uno al otro. Ahora nos separan vías kilométricas que los trenes no son capaces de atravesar, y los aviones no son capaces de sobrevolar. Ni yo sé su paradero ni ellos lo saben, por lo que ahora no queda más que esperar y suplicar clemencia al tiempo, rogando que un alma desolada vuelva a tener a su ser amado, una última vez, para bailar juntos el vals de la medianoche, antes de que las campanas suenen y tengamos que volver a separarnos.

No soy una princesa buscando un príncipe azul, pero sí podría ser llamada Cenicienta, pues mi blanca piel de polvos negros se mancharon sin poder dar el consentimiento a la vida.

Pido, pues, paciencia a quien vea mis heridas arder, pues al igual que un incendio no suele ser fácil de apagar, algo parecido no deja de pasar con un corazón en llamas sin apagar.

Si las estrellas pudieran cumplir mis deseos, pediría que con todas sus fuerzas formaran una constelación en plena noche que me trajera a mi hermoso marido de vuelta, y que no volviera a irse.

A veces, las personas se van cuando menos queremos y tenemos que aceptarlo. A veces por decisión propia, otras por garras de la mismísima Muerte. Pero no importaba cuál de las dos fuese la forma en que nos dijeran adiós, porque no volvían.

En mi caso fue la primera. Se fue, dijo que se acabó y no lo volví a ver. Me dijo que me quería, que siempre me quiso, mientras salía por el marco de la puerta y decía su último adiós. Mas yo nunca creí que de verdad me quisiera pues el pasillo hasta mi casa desprendía entonces un lejano aroma a él.

Luego me enteré que al bosque se fue a vivir en soledad. Me lo confió un amigo suyo para quedar en calma y supiera que él estaba bien, pero yo no lo estaba. Sus fragancias que alumbraban mis despertares matinales se habían esfumado, y no quedaban más de ellas que vagos recuerdos a rosas y fuego.

Fui pues a los bosques circundantes con la ciudad hasta que di con una cabaña con un hombre familiar. El que siempre quise y siempre querré. Pero estaba distinto. Hermoso aún pero distinto.

Su pelo ahora era mucho menos voluminoso y parecía encontrarse en agujeros alrededor de vacíos de piel. Había perdido la mayoría de este y se encontraba prácticamente calvo. Sus ojos habían sido inundados del color de las hojas más oscuras del otoño y sus pupilas habían crecido hasta haber conquistado los iris. Pecosas y voluminosas manchas completaban este lienzo ahora doblado en mil pedazos por las consecuencias del tiempo.

«La edad y el amor nos consumen y nos corrompen. Los relojes de la vida habían determinado el punto final de esta historia mucho antes de lo que yo hubiera querido. No quería hacerte sufrir más de lo que ya has sufrido. Lo siento. Solo quiero que sepas que esto no es un adiós, sino un hasta siempre, porque siempre te he amado y siempre te amaré».

Acto seguido se fue y la acompañó hasta casa bajo los gritos de la lluvia y sus primos los truenos que, incansables, se abrían paso hasta alcanzar tierra firme en un suelo tan inestable como la vida misma.

Ahora en casa eran dos. Una chica de corazón roto y cerebro sumergido en fantasías irreales y un chico con mucho que vivir pero sin un cerebro capaz de manejar el conjunto de carne y hueso.

Ella esperó sentada que el alma de su marido se compadeciera de ella, pero por mucho que esperó y esperó nada dentro de él ni de ella cambió. Hasta que se convirtieron los huesos en ceniza y los músculos en polvo, inundando lo que un día fue un amor ardiente de los restos de este.

Y ahora, desesperada como la Muerte en busca de la vida misma, no hace otra cosa que juntar todos los puñados de pequeñas partículas grisáceas y ennegrecidas para formar un puzle al que considerar su ahora muerto marido.

NOCHES LARGAS Y OSCURAS: Cuentos de terrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora