04

241 30 4
                                    

Lo vió perderse, en las paredes del cuarto de baño.

Había sido un día muy agotador, tomando en cuenta que el día anterior igual había sido de festejo.

El dolor de cabeza ya se le había calmado, pero, la espalda baja la estaba matando. Y los pies, ni se diga.

— Amor, ven.

Estaba tan perdida en sus pensamientos, mientras intentaba darse un masaje en la espalda.

— Amor, la tina está lista— grito más fuerte.

El dolor iba incrementando cada vez más, pero al mismo tiempo sentía alivio, debido al masaje que se daba. Ocasionando que ella haga algunas muecas cada que pasaba su mano.

—Lucero— dijo saliendo del baño, alzó la mirada— Reina, ¿Qué pasa?, ¿Te duele algo?, ¿Qué hago?.

Se había asustado mucho. Había salido a buscarla luego de no obtener respuesta cuando la habló. Por un momento, creyó que podía haberse dormido, por eso fue a asegurarse de que estuviera despierta, pero salir y verla así, se miraba muy adolorida, intentando aguantar y evitar que él se diera cuenta.

Los gritos tan desesperado de él, la hicieron salir de su transe.

— Amor, cálmate. Estoy bien, solo me duele un poco la espalda por eso me estaba sobando, es normal que me duela. Tranquilo.— hablo tratando de tranquilizarlo.

— Dime la verdad— pidió. Seguía preocupado por haberla visto así.

— Manuel, te estoy diciendo la verdad. Los dolores de espalda son normales en el embarazo, me dan por el peso de la panza que cargo todos los días. No me da todos los días, pero hoy si tuve porque estoy cansada. Solo es eso, rey— trato de explicar.

— ¿Estás segura que solo es por eso?— aún no le convencía del todo su explicación.

— Sí, mi amor. Ahora, ¿Podemos ir a la tina?— lo miró.

— Sí, justo a eso venía. Ven te ayudo a meterte.

Se dirigieron al baño, ella lentamente comenzó a despojarse de sus prendas y él la miraba encantado, su esposa era una verdadera obra de arte.

Ella se dio cuenta de como su esposo la miraba, le guiñó en ojo y sonrió de la manera más coqueta que pudo.

— ¿Me ayudas?— preguntó mientras extendía su mano.

— Por su puesto— respondió encantado.

La ayudo a sumergirse en la tina llena de agua, observando como poco a poco mojaba cada parte de su cuerpo. Estaba sentada de frente a él, se miraba jodidamente sexy.

Su mente imaginando miles de escenas íntimas que habrían hecho antes. Se sentía nervioso, y como un adolescente incapaz de controlarse, pero le era imposible teniendo a esa preciosura a pocos centímetros de él.

Necesitaba salir de ahí, calmarse.

— Iré por la bata y toalla, para cuando termines— dijo, ella simplemente asintió.

Salió del baño, y para ir al clóset por las toallas. Se las dejaría y saldría de nuevo, para esperar a que termine.

— Aquí las dejo, esperaré a fuera. Si necesitas algo me llamas— indicó, mientras ponía las toallas sobre el lavabo.

Justo cuando estaba por salir.

— Amor— él volteó a verla— ¿Podrías quedarte aquí? Por favor.

Esos bellos ojos brillantes lo miraban esperando una respuesta. No podía decirle que no, así que se acercó a ella nuevamente sentándose a la orilla de la tina, quedando frente a frente.

Por Si Acaso VolvierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora