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En el velorio, todo era sumamente hermoso. Las enormes coronas de flores que adornaban el lugar eran otro nivel.

Pero, eso no quitaba el hecho de que ese era el momento más doloroso para la mayoría de los presentes.

Para muchos todavía resultaba difícil de creer, pues Lucero era demasiado joven aún y sobre todo parecía ser la persona más sana del mundo.

La familia Hogaza León, estaba destrozada. Habían perdido a su pequeña, a su única hija y hermana. El llanto y sollozos de la madre y el hermano inundaban el lugar. Fundidos en un abrazo lamentaban su terrible perdida.

Manuel por su parte, se encontraba igual o incluso peor que ellos, si bien su suegra y cuñado habían perdido a una hija y hermana, pero él...
Él lo había perdido todo. Porque desde el día que la conoció hasta ese instante, para él, Lucero lo era TODO.

En ese momento podrían llamarlo el peor de los egoístas, porque la quería para él, solo para él, la quería a su lado. Y Lucero aún en su momento más difícil, pensó en él. Porque le dejo una pequeña parte de ella, una pequeña parte de su amor, la cuál  fue creada por ambos,  su pequeña hija.

A pesar del gran dolor que sentía, trataba de disimularlo, tenía que mostrarse firme hasta el último momento, por Lucero, por él y por su pequeña hija.

(...)

Las despedidas siempre son las más difíciles, más aún si es a alguien querido, a alguien amado, a alguien que era parte de tí y de tu historia, y que de la noche a la mañana por causas injustas del destino es arrebatada de tí.

Manuel se había convertido en espectador de un sin fin de despedidas que le realizaban esa noche a Lucero.

Hace un par de minutos las señoras que llevaron a cabo el rezo por el alma de Lucero, le indicaron que podría empezar él con el "último adiós" que se le daría.

Él se negó de inmediato, no podría, y sobre todo no quería despedirse aún.
Dándole paso a su suegra y cuñado, seguido de familia, amigos y conocidos de ellos.

El salón poco a poco se fue llenando de suspiros, lamentos, sollozos y llanto. Era un mártir estar dentro de esa capilla. Resultaría imposible estar ahí, en ese momento sin llorar.

Había llegado su turno, la mayoría si no es que todos los presentes ya habían pasado. Solo faltaba él, pasaron varios minutos y seguía sin ponerse de pié.

No es que no quisiera, al menos no del todo. Pero sus piernas no respondían, se sentía mareado y las miradas clavadas en él no ayudaban.

En un intento de ponerse de pie, casi cae al suelo, pero logro sostenerse del respaldo del asiento en el que segundos antes se encontraba. Su hermano Luis, quiso acercarse pero lo detuvo haciéndole una seña con la mano.

Camino a paso lento, los dos metros que lo separaban de la silla y el ataúd de su esposa.

De tan solo pensar que ayer se encontraban bien, estaban juntos disfrutando de una gran noche. Y que hace unas cuantas horas se habían visto, habían hablado mientras sostenían a su pequeña hija. Nadie imaginaria que esto pasaría, estaban ellos felices, en paz y sin lastimar a nadie. Quería despertar de esta horrible pesadilla. A veces la vida era muy injusta para algunos.

~ Adiós, es una palabra que no he aprendido aún. Pero ahora lo empiezo a  hacer ~ 

Le faltaba un paso para estar completamente parado frente a ella, cerro los ojos antes de dar ese último paso. Estiro las manos para sostenerse del ataúd y no chocar con él.

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⏰ Última actualización: Aug 25 ⏰

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