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— Por su puesto que no.

— Tu silencio lo dijo todo.

— Lucero, no pongas palabras que yo no he dicho y mucho menos asumas cosas que no.

— Lucero— parecía infantil, pero realmente le había dolido que la llamara por su nombre y no por los apodos que usualmente le decía— Entiendo. 

— ¿Entiendes qué?

— Nada, no te preocupes. Vete a dormir tranquilo lejos de mí.

— Si eso es lo que quieres, está bien. Nos...

— No.

— No, ¿qué?.

— No, no es eso lo que quiero.

— ¿Entonces qué es lo que quieres?— gritó. Ella lo miraba estupefacta.

Nunca, desde que se habían casado  o bueno, desde que se habían conocido. Nunca, le había levantado la voz. Lágrimas recorrían el rostro de Lucero.

— Quiería que te acostarás y me abrazaras cómo lo haces todas las noches— gritó — Eso era lo que quería — susurró.

Él, al igual que ella estaba sorprendido.  Se arrepentía de haberle levantado la voz.

— Amor, perdón. Yo no quería gritarte. — intentó tocarla.

— No— dijo firme.

— Amor, por favor.

— No, quiero estar sola. Por favor vete.

— No, no me voy a ir. No quiero seguir peleando y haciéndote pasar estos malos ratos. Vamos a hablar como dos personas adultas y solucionemos esto.

Sí, está última semana había sido la más difícil para ambos. Habían tenido un par de discusiones, ninguno de los dos sabía a qué se debía exactamente este cambio de actitudes en ambos.

— Primero, discúlpame no fue mi intención gritarte, reconozco que me enoje, sí. Pero no planeaba tratarte mal, simplemente no pude controlar mi enojo. — ella escuchaba atenta cada una de sus palabras, aún con lágrimas recorriendo su rostro — Pero, a veces no entiendo — Susurró.

— ¿Qué es lo que no entiendes?— preguntó.

— A ti— respondió mirándola fijamente.

— No entiendo, no hay algo mío que tú no sepas— estaba nerviosa, tenía miedo de lo que le dijera. Era imposible que él sepa eso.

— Sí lo hay, yo sé que hay algo, no sé que sea. Pero, sé que algo me ocultas — confesó. — No te preocupes, no planeo obligarte que me lo digas ahora. Solo quiero que me respondas algo.

Era evidente que él ya sospechaba algo de su esposa. Algo en su corazón le decía que necesitaban hablar de eso, tenía el presentimiento de que algo malo pasaría, no sabía con exactitud que. No pensaba mal de su esposa,  pero su actitud cambió mucho.

Muchas veces creyó que fue un cambio debido al embarazo, pero por lo que había encontrado en su casa, había pensado que podría ser por algo más.

— ¿Qué cosa?— preguntó con miedo.

— Tú, ¿Aún me amas?

— Por supuesto que sí.

— ¿Aún quieres pasar el resto de tu vida conmigo?

— Sí, Manuel.

— ¿Aún confías en mí?

— Amor, no te estoy entendiendo.

Por Si Acaso VolvierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora