Si no hubiera estado profundamente dormido, habría oído ladrar al perro. Como poco, habría abierto los ojos. Quizá hasta hubiera salido de la cama. Pero lo cierto fue que Alfonso se despertó al oír el motor de la furgoneta ya alejándose.
«Ya volverá», pensó, aunque cualquiera que lo conociese, habría abierto la puerta directamente y habría gritado al menos diez minutos para que se despertara.
Alfonso no era de los que se acostaban pronto para levantarse temprano. Y una vez que se dormía, no había hombre que pudiera despertarlo.
¿Pero una mujer?
Alfonso sonrió mientras estiraba los brazos perezosamente. Él siempre se despertaba cuando había una mujer a su lado por la mañana. Lo malo era que ya no recordaba la última vez que había ocurrido algo tan. agradable.
¿Por qué seguía ladrando el perro?
—¡Ya basta, Boze! —dijo, mientras salía de la cama.
El perro siguió gimiendo, como pidiéndole a su amo que se diera prisa y acudiese en su auxilio. Así que Alfonso se puso unos vaqueros, y bajó las escaleras para averiguar qué mosca le había picado a las siete y cincuenta y nueve de la mañana.
Bozeman lo saludó meneando el rabo.
—¿Cuál es el problema? —El perro se giró hacia la puerta y miró hacia el porche de la entrada—. ¿Tanto follón porque quieres salir? —Alfonso abrió la puerta, pero Bozeman no se movió—. Vamos, adelan…
Fue entonces cuando vio la cesta que había en el último escalón. Por un momento, pensó que se había olvidado la colada en el porche. No reconoció la sábana que cubría la cesta, y al agacharse a recogerla, descubrió que algo se
movía en su interior.—No… —murmuró Alfonso —. Como alguien haya dejado otro perrito…
Dejó de hablar en cuanto retiró la sábana, y descubrió que allí en el porche de la casa del rancho Triple H, había un bebé durmiendo.
Bozeman se acercó para olfatearlo, luego meneó el rabo y echó a correr. Alfonso se puso en cuclillas y miró cómo temblaban los párpados de la niña. Como si estuviera soñando, o intentando despertarse.
Pero, ¿por qué estaba en su porche? Se le ocurrió que alguien podía estar gastándole una broma. No sería la primera vez ni la última, aunque eso no tenía ninguna gracia. Todavía no.
Después de meterla en casa, apartó unos papeles y colocó la cesta en medio de una mesa de roble, el lugar más limpio que se le ocurrió. Aunque nunca había tenido contacto con bebés, sí sabía que debían estar en sitios limpios. Después de dejar la cesta, se acercó a la cocina para llamar por teléfono. Rezó por que el bebé siguiera durmiendo hasta que Pierce llegase a Triple H.
Preparó un café, se puso una camisa que encontró sobre el sofá, y dejó que Bozeman saliera a dar una vuelta. El bebé siguió durmiendo, ajeno a su entorno. Por fin, el agente de policía llamó a la puerta.
—Espero que sea algo importante… —gruñó Pierce, seguido por el perro, mientras le quitaba la nieve a su sombrero—. Ni siquiera he tenido tiempo para tomarme un café.
—Habla en voz baja —Alfonso le sirvió una taza a su amigo—. Ya tengo bastantes problemas sin despertar a la niña.
—¿Qué niña?
Pierce miró en derredor.
—¿Tienes compañía? —preguntó en tono pícaro.
—Eso parece… —Alfonso condujo a su amigo hacia la mesa del salón—. Mira, alguien la ha dejado en mi porche esta mañana.
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Un soltero peligroso.
Romance[Aclaración: esta historia es una ADAPTACIÓN sin fines de lucro. Todos los derechos quedan reservados a su autor original, así como la portada] Un vaquero juerguista y una mujer de cuidado... En el pueblo, todo el mundo pensaba que se trataba de una...