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—No sé por qué hago esto… —murmuró Anahí.

Abrió la puerta del apartamento y dejó que el vaquero metiera la cuna.

—Se te dan genial los bebés. Igualito que a mí —bromeó Alfonso. Anahí advirtió que el vaquero se había quitado la nieve de las botas antes de entrar en la cocina. Al parecer, alguien le había enseñado modales—. ¿No tienes hijos?

—No. Sígueme.

Lo condujo al salón, un rectángulo grande con los restos de dos matrimonios y lo que había heredado de su abuela.

—Es acogedor —comentó él, mientras posaba la cuna en el suelo—. Nada que ver con cuando Ralph jugaba aquellas timbas de póquer ¿Quiénes son? —añadió al ver unas fotografías sobre una estantería.

—Familiares —repuso Anahí, incómoda por la curiosidad del vaquero—. Vas a tener que…

—Parecen muy serios todos —Alfonso se giró hacia ella y sonrió—. ¿Te viene de ahí?

—Puedes guardarte las preguntas personales para otro momento. Ahora será mejor que traigas del restaurante el resto de las cosas de Summer.

Anahí apuntó hacia la puerta por donde habían entrado, pero él se detuvo.

—Ahí hay una puerta que conecta con la cocina del restaurante.

—Lo sé, pero preferiría que no te vieran entrando y saliendo de mi casa.

—Acabo de hacerlo.

—Es distinto. La puerta delantera parece más… Aceptable.

—Así que para proteger tu… Reputación, se supone que tengo que ir por la puerta delantera, salir a la nieve, agarrar las bolsas y luego volver a salir, ¿no?

—Exacto. A no ser que prefieras llevarte a la niña a casa.

—Juegas duro, cariño… —Alfonso esbozó una de sus cautivadoras sonrisas—. Está bien, tú ganas. Iré por la puerta delantera.

Anahí lo acompañó a la salida. El cielo había oscurecido considerablemente, las farolas brillaban entre la nieve, y los árboles del patio de un colegio se inclinaban con el viento. Alfonso agachó la cabeza para protegerse, echó a correr y desapareció al doblar la esquina.

Anahí miró a la niña, cuyos grandes ojos azules no parecían nada soñolientos.

—Tu papá quiere cuidar bien de ti —le dijo. El bebé no pestañeó, pero movió uno de sus bracitos—. ¿Dónde está tu mamá, cariño? Nos gustaría mucho saberlo.

Anahí regresó al salón y se sentó sobre la mecedora de su abuela. ¿Qué clase de mujer podía dejar a su hija en el rancho de Poncho Herrera? Había sido una temeridad. Siendo sábado, el vaquero podía haber pasado la noche en otro sitio y no haber estado en casa por la mañana para recoger al bebé. O podía haberle pedido al comisario que la mandaran a algún orfanato. Podía haber dicho que la niña no era de él y haberse negado a cambiar un solo pañal, a calentar biberones y a ser amable con las camareras de un restaurante.

Pero no lo había hecho. Lo cual no encajaba en absoluto con la fama que el vaquero tenía. A no ser que quisiera a la madre de la niña, y pensara que pudiera ponerse en contacto con ella por medio del bebé.

Anahí meció a Summer y ésta cerró los ojos. Hasta que la puerta se abrió y el ruido de las botas del vaquero estuvo a punto de hacérselos abrir de nuevo. Anahí no supo si reprenderlo o permanecer callada, con la esperanza de que Summer no se despertara.

—No hagas ruido —le dijo finalmente, mientras él sujetaba las bolsas con todas las cosas que había comprado para la niña—. Acabo de conseguir que se duerma.

Un soltero peligroso. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora