6

514 44 4
                                    

—Hasta ahora —Joe colgó el teléfono del coche y pisó el acelerador—. Janie y los niños están en casa de Anahí. Voy a recogerlos.

—Vale —Alfonso miraba por la ventana—. ¡Qué lío! ¿Eh?

—Sí.

—¿Y si no la encuentro?

Notó que Joe lo miraba de reojo, pero siguió fijándose en el paisaje.

—La encontraremos. Alguien aparecerá, antes o después, sea Sarah u otra persona —le aseguró su amigo—. En cualquier caso, creo que tienes bastante suerte.

—¿Ah, sí? —Alfonso se giró hacia Joe—. ¿Y cómo es eso?

—Hace mucho que no tienes ningún pariente cerca de aquí. Si la niña es de Sarah, volverás a tener una familia.

La radio de policía sonó, y Joe subió el volumen para escuchar el aviso: Una furgoneta estaba parada en la cuneta al norte de la ciudad.

—Ya va siendo hora. ¿No has pensado nunca en sentar la cabeza? —prosiguió el comisario.

No estaba seguro de querer pensar al respecto, de modo que se pasaron los restantes cinco minutos oyendo la radio. Joe condujo hasta la parte trasera del restaurante y aparcó frente a la entrada privada de Anahí.

—¿Vamos a ver qué tal van nuestros hijos? —lo provocó Joe, mientras abría la puerta.

—Cállate.

Alfonso respiró profundamente, abrió la puerta y salió del coche. ¿Se había convertido en un hombre de familia en dos días? Ni hablar, se dijo mientras seguía a su amigo a la puerta y esperaba a que Anahí los invitase a pasar.

—Hola —los saludó ésta—. Entrad. Los niños se han dormido viendo la tele. Janie y yo estábamos tomando un té. ¿Habéis encontrado… Lo que buscabais?

—No, todavía no —Joe se quitó el sombrero y restregó los zapatos sobre la alfombra—. ¿Janie está bien?

—Sí, hemos pasado un buen rato.

Joe pasó al salón, pero Alfonso se detuvo frente a Anahí. No parecía ella, aunque no era capaz de averiguar la diferencia. Llevaba el pelo suelto y se había puesto unos vaqueros y un polo amarillo; pero no era ese el cambio. Parecía contenta.

—Huele bien —dijo Alfonso, cuando le llegó el aroma de un pastel de manzana.

—Teníamos hambre —Anahí le rozó un brazo—. Siento lo de esta noche.

—Gracias —Alfonso disimuló su decepción—. Al final era otra persona, una mujer que huía de su marido. El bebé apareció en casa de su hermana.

—Venga, pasa y caliéntate —Anahí retiró la mano y fue hacia el salón, donde los niños dormían en el suelo, tapados con dos mantas—. Summer está en el dormitorio. Se durmió en cuanto le di el biberón.

—Lo hemos pasado muy bien —dijo Janie—. Annie me ha mimado mucho.

—Le gusta cuidar de la gente —comentó Alfonso.

—¿Queréis un poco de pastel de manzana y café, o preferís un sándwich? —les ofreció Anahí —. Hay cinta de lomo.

—Eso suena estupendo —Joe se sentó junto a su mujer, y le frotó los pies cariñosamente—.Tienes buen aspecto.

—Deja de preocuparte tanto —contestó Janie—. Nos hemos divertido.

Alfonso contempló al matrimonio con sus niños, y luego miró a Anahí. Tremendo error. Porque ella también era de las mujeres que querían un hogar, una familia y un hombre que le frotara los pies al final del día. Se notaba por la expresión nostálgica de sus ojos.

—¿La cinta está en el restaurante? —le preguntó.

—Sí, en el frigorífico.

—¿Puedo ir por ella por la puerta trasera? No quiero que te molestes conmigo otra vez.

Un soltero peligroso. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora