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Aunque Alfonso estaba haciendo el primer turno, Anahí no lograba dormir. Lo oía dar vueltas por la casa, abriendo grifos, hablando en voz baja por teléfono… Supuso que habría llamado al comisario otra vez, por si había localizado a la misteriosa Sarah.

Estaba tumbada en la cama, escuchando los ruidos de otra persona en su casa… No sabía si le gustaba o no, aunque sí que dormiría mejor si la casa estuviera en silencio. La culpa era suya, por ofrecerse a ayudar a un vaquero al que apenas conocía.

Había echado el cerrojo del dormitorio, por si acaso. Y se había repetido que el comisario no podía tener a un delincuente por amigo. Debía dejar de imaginar tonterías y dormirse. Anahí se acurrucó bajo las sábanas y trató de pensar qué día de la semana siguiente, pondría filete en el menú. Y cómo podría aumentar los beneficios del restaurante.

Siempre estaba lleno para desayunar, pero los desayunos no dejaban mucho dinero. Los clientes podían sentarse durante dos horas y no gastarse más que un dólar en un café.

Anahí suspiró. La casa se había quedado en silencio, de modo que ya no tenía ningún motivo para seguir dando vueltas en la cama. No le habría importado tener la cuna de la niña junto a ella. No habría sido la primera vez que se dormía oyendo la respiración tranquila de un bebé. Ni sería la última noche que yacería despierta, preguntándose si estaría sola el resto de la vida.

La alarma del reloj la despertó antes que los llantos del bebé. Apagó la alarma y vio que ya eran las cinco. Había dormido toda la noche. Se puso la bata y salió al salón. Era como si lo hubiese arrasado un tornado. Había sábanas revueltas sobre el sofá y un montón de cosas para bebés desperdigadas por la moqueta. Oyó a Alfonso en la cocina.

—Vamos, cielo…

Como Summer no dejaba de llorar, Anahí entró en la cocina y tomó a la niña en brazos.

—Déjamela.

—He intentado calentar esto lo más rápidamente posible —se defendió Alfonso.

Tenía la camisa sin abotonar, de manera que su ancho y potente pecho estaba a la vista… Anahí desvió la mirada hacia la niña.

—Tu papá lo está haciendo muy bien —le dijo, tratando de distraerla.

—No tanto… —murmuró él—. Cuidado.

—¿Por qué?

—Creo que el pañal está un poco suelto. No se me da muy bien… —murmuró, mientras sacaba el biberón del agua y comprobaba su temperatura con naturalidad.

—Estás adquiriendo mucha soltura con eso —comentó Anahí, mientras agarraba el biberón—. ¿Por qué no me has despertado para el segundo turno?

—No me parecía justo —Alfonso la miró a los ojos—. Es mi bebé. Mi problema.

—Creía que querías ayuda.

—El mero hecho de saber que tengo a alguien cerca es una gran ayuda — le aseguró él—. ¿Te importa darle el desayuno mientras me doy una ducha rápida?

—Adelante. Supongo que habrá maquinillas de afeitar y algún cepillo de dientes extra en el armario del cuarto de baño.

—Gracias. Aunque saqué mis cosas de la furgoneta anoche.

—¿Y eso?

—La costumbre —Alfonso se encogió de hombros.

—¡Ahá! —Anahí no pudo evitar sonreír; sobretodo al ver que el vaquero se disponía a servirle una taza de café—. Todavía no. Aunque es un placer que alguien te prepare el café para desayunar.

Un soltero peligroso. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora