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—No entiendo a los hombres.

—Lógico —dijo Barlow—. Diga lo que diga mi mujer, somos criaturas complicadas —añadió el cocinero.

Luego, probó el chili que había preparado para el día siguiente y puso cara de desagrado.

—¿Qué tal está? —preguntó Anahí, tras dejar su lápiz en la mesa. Estaba cansada de repasar la contabilidad y preguntarse si estaba ganando  suficiente dinero.

—Le falta picante.

—Siempre dices lo mismo, y luego me paso dos horas sirviendo vasos de agua —respondió Anahí, mientras miraba hacia la entrada—. A partir de ahora, no me meteré donde no me llaman. Sobretodo, tratándose de cuidar bebés.

—Buena suerte.

—¿Crees que no voy a poder?

—Esta ciudad es pequeña, Anahí —le recordó el cocinero—. Nadie tiene intimidad.

—Eso dijo Alfonso Herrera.

—Lo sabe por experiencia —Barlow descolgó su chaqueta de cuero del gancho de la puerta—. Dentro de nada, toda la ciudad estará hablando de él y de su bebé, ya lo verás…

—Supongo que no debería haberle dicho a la señora Murphy y a Maude Anderson que la mujer de Alfonso se había fugado.

—¿Está casado?

—No, me lo inventé todo. No sé qué me pasó —contestó ella.

De repente, había sentido que debía proteger a Alfonso y a la niña. Era consciente de que debería haber pensado antes de hablar, pero ya era demasiado tarde.

—¿Y tú dices que no hay quien entienda a los hombres?

Barlow sonrió.

—Supongo que fue por esa niña —se defendió Anahí.

—Ahá.

—¿Qué pasa?

—Cada vez que mi mujer pone esa cara, acabamos acogiendo a otro perro en casa.

—¿Cuántos tenéis?

—Cinco —Barlow suspiró—. ¿Sabes cuánto cuesta alimentar a un perro?

Anahí prefería no saber la respuesta.

—No pienso empezar a adoptar hijos. Ya tengo bastantes problemas. ¿Crees que debería subir el precio del chili?

—Necesitas descansar. Si no tienes cuidado, acabarás quemándote.

—Cuando Darlene venga me acostaré un rato.

—¿Prometido?

—Sí —aseguró Anahí.

A Darlene, una viuda que trabajaba en la cafetería del instituto, le gustaba hacer horas extras en el restaurante entre semana.

—En cuanto venga, me acuesto —repitió.

—Hasta mañana —se despidió Barlow—. Y aléjate del bebé, o lo siguiente que me dirás es que estás embarazada —le advirtió.

—Ni hablar —rechazó Anahí con firmeza, pensando, al mismo tiempo lo fantástico que eso sería… Si tuviera un marido. Un marido que se quedara a su lado y fuese un buen padre.

Barlow salió del restaurante. Mientras la puerta se cerraba, una ráfaga de viento la destempló. Parecía que iba a hacer otra noche heladora.

¿Estaría Summer calentita? ¿La cuidaría el vaquero debidamente?

Un soltero peligroso. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora