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12 de octubre, 2000. 14:47 horas.

Stuart no quiere admitirlo en voz alta, pero realmente no le tiene fe a este psiquiatra. Ni le tendrá fe al siguiente, ni al que venga después de ese.

Todos repiten lo mismo, basándose en los mismos marcos teóricos obsoletos y llenos de estigmas que no hacen nada más que irritarlo. Pero sigue yendo por la medicación. Las pastillas son, literalmente, lo único que lo mantienen en el mundo real.

Su cita es en 13 minutos y va a usar ese tiempo para repasar su típica presentación: Soy Stuart Harold Pot, tengo 21 años y tengo trastorno depresivo mayor. No quería venir, pero, como verá, necesito más de esas "happy pills" para sobrellevar esto.

Inhala y exhala profundamente al recordar las palabras de su último doctor, antes de que este lo derivase con otro.

-Has tenido un gran avance, Stuart... por eso, creo que el enfoque del doctor Hewll te será de gran ayuda para evitar recaídas a futuro. -Había dicho el hombre canoso (de quien realmente nunca se aprendió bien el nombre) mientras anotaba en un papelito el contacto de su nuevo doctor.

Se preguntó si eso hacían con cada paciente que no mostraba mejoría. Porque Stuart no era idiota; sabía que lo de "gran avance" era una jodida mentira. Con cada día que pasaba, se sentía más cerca a que le dieran una orden de internamiento.

Pero su madre, por otro lado, cree en las palabras del doctor y Stuart no puede evitar odiar más a aquel hombre y a sí mismo cuando ve los ojos de su madre iluminarse con esperanza. Lo siente tanto por ella. Es por eso que, durante una semana, se la pasó tratando de convencerla de que no era necesario que lo acompañara en esta primera cita; porque Stuart quería liberarla de esta responsabilidad poco a poco. Es legalmente un adulto, después de todo. Porque, no importaba lo que su madre hiciera por él, Stuart siempre se iba a sentir al límite y sin salida.

O eso pensaba.

Alza la mirada cuando escucha que abren la puerta del consultorio y todo su enfoque se centra en el chico que sale.

Muchas cosas le llaman la atención: su piel, su cabello que parece realmente suave, sus muñecas envueltas en vendas, su playera de una banda que él también conoce y... sus ojos, esos peculiares ojos heterocromáticos.

Él sabe que no es quién para hablar, porque sus propios ojos no son lo más normal del mundo, pero los del chico son intimidantes y al mismo tiempo invitan a que los aprecies. Stuart siente una calidez invadiendo su pecho cuando esa mirada se conecta con la suya.

Se avergüenza al darse cuenta de lo que está haciendo; ¡Dios, el chico va a pensar que está loco! (Aunque está en la sala de espera, aguardando su turno para entrar al psiquiatra, ¿no es eso suficiente?). Baja la mirada, como si sus manos tuviesen el secreto sobre cómo desaparecer de la nada.

Escucha una risita baja y grave que fácilmente podría confundirse con un ronroneo. Entonces, por el rabillo del ojo, nota que el chico se sienta a su lado. Stuart tensa su mandíbula y luego se relaja, preparándose para la interacción social inevitable.

-Llevo tres meses aquí y es primera vez que veo a alguien después de mi sesión...

La voz áspera del chico le hace estremecer ligeramente y se obliga a mirarlo de nuevo. Está sonriendo, pero Stuart nota un ligero temblor en la comisura de sus labios y sabe que no es una sonrisa de verdad.

-Es mi primer día-. Admite.

Un fugaz brillo pasa a través de los ojos bicolor y su sonrisa crece, esta vez sin ser fingida.

-Espero que este sea tu horario de ahora en adelante. Así podemos encontrarnos cada semana.

Pot no sabe cómo tomar ese comentario, pero admira que el otro diga las cosas directamente. Asiente, sin ser capaz de seguir con la conversación.

-Uh... soy-

La puerta del doctor se abre, interrumpiendo y llamando la atención de ambos.

-¿Stuart Pot? -el doctor centra su atención en el peliazul mientras este se levanta, excusándose con una mirada del chico desconocido.

-¡Mucho gusto, Stuart! -exclama él, todavía sentado y con esa sonrisita en el rostro-. Cuidado con el doctor Hewll, puede hacerte llorar muy feo.

Stuart sonríe ante el consejo y mueve la mano como despedida estando dentro de la oficina, completamente ajeno a las miradas que comparten el chico y el doctor, este último con algo de desaprobación.

Entonces el adulto cierra la puerta y Stuart pierde la visión de esos ojos bicolor y vivaces.

-Toma asiento, Stuart...

[...]

Y a partir de ese encuentro, durante un mes, ambos se veían y hablaban sobre todo y nada y lo que alcanzaran en esos cinco minutos entre sesión y sesión. El mismo día, a la misma hora, una vez a la semana.

Era su momento.

Un espacio en el día que ambos comenzaron a anhelar. Saturado de magia en el tiempo que duraba; el clímax de sus horarios con solo lo necesario: su compañía mutua.

Stuart conoció y cultivó afecto hacia Murdoc, así como Murdoc hacia él.

Pero, entonces, ese pequeño rato no les era suficiente.

-¿Quieres ir a mi casa? -Ofrece Murdoc al sentarse junto a Stuart-. Puedo esperarte.

El peliazul asiente de inmediato, desbordado de emoción. Realmente esperaba que Murdoc le ofreciera verse fuera del consultorio, sino él sería quien diera ese primer paso (entre muchos titubeos y nervios, pero lo haría).

Murdoc ríe, contagiándose de la euforia del menor.

No vuelven a compartir más que una mirada cómplice, cuando el doctor abre la puerta para recibir al menor. Y él entra tras recibir una suave caricia por parte de Murdoc en el dorso de la mano, diciéndole con ese gesto que estará ahí cuando salga.

-Te veo especialmente feliz hoy, Stu. -Observa el doctor con curiosidad; cierra la puerta detrás de ellos, mirando de reojo a Murdoc afuera. No es ajeno a la relación entre sus dos pacientes, pero espera que Stuart le tenga la confianza para contarle.

El chico se encoge de hombros y toma su lugar frente al gran escritorio rústico. Hewll entiende el silencio, algo decepcionado, pero no insiste y se sienta frente a Stuart, comenzando su sesión de la semana.

consuelo en domingo 🪐 [ studoc ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora