ya se por que estás triste

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Estaba con Leo en el búnker 9, ayudándolo a organizar sus herramientas porque era un desastre. Algunas estaban regadas por el suelo y había aceite de Hefesto.

—Wey, ya sé por qué casi siempre estás triste —dije, terminando de trapear el suelo.

Leo me miró desde la mesa, donde estaba sentado para no pisar el suelo mojado, mientras limpiaba herramientas.

—¿Así y por qué? —me preguntó, curioso.

—Porque estás chiquito —dije, mirándolo.

—¿Y eso qué tiene que ver? —me preguntó, ofendido.

—Que no alcanzas la felicidad —dije, aguantando la risa.

—Ja, ja, muy graciosa —dijo en un tono sarcástico.

—Pero tú no estás muy alta que digamos, eres una cabeza más baja que yo —dijo Leo, levantándose de la mesa, poniéndose a mi lado y colocando su brazo sobre mi cabeza.

Yo resoplé, enojada, y me crucé de brazos.

—No te enojes, enana —dijo Leo, aún con su brazo sobre mi cabeza, y yo le di un codazo.

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