Pienso todo el camino a casa en Floyd Simmons. O por lo menos, gran parte del camino. Cuando llego a recoger a los niños en la escuela, se me hace imposible seguir dándole rienda suelta a mis pensamientos, pues, ellos insisten en lo hambrientos que están y eso me mantiene la mente ocupada.
Sospecho que mamá no hizo comida. Y al llegar lo confirmo, mis sospechas son una realidad. Entonces sin alternativas, comienzo a preparar unos espaguetis para nuestro almuerzo. Soy rápida y automática, en cuarenta minutos la comida está lista.
—Esta comida no tiene buen sabor —mi madre reprocha en voz alta, probablemente son las primeras palabras que me dirige en el día, su mirada se detiene en mí—. Sabes que te enseñé a hacerlo mejor, Elizabeth.
Dejo de masticar, porque mi estómago se cierra. Su comentario está lleno de veneno y me niego a seguir la conversación, ya que anticipo lo predispuesta que está a una discusión por el simple hecho de haberme llamado por mi segundo nombre.
Desvío mis ojos a los pequeños, a Ethan y Adrien, que me dirigen una mirada expectante y tensa. Basta con dedicarles una sonrisa para que consigan relajarse nuevamente. Sé la incomodidad que suponen los comentarios grotescos de mi madre, por ese motivo, siempre me preparo para hacerle entender a los niños que estoy bien, incluso cuando no lo estoy.
—Yo digo que están sabrosos —comenta Adrien.
—No, yo creo que son... ¡De lo más deliciosos en la vida! —exclama Ethan, con la boca llena.
Ahogo una risa y le guiño el ojo a ambos. Esas opiniones sí que me importan.
—Mi amiga Betty hace comida deliciosa —repone mi madre, escarbando en su plato con el tenedor.
—¿Por qué no le dices a tu amiga Betty que te invite a almorzar en su casa?
No pretendo sonar tan insinuante cómo lo hago, solo anhelo un almuerzo sin críticas, o comentarios despectivos. Los niños levantan sus cabecitas y nos miran de nuevo.
Ella me reprocha con la mirada.
—Sí —gruñe—, eso haré.
El resto de la comida se desarrolla en un ameno silencio y tranquilidad. Soy la primera en terminar la comida, porque soy también la que come menor porción. Por un lado, está esta psicosis en mi mente de que debo economizar el alimento, y, por otro lado, mi apetito desaparece una vez que me siento a la mesa.
Adrian levanta los platos y los deja en el fregadero, a su vez, Ethan va corriendo a su habitación. Después de unos segundos, somos solo mamá y yo en la cocina.
—¿Beatrice te ha comunicado?
Hago una mueca que ella no alcanza a ver. Esa, sin duda, es una conversación que no quiero tener con ella. Nada que trajera a colación a mi hermana mayor era una buena conversación para mí, solo saldría perdiendo de algún modo. No obstante, me las apaño para conservar la paciencia, y la miro sin comprender lo que dice.
—No realmente, ¿por qué?
—La última vez que hablamos, prometió que vendría pronto.
Un ácido atraviesa mi esófago y quiero expulsar la comida. Me tomo un vaso de agua y pienso en qué decir. Sin embargo, soy consciente de que es más de lo mismo, que esa es Beatrice tratando de exprimir lo más que pueda de mi vida para hacerla más amarga.
Como es probable, ella solo esta mintiendo.
—Eso estaría bien —es lo que digo—, pero ella no ha mencionado nada.
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Frágil
Teen FictionA Annabeth Foster con una escasa edad de diecisiete años, le cae un edificio de responsabilidades ante el abandono de su hermana mayor y la inestabilidad mental de su madre. Ahora no solo tiene que hacerse cargo de sus estudios, hogar, y su primogen...