Capítulo 5: Explosión de emociones

2 0 0
                                    


Pocas veces cuando duermo tengo sueños, y desconozco si ahora mismo, mientras reposo en mi cama, -entre un estado casi hipnagógico- regreso a un momento de mi vida desarrollada en un recuerdo.

Paredes de colores, olor a jugo de naranja, y risas infantiles es todo lo que percibía en una esquina de mi salón de primaria.

Acabábamos de llegar del patio central, dónde se llevó a cabo una actividad con los padres; sin embargo, yo no tengo papá, y mi mamá prefirió ir a la actividad de Beatrice. Naomi me preguntó por el paradero de mi padre, y le he dicho que no tengo, pero lo último que pasó por mi cabeza es que se encargaría de decírselo a todos.

—¿Es eso verdad? —escuché susurros alrededor de mí—. ¿De verdad no tienes padre?

Agaché la mirada, aterrorizada. Suplicando que se fueran las niñas que se cernieron alrededor de mí. 

—Por lo menos míranos —reprochó una, negué y escondí mi cabeza en mis manos—. ¿Y tu papá?

No podía hablar, no podía respirar. Me temblaban los dedos y quería romper a llorar.

—¡Responde!

No podía responder aunque quisiera. Perdí la capacidad de pronunciar algo, el nudo en mi garganta me lasmitaba y ahogaba. 

—Vio tu fea cara y se asustó, ¡ja! —había dicho una de ellas.

Todas empezaron a reír.


Me despierto aferrada a mis sábanas, con mi pulso desbocado dentro de mi pecho; y con esa voz que se reproduce con un escalofriante eco en mi cabeza. No estaba llorando, pero ahora lo hago. Odiaba ese día, ¿por qué después de diez años sigo recordándolo?

Veo a través de la ventana. La noche ya cayó. Después de mi conversación con Clint, caí rendida sobre mi cama. Pero mi cabeza daba tantas vueltas que ni siquiera sé si conseguí dormir. Solo tengo esta fea sensación vívida sobre mi piel de que irremediablemente todo respecto a mi vida duele, incluyendo mis recuerdos. Como si intentara saborear un limón, o acariciar una hojilla, resultaba doloroso y amargo.

Experimento eso en mi cuerpo hasta el día siguiente. Hago el desayuno y me alisto para ir a clases; huyendo de mi reflejo. Pero mamá se da a la tarea de hacerlo difícil, diciendo que me veo horrible y que debería mejorar en mi aspecto. Como es de costumbre, trato de no escucharla, pero por alguna razón, sus palabras tienen más efecto que de costumbre. Eventualmente, luzco como siempre hago, pero le atribuiré la mala noche que he pasado a que hoy sea peor que veces anteriores.

Durante el receso, me encuentro en el comedor, leyendo un libro de literatura. Por un lado, el bullicio me resulta favorable, pues no permitiría que me durmiera con la lectura, y mi libro de literatura me haría aparentar estar ocupada. Todo bien.

Hasta que llega alguien.

—Si consigues algo interesante en ese libro, me avisas.

Despego mis ojos de la página que ni siquiera estoy leyendo, y los detengo en Simmons, ¿pero qué rayos quiere?

—Aun si lo consiguiera, no creo que seas capaz de leerlo —repongo, carente de ánimos.

Trabajo en no ser demasiado hostil.

—Estás en lo cierto —se aproxima, apoyando sus codos sobre la mesa—, y eso es porque creo que tienes una definición errónea de interesante. ¿Comiste algo ya, Foster? 

Dejo caer mi libro a la mesa y lo observo desconcertada. ¿Se cayó de cabeza cuando era bebé o algo por el estilo? ¿Acaso no entiende la indiferencia?

FrágilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora