Helena salió de su apartamento apenas terminó de empacar. Bajó por el ascensor mientras pedía un taxi a través del celular. El camino al aeropuerto tardaría de 1 hora a 1 hora y media desde donde estaba. El viaje a ciudad C tardaría aproximadamente dos horas, así que estaría llegando en la noche.
Viajar a ciudad C tenía un propósito más allá del de huir de su matrimonio: encontrar a Olivia antes de que fuera tarde y darle una merecido paliza al bastardo adinerado.
Helena recordó lo que había escuchado de Liv (abreviatura de Olivia) en su anterior vida: el día domingo 23 de abril, ella se encontraba trabajando en el bar más famoso de ciudad C, un lugar que atraía a la gente rica. Olivia no era más que una mesera allí, así que tuvo la potestad de negarse muchas veces cuando los clientes se le insinuaban; pero ese día fue diferente, Jhon Hernández, el hijo del nuevo rico de la ciudad, era una persona sin escrúpulos. El hombre usó una droga afrodisíaca muy fuerte en Olivia y logró su cometido. Ella no denunció debido al miedo pero lo que más quería era huir de la ciudad así tuviera que convertirse en una habitante de calle en otro lugar, sin embargo, la familia del violador actuó antes, encontraron a Olivia y la amenazaron de múltiples maneras para que al final ella se casara con su victimario. Su vida después del matrimonio fue una llena de violencia y miedo, también llena de indiferencia y desprecio. Esa familia rica creyó que con su matrimonio podrían ocultar los malos actos de su hijo, pero no contaban con que Olivia no fue la primera víctima y no sería la última. Cuatro años después, un escándalo explotaría cuando varias de las víctimas denunciaron a las autoridades y Olivia aprovechó el momento para unirse a ellas. Después de un año más, ese hombre fue condenado a casi 30 años de cárcel, y Olivia pudo ser libre.
Helena suspiró con tristeza. Olivia pudo ser libre pero todas esas heridas a lo largo de los años aún eran supurantes.
Helena no conocía a la mujer por mucho tiempo pero sentía una conexión muy especial con ella y estaba dispuesta a ayudarla a evitar esa vida de tormento.
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Viernes, 7 de la noche.
Helena arrastró su maleta a través del mar de gente. El aeropuerto siempre parecía estar lleno, las personas iban y venían, algunas en pequeños grupos y otras caminaban solas, personas jóvenes y mayores mezclándose entre el mar de gente y la cacofonia del lugar. Estaban juntos pero a la vez no, cada persona iba enfocada en su objetivo.
Helena se dirigía a su sala de espera, su vuelo saldría en unos 45 minutos.
En este momento un estruendo se escuchó no muy lejos. Las personas se dispersaron en todas las direcciones como moscas sin cabeza.
A través de fragmentos de conversación, Helena descubrió que había un incidente de alguien armado disparando sin control en la zona VIP. Helena podía escuchar los gritos y llantos de algunas mujeres a lo lejos y el sonido ocasional de un disparo.
La marea de personas desbocadas empujaba ocasionalmente a Helena. Ella se movió hacia una esquina cerca de la pared para evitar ser arrastrada por la multitud.
Ahora se sentía afortunada de no haber comprado un boleto en primera clase por la prisa.
Mientras Helena se escondía en su esquina, un pequeño peso chocó contra ella. Al bajar la mirada había un niño muy lindo que había sido empujado por la multitud. El niño parecía tener unos 5 o 6 años y abrazaba con fuerza un osito de peluche cuya pata estaba manchada de sangre. El niño jadeaba con dificultad, sus ojos contenían miedo pero su expresión no mostraba emociones.
Las pupilas de Helena temblaron.
En el siguiente momento, un hombre extraño vestido de negro salió de entre la multitud y trató de llevarse al niño a la fuerza. El menor luchó con gran fuerza y parecía más asustado que nunca.
Helena no pensó mucho cuando le lanzó una patada al hombre, misma que lo tiro al suelo. El tiempo pareció detenerse cuando ella tomó al niño en sus brazos y huyó al cobijo de la multitud. Detrás de ella, un cuchillo se dirigía a su espalda, pero ella tuvo tiempo suficiente de esquivar y no le hizo más que un rasguño en el hombro.
Helena se movía con agilidad entre la multitud, gradualmente perdiendo a los perseguidores del niño. Pero no se atrevió a detenerse. Cuando estaba fatigada se detuvo en una esquina apartada donde no había mucha gente. Se sintió más tranquila cuando escuchó las sirenas de policía acercándose.
Sentándose en cuclillas para bajar al niño, Helena se limpió se sudor de la frente y preguntó entre jadeos.
— ¿Estás bien?
El niño asintió con nerviosismo, apretando el oso entre sus manos.
— Es bueno — Helena sonrió con amargura mientras se apoyaba contra la pared — ¿Vienen a por ti?
El niño asintió levemente pero luego negó con la cabeza. Jugueteo con sus dedos un rato antes de hablar en voz baja.
— Papá....
— ¿Vienen por tu padre? — Helena se sorprendió un poco y estaba conmocionada cuando vio asentir al niño.
El ambiente se sumió en un momentáneo silencio.
— ¿Todavía estás asustado? — Helena suspiró con pesadez, ya no estaba dispuesta a seguir preguntando sobre el tema.
El niño asintió con vehemencia.
— ¿Quieres un abrazo? — Helena extendió sus manos con inseguridad, considerando si abrazar a un niño extraño se vería bien o mal, o si parecería un secuestrador de niños.
El niño se mordió el labio inferior con vacilación pero al final asintió. Dejando su osito en el suelo, se acercó con nerviosismo a la bonita mujer.
Cuando Helena abrazó al niño, de alguna manera sintió un punzante dolor en el corazón, pero no sabía de dónde venía, y esta sensación fue tan fugaz que no tuvo tiempo de pensar en ello.
— ¿Cuál es tu nombre? — Helena acarició la espalda del niño para tranquilizarlo.
— Daniel... — la voz lechosa del niño todavía se oía en un susurro.
— Que bonito nombre... — Helena sonrió suavemente sin saberlo — Gusto en conocerte, Daniel. Mi nombre es Helena.
Daniel parpadeó, en su mente pensó que ese nombre sonaba muy bien. Y el perfume de ésta persona olia muy bien y su calor corporal alivió su inquieta mente.
Helena se separó del pequeño cuerpo y despeinó el suave cabello color azabache. Los grandes ojitos verdes la miraban con curiosidad y sin cautela.
— Muy bien... ¿Y ahora qué hacemos? — Helena se devanó los sesos mientras se rascaba la frente. No podían volver por donde vinieron, y tampoco sabían si el asunto estaba resuelto. Ella no sabía a quién debía entregar al niño y tampoco podía dejarlo a su suerte.
— Mi vuelo se retrasará... — Helena suspiró con pesar, en otras circunstancias podría tener un ataque de ira pero frente al suave polluelo su enojo se extinguió al instante — *Ah* Olvídalo... Vamos. Busquemos una tienda para comprar agua. Quizás podamos conseguir algo de información de paso.
Helena tomó la pequeña mano y ambos se movieron sin prisa.
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Renacer para rescatar al hijo del hombre tirano
RomansaHelena Sato Kotal se casó con el joven hijo y heredero de la familia Cortés por un contrato de matrimonio. Su única tarea era dar a luz un heredero para la familia Cortés, pero eso no sucedió. Cinco años después de entrar a un matrimonio sin amor, s...