Capítulo 1:

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El prolongado tono al otro lado de la línea fue silenciado tras lo que para Lestrade pareció una tortuosa eternidad. Las alarmas en su cabeza se intensificaron y el impulso de lanzar su teléfono contra el pavimento en el solitario estacionamiento se volvió difícil de ignorar.

─ ¡Maldita sea, Sherlock! Dame una jodida señal ─ bufó, lanzando al suelo la colilla del cigarrillo que se consumió entre sus dedos por cuarta vez. La falta de una respuesta por parte de Sherlock detonó en él la necesidad de volver a fumar después de años de haberlo dejado. ─ ¡Una sola señal! ─ exclamó mientras sus dedos se movían con rapidez sobre la pantalla táctil.

"Estoy llamando a tu hermano"

"¿Tengo que hacer otra jodida redada antidrogas?"

Observó los mensajes apilarse junto a los demás y pidió a todas las deidades habidas y por haber que esta vez si hubiera una respuesta. Se pasó la mano por el rostro en un intento de aliviar su frustración y su corazón se saltó un latido cuando el teléfono en su mano vibró.

Lo que comenzó como una sensación de alivio en su pecho se esfumó tan rápido como leyó el mensaje por parte de Donovan. La casa de los Waters, una familia de criminales deplorables, se encontraba rodeada en su totalidad a la espera de su presencia y una sola señal para entrar y arrestar a cada uno de esos malditos bastardos.

─ Mierda ─ murmuró, debatiéndose entre lo que sería uno de sus más grandes logros en su largo historial como inspector en jefe de Scotland Yard, y aquel chico por quien no dudaba en infringir la ley o dejarlo pasar a escenas del crimen como si de un niño en un parque de diversiones se tratase.

La imagen de Sherlock como un crío al que sentía constantemente el impulso de proteger se antepuso a todo en su mente.

"Sólo entren, maldita sea. No me esperen"

Ignoró la inmediata respuesta que sabía que provenía de una Donovan decepcionada y corrió sin un segundo pensamiento hacia el auto de policía a su disposición. Hizo sonar la sirena tras poner en marcha el auto y toda posible luz roja en los semáforos se tornó verde ante su mirada cegada por la preocupación.

Estaba exagerando. O por lo menos eso era lo que su mente intentaba gritar una y otra vez en un intento por tranquilizarlo; por hacer resurgir la cordura y razonamiento que le otorgó su puesto en el Yard. Pero tanto silencio de quien liquidaría a Dios para tener la última palabra no podía ser una buena señal. Sherlock siempre responde, murmuró su propia voz desde el rincón más oculto en su mente.

La rígida culata de su glock contra la palma de su mano lo trajo nuevamente a la nítida realidad. Giró la perrilla de la puerta principal y el silencio que lo recibió lo obligó a agudizar sus sentidos. La idea de Sherlock estando en un peligro inminente o al borde de la muerte a causa de una sobredosis mientras todo el mundo ignoraba su silencio le estaba carcomiendo el alma. Aquel sentir lo impulsó a subir las escaleras a prisa y, con la glock al frente y el dedo índice aferrado con la más sutil fiereza al gatillo listo para abrir fuego contra quien fuese necesario, abrió la puerta de golpe.

─ ¡Sherlock! ─ llamó, sintiendo la momentánea rigidez de cada uno de sus músculos cuando frente a él y con una tranquilidad digna de cualquier habitante en su propio hogar, se encontró a un hombre con el torso desnudo que se inclinó a tomar algo en el sillón de Sherlock.

─ Tú debes ser Gavin Lestrade ─ saludó el hombre, obsequiándole una sonrisa que pareció ocultar tras de sí una mueca divertida.

Lo que Lestrade pensó que sería su muy oportuna intervención, terminó sintiéndose como una invasión inapropiada. Más cuando el hombre, ignorando por completo el arma en sus manos, se llevó la mano libre al cabello húmedo y lo revolvió a favor de ordenarlo un poco hacia atrás; acción que delató que había estado duchándose un par de minutos antes.

Una SeñalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora