Capítulo 6:

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─ ¡Sherlock! ─ exclamó John cuando el detective, saltando el obstáculo brindado por el Golem al tirar en el camino un bote de desechos que fungía como fogata contra ellos, desapareció de la vista de ambos junto con la imponente criatura.

La desesperación en la voz del militar alarmó a Lestrade, quien incentivado nuevamente por su instinto protector, se apresuró a alcanzar a John para tener ambos en la mira a su único objetivo. Ambos se encontraron pronto en un espacio que, aunque oscuro, se pudo sentir lo reducido que era, creando una atmósfera claustrofóbica y asfixiante.

─ ¡Sherlock! ─ llamó John entre la completa negrura, cuya oscuridad pronto se vio interrumpida cuando a su arma se le unió la luz de una linterna que lo acompañó en todo momento.

Lestrade imitó sus acciones y en cuestión de segundos tuvieron frente a ellos al Golem, quien entre sus manos y contra su ancho torso apretujaba con fiereza el menudo cuerpo de Sherlock, cuyo rostro era casi cubierto en su totalidad por una de las monstruosas manos de la criatura. El joven detective pataleó a la nada al encontrarse suspendido en el aire y Lestrade temió que aquella bestia optase por partirle el cuello y dar fin a su vida sin un segundo pensamiento.

─ ¡Suéltalo o te volaré la puta cabeza! ─ exclamó John, con la voz cargada de rabia ante el nulo interés del Golem por sus palabras. Aquello trajo a la mente de Lestrade un solo pensamiento.

A John lo detenía exactamente lo mismo que a él. No eran los principios, el remordimiento o la falta de agallas lo que les impedía disparar, sino el hecho de cuán peligroso podía ser un disparo teniendo a Sherlock como alguna clase de escudo humano frente a la imponente criatura. Ninguno de ellos, ni siquiera John con el entrenamiento y sangre fría que el ejército debió demandarle, se atrevió a tomar el riesgo de fallar ese tiro.

Fue por ello por lo que, viéndose incapaz de disparar pero sin poder mostrarse ajeno a la vida que se escapaba frente a sus ojos, John tiró por los suelos el arma y valiéndose del desinterés del Golem por otra cosa que no fuese el frágil cuerpo que forcejeaba cada vez menos entre sus manos, rodeó a la enorme criatura. Frente a la luz de la linterna entre sus manos, Lestrade observó a John aferrarse con fiereza a la alta figura de la criatura por el cuello, aplicando presión con su brazo en torno a dicho punto en un desesperado intento por hacerlo soltar a Sherlock.

El cuerpo del joven detective se desplomó contra el piso de un momento a otro y la atención del Golem pasó de Sherlock a John, cuya fuerza se vio irremediablemente minimizada bajo las imponentes manos de la criatura y la lesión en su hombro que jugó en su contra exigiéndole un esfuerzo sobrehumano por mantener el equilibrio.

─ ¡Dispara! ─ ordenó con firmeza a Lestrade, quien nuevamente se debatió entre cumplir con aquella orden ante el peligro de fallar y herir a John, provocando con ello una significante desventaja y la muy posible muerte de aquel por quien Sherlock parecía demostrar sus emociones sin temor alguno. ─ ¡Dispara de una maldita vez! ─ exclamó John, sólo para un instante después y sin haber podido combatir más el dolor que lo embargaba, fue abatido contra el suelo por la alta figura del Golem que sin un segundo que perder se abalanzó sobre el militar y comenzó a asfixiarlo con ambas manos.

Con Sherlock inconsciente a un par de pasos de la criatura y John luchando por su propia vida, Lestrade decidió que un maldito papel más por llenar aquella noche e incluso su posible despido valdría la pena a cambio de proteger a Sherlock y junto con él a John Watson.

─ ¡Oscar Dzundza! ─ llamó Lestrade, atrayendo por primera y única vez la atención de la criatura. ─ ¡Ven aquí, maldito fenómeno! ─ exclamó y, sin darle oportunidad alguna de mover un solo músculo, empuñó con firmeza el arma entre sus manos y accionó el gatillo dos veces contra el torso del Golem.

El gutural quejido que emergió de la garganta de la criatura retumbó en cada rincón de aquel laberinto y, frente a la mirada cegada por la sangre fría del oficial que era, Lestrade vio venir contra sí al Golem con las manos extendidas hacia él. Los estruendos de un tercer y cuarto disparo aturdieron a Lestrade y pronto se vio aprisionado contra el suelo y bajo el peso de la criatura, cuyas manos presionaron violentamente contra su cuello hasta cortarle el flujo del aire. Quiso golpear toda posible extensión de piel con su puño izquierdo, pero el punzante dolor que le erizó la piel le reveló tras el repentino shock que la caída de aquel cuerpo sobre él le había ocasionado una muy posible fractura.

Su vista comenzó a nublarse y lo que se sentía como un último suspiro se convirtió en la nítida imagen del recuerdo de Sherlock y John intercambiando aquella mirada llena de emociones y afecto. No en la imagen de su esposa infiel, una compañera odiosa o un colega imbécil. Sólo Sherlock, aquel crío al que acogió como alguna clase de hijo el día de aquella sobredosis siete años atrás; y él, el militar que, tras aparecer de la nada y como él mismo, estuvo dispuesto a dar su vida por Sherlock.

El inspector cerró los ojos y todo posible sonido a su alrededor se volvió un prolongado zumbido en sus oídos. 

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