La mirada de dos oficiales y el forense de turno pasaron de Sherlock a Lestrade quien, ante su audible revelación que lo volvió el centro de atención, sintió su rostro arder por completo. Ni siquiera estando prácticamente en sus zapatos fue capaz de comprender cómo Sherlock se llegaba a ver nulamente afectado ante las miradas desaprobatorias de los demás cuando lanzaba al azar una deducción o comentario inoportuno frente a un cadáver.
─ Gregson ─ carraspeó Lestrade en un intento de acoplarse y retomar el mando de la investigación. Uno de los oficiales se acercó tras su llamado. ─ ¿Qué información tenemos? ─ preguntó, siguiendo con la mirada los pasos de Sherlock hasta uno de los cuerpos que el forense inspeccionaba. Observó la confusión en las facciones del profesional y con una señal de su mano y un asentimiento le pidió ignorar la presencia de Sherlock.
─ La señorita Emelia asegura que anoche vio algo extraño... ─ informó Gregson con cierta duda, señalando a la joven de tez pálida sentada lejos de los cadáveres que al menos habían tenido la decencia de cubrir con una manta. ─ Dice que cuando se despidió de sus colegas de turno y pasó a firmar su salida sintió que alguien la observaba ─ reveló, muy para el asombro y desconcierto del inspector.
La actitud vacilante de Gregson y el notable horror en la mirada de la testigo hicieron sentir a Lestrade que aquello no se trataba de ningún caso como el que hubiera visto antes. Él mismo vio las fotografías de las victimas que Dimmock le envió al correo y se vio obligado a admitir para sí mismo que la expresión en las facciones de aquellos pobres eran dignas de las de una película de terror. Como si en sus últimos segundos de vida se hubieran enfrentado cara a cara con la muerte en persona.
─ Lestrade ─ llamó Sherlock desde su posición en cuclillas al costado del cuerpo de la única mujer de aquellas cuatro víctimas. El inspector se alejó en silencio de Gregson, quien retomó su lugar junto a Emelia, y se colocó a la altura de Sherlock mientras que el forense guardaba su instrumentaría y les permitía echar un vistazo al cuerpo. ─ Esto es increíble, Lestrade. ¿Ves éstas marcas aquí? ─ preguntó Sherlock, trazando superficialmente con un dedo enguantado las finas pero notables líneas que surcaban el costado izquierdo del rostro de la mujer.
Lestrade observó a detalle y asintió.
─ Sé que es de vital importancia definir cuál ha sido el arma homicida, Sherlock, pero... ─ titubeó, intercambiando miradas entre el rostro de la mujer y Emelia, teniendo aún latente en su mente aquel algo extraño que Emelia aseguraba haber visto y que Gregson prefirió callarse. ─... sinceramente comienza a preocuparme más qué fue lo que esta pobre mujer vio antes de morir.
La curvatura que inició una sonrisa en labios de Sherlock detonó un escalofrío en la espina dorsal de Lestrade, revelándole sin palabra alguna que él tenía la respuesta a esa interrogante.
─ No un qué, sino a quién ─ reveló con una emoción que Lestrade supo que estaba luchando por contener. Los vellos en la nuca del inspector se erizaron ante el impensable aspecto del asesino y pasó saliva con dificultad. ─ Ése quién es el arma homicida, Lestrade.
El inspector negó con la cabeza un par de veces, revelando con la agitación de sus manos alzadas entre ellos que claramente no estaba siguiendo su tren de razonamiento a la misma velocidad demencial.
─ Más despacio, Sherlock. No... No estoy entendiendo a qué te refieres ─ balbuceó, obligando al joven detective a bufar su frustración y erguirse de golpe junto a él.
─ ¡Agh! ¡Usa tu cerebro, Lestrade! ¡Estás viendo pero no observas! ─ gruñó Sherlock, abalanzándose con la gracia y elegancia de un felino sobre cada uno de los cuerpos a los que dejó al descubierto en su totalidad y para horror de todos los presentes, sólo para después comenzar a apuntar con un dedo aquí y allá. ─ Hay marcas aquí, aquí y aquí ─ recitó, señalando muñecas, tobillos, cuellos y rostros por igual. ─ ¡No puede ser posible que nadie de ustedes se haya dado cuenta!
El silencio reinó en la bodega, a excepción del llanto inconsolable que provino de la mujer que tuvo la mala fortuna no sólo de ser la última en convivir con aquellas personas, sino también de encontrarse con sus cuerpos sin vida. Lestrade le dirigió una mirada desaprobatoria a Sherlock, pero no dijo nada.
─ Dios... ¿qué pasa por sus mentes tan simples? ─ exhaló Sherlock, riendo de forma incrédula. ─ ¡El arma homicida son sus manos! ─ exclamó como si se encontrase en un repentino ataque de bipolaridad en el que no se decidía entre estar decepcionado, emocionado o enojado. ─ Las líneas de sus dedos están impresas en cada hematoma, Lestrade. Ninguno de ellos murió aquí, fueron arrastrados desde otro sitio. Por eso hay múltiples marcas en brazos y piernas. Estas líneas en sus rostros no las creó otra cosa más que su mano mientras los asfixiaba...
Sherlock, para horror y absoluta desaprobación de Lestrade, enfatizó su explicación al imitar el modus operandi del asesino en uno de los cadáveres masculinos, contra el que presionó su mano enguantada a lo ancho de su rostro en un intento por lograr la mayor similitud de alcance que el asesino tuvo con su mano.
Grande fue la sorpresa de Sherlock cuando la longitud de su propia mano resultó verse pequeña en comparación a la del asesino. Lestrade se detuvo en seco en su intento por apartar a Sherlock de la evidencia cuando notó la diferencia al igual que éste y, como si las palabras hubiesen danzado fuera de sus labios por cuenta propia, titubeó:
─ S-Son... Son enormes... ─, únicamente para un instante después ser interrumpido por el alarido que profirió la joven junto a Gregson.
─ ¡Es un fenómeno! ¡Se lo dije! ¡Un monstruo de más de dos metros! ─ chilló Emelia, tirando de las ropas del oficial que luchaba por controlar su arrebato. ─ ¡Yo lo vi, yo lo vi! ¡Esa cosa me estaba acechando! ─ gritó, cediendo ante el agarre de Gregson, contra el que no tuvo más opción que ocultar su rostro para acallar su agitado llanto.
Pronto todos parecieron recordar que la mujer fue la primera en ponerlos sobre aviso de lo que eventualmente descubrirían. Ambos oficiales rehuyeron la mirada de forma avergonzada ante lo que pareció ser la culpa por haberla hecho pasar por una maniática debido a las circunstancias.
─ Oscar Dzundza... ─ murmuró repentinamente Sherlock, atrayendo la atención de Lestrade, a quien a falta de palabras que delatasen su duda, le repitió: ─ ¡El Golem: Oscar Dzundza! ¡Uno de los asesinos más peligrosos, Lestrade! ─ exclamó ante la aún notoria ignorancia del inspector sobre el tema.
Sherlock rodó los ojos con fastidio ante la confundida mirada de Lestrade y sin mediar mayor palabra se echó a correr en dirección a las puertas por las que habían entrado. El inspector, a falta de familiares u otras víctimas en condiciones de recibir algún tipo de disculpa por la conducta de Sherlock, decidió ir tras él.
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Una Señal
FanfictionLo que comienza con una preocupación latente en el pecho de Lestrade por la aparente desaparición de Sherlock, se convierte pronto en una angustiante lucha por proteger y sobrevivir. O: El día que Lestrade conoció a John Watson e hizo una promesa.