La suave vibración en el bolsillo derecho de su pantalón lo obligó a abrir los ojos aun cuando los restos que un quinto disparo dejaron tras de sí se seguían deslizando por su rostro. Abandonó su glock a un costado y con la poca fuerza que le quedaba apartó el cuerpo inmóvil sobre él. Se retiró los restos de materia gris y sangre del rostro y extrajo de su bolsillo su teléfono. La luz de la pantalla lo encandiló cual faro en medio del mar y leyó superficialmente cada mensaje, deteniéndose únicamente a leer a detalle aquellos que rezaban:
"Tómelo como un pago por mantenerlo a salvo – MH".
"Logré rastrear tu teléfono. No sé qué demonios pasa pero estaremos ahí en menos de 1 minuto".
Una débil sonrisa surcó sus labios en la absoluta oscuridad y se permitió respirar con alivio cuando el sonido de las sirenas se comenzó a escuchar en la lejanía.
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─ Ese fenómeno va a hacer que te maten un día de estos ─ bufó Donovan, dándole un ligero golpe en el brazo fracturado a modo de reprimenda. Pero aquello poco importó ante la tímida sonrisa de orgullo que intentó ocultar.
La captura de la familia Waters fue un éxito y como era de esperarse el mérito se lo otorgaron a Donovan, y junto con él un merecido aumento y reconocimiento. Lestrade sonrió ante las buenas noticias y ordenó ir a celebrar su logro a la teniente, quien sin chistar siguió la orden y se alejó. Al lado contrario de la calle y con una expresión que delataba su intento por acallar sus gruñidos de fastidio por la atención y toques no deseados, el inspector se encontró con Sherlock sentado en la parte trasera de una ambulancia.
Ignoró el dolor en su brazo aún sin atender y cruzó la calle para encontrarse con aquel joven difícil de soportar.
─ ¿Cómo te sientes? ─ preguntó al ver la bolsa de hielo presionada contra su cabeza, humedeciendo sus alocados rizos y pegándolos a su frente contra una mancha pegajosa de sangre.
Sherlock gruñó por lo bajo y apartó la bolsa, tomando de su lado una toalla de color chillón.
─ No paran de ponerme esta cosa en los hombros ─ bufó, tirándola a un lado y volviendo a presionar la bolsa contra su cabeza. ─ No recuerdo en qué momento me golpeé la cabeza, pero parece que me fue mejor que a ti... ─ observó, prestando atención a la notoria lesión en su brazo y lo que parecía ser un desastre rojizo en su rostro y cabello.
Lestrade sonrió con alivio al corroborar que Sherlock estaba a salvo, pero dicha sonrisa duró poco cuando la expresión cansada de Sherlock se tornó en una de pesar y temor inmedible.
─ E-Ese es... ¿es John? ─ titubeó con la voz temblorosa, con la bolsa de hielo deslizándose de sus manos hasta terminar en el suelo.
Lestrade sintió que su corazón se contrajo cuando miró tras de sí a los paramédicos empujando una camilla en dirección a las ambulancias. Sherlock y él salieron prácticamente ilesos, pero ninguno de los dos tenía información sobre el estado de John. Lestrade notó el violento movimiento de Sherlock tras de él al ponerse de pie y por puro instinto ante la costumbre de detener a familiares de presenciar escenarios horribles y sangrientos, sujetó a Sherlock por la cintura en un intento por frenarlo.
─ ¡Suéltame! ¡Suéltame, Lestrade! ─ chilló Sherlock a todo pulmón, con los ojos bañados en lágrimas al reconocer la ropa y el perfil de John a la lejanía. ─ ¡John! ─ sollozó con un hilo de voz desesperado ante la falta de una respuesta por parte de éste.
El nudo en la garganta de Lestrade se tensó ante el llanto del joven detective, a quien sin importar el dolor en su brazo se negaba rotundamente a soltar. No quería permitir que Sherlock pasara por una pérdida así; no después de la última vez.
─ ¡John! ¡John, por favor! ¡Responde! ─ imploró entre sollozos, sin reducir en lo más mínimo sus esfuerzos por liberarse y correr hacia él. ─ ¡Lestrade, déjame ir! ¡Necesito estar con él! ─ pidió una vez más y, al notar que nada de lo que dijera lo haría ceder, se vio obligado a golpear con fuerza el brazo herido de Lestrade, quien tras un alarido de dolor puro terminó por soltarlo.
─ Sherlock, no... ─ murmuró el inspector con la voz entrecortada por el dolor y la angustia ante la posible reacción de Sherlock, a quien sin remedio alguno pero yendo tras él, observó correr sin mirar atrás; sin importar que sus piernas fallasen a medio camino y lo hicieran estar a punto de caer sobre el frío pavimento.
Con un sollozo ahogado formando el nombre del militar, Sherlock se desplomó contra el cuerpo de John al llegar a él. Los paramédicos intentaron decirle un par de cosas, pero al igual que con Lestrade por fin junto a ambos, Sherlock ensordeció y se cegó a todo a su alrededor. Ocultó el rostro contra el hombro desnudo de John y un gemido de angustia pura abandonó sus labios cuando fue consciente de la gran mancha de sangre que se seguía expandiendo en su camiseta y contra la venda improvisada que los paramédicos le aplicaron en el hombro herido.
Lestrade no fue consciente de cuán grave era su herida hasta que la mancha carmesí se detuvo a mitad del costado de su camiseta y a la altura del ombligo. Pero aquello pareció importar realmente poco cuando, frente sus ojos, un par de dedos se abrieron paso por la revuelta cabellera de Sherlock para llamar su atención.
─ Estoy bien, amor... Estoy bien... ─ aseguró John con un suspiro cansado, manteniendo los ojos cerrados y sus dedos deslizándose por el rostro de Sherlock cuando éste se apartó suavemente de él para mirarlo con atención.
Las lágrimas se deslizaron nuevamente por las enrojecidas mejillas de Sherlock y sujetó contra su rostro la mano del militar.
─ John... John... ─ repitió nuevamente, como si su lenguaje estuviese enteramente conformado por ese nombre. ─ Creí... Creí que te había perdido... ─ sollozó Sherlock con un hilo de voz, guiando la mano de John hasta sus labios para besar el dorso de esta en un acto de amor y adoración que Lestrade creyó que jamás sería capaz de presenciar por parte de Sherlock hacia otra persona.
La risa cansada y momentáneamente interrumpida por una pequeña tos por parte de John enmudeció a todos los presentes; entre ellos los paramédicos, a quienes tras observar sin el acostumbrado apuro e insistencia de tratar a un herido de gravedad, Lestrade se encargó de indicar que les dieran un poco de privacidad. Él mismo hizo lo propio, pero se quedó lo suficientemente cerca como para mantener la vista en ellos y ser participe inactivo de aquella conversación.
─ Cariño, sabes que se necesita más que una bala para terminar conmigo... ─ bromeó John, abriendo por fin los ojos para apreciar, con la misma adoración profesada hacia él, las compungidas facciones de Sherlock a quien con una sonrisa recitó: ─ La guerra no logró alejarme de ti. Un hijo de perra anormalmente grande tampoco lo iba a hacer, amor... No iré a ninguna parte lejos de ti. Ya no más... ─ prometió, apartando con su mano el rastro húmedo de las lágrimas en las mejillas ajenas.
Frente a la mirada de Lestrade, a quien se le unieron los paramédicos para atender su brazo herido, los labios de aquellas dos personas, que extrañamente parecieron ser creadas el uno para el otro a su manera, se unieron tras lo que se sintió como una tormentosa eternidad.
Lestrade se encontró sintiéndose extrañamente familiarizado a dicha escena, como si la conexión, intimidad y complicidad de Sherlock y John ya hubiese sido expuesta frente a él en incontables ocasiones. Fue entonces que, tras romper la unión de sus labios y observar la plenitud y adoración en el rostro de ambos sin perder contacto alguno, Lestrade por fin la aceptó.
Aquella escena tan breve en palabras pero tan basta y abundante en sentimientos y acciones, fue la última señal que Lestrade necesitó para saber que Sherlock jamás volvería a estar solo. Que John Watson, con el temple de acero de un hombre de guerra dispuesto a matar o salvar una vida incluso a cambio de la suya, se había convertido ya en aquel que velaría por el bienestar de Sherlock y destruiría con sus propias manos a quien se atreviese a tocarle un solo cabello.
Él, por su parte y a partir de ese momento, prometió asegurarse de que Sherlock Holmes y John Watson volviesen siempre el uno junto al otro.
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Una Señal
FanfictionLo que comienza con una preocupación latente en el pecho de Lestrade por la aparente desaparición de Sherlock, se convierte pronto en una angustiante lucha por proteger y sobrevivir. O: El día que Lestrade conoció a John Watson e hizo una promesa.