El silencio que se prolongó en el auto le permitió a Lestrade pensar a fondo en toda la situación. Para él seguía siendo un misterio el aspecto y propósito del asesino del museo, pero para Sherlock parecía más claro que el agua. Lo único que le daba un poco de esperanza es que la nueva dirección prometía esclarecer las cosas y, con suerte, permitirles dar con el paradero del asesino. Aunque si alguien se lo preguntaba, Lestrade realmente no sentía entusiasmo alguno por encontrarse con quien dio una muerte tan horrida a aquellas personas.
─ Apaga las luces ─ indicó Sherlock con la voz áspera ante tanto silencio, tomando por sorpresa a Lestrade quien, como si su cuerpo actuase por cuenta propia, apagó las luces frontales del auto y guardó silencio antes de procesar del todo la señal. ─ Es peligroso estar aquí.
Lestrade asintió a la oscura silueta a su lado en el auto y condujo con cuidado un par de metros más adelante. Un bajo "aquí" fue suficiente indicación para que se detuviera al costado de un callejón aledaño a la parte inferior del puente, donde la luz brillaba por su ausencia a excepción de un ligero resplandor producto de algunas fogatas casi extintas.
─ ¿No se supone que todos aquí son tus amigos? ─ inquirió Lestrade por lo bajo, buscando en la cinturilla del pantalón su inseparable glock, a la que unió la linterna de bolsillo que Sherlock le pasó al bajar del auto.
─ Yo no tengo amigos ─ gruñó Sherlock, caminando hombro a hombro al costado derecho de Lestrade entre aquel laberinto de paredes grafiteadas.
El inspector observó el momentáneo desliz de una silueta al final de una de las paredes y apuntó la mira de su glock y la linterna hacia el frente, teniendo toda la intención de encenderla y sorprender en el acto a cualquier vagabundo con intención de robarles o atacarlos. Sin embargo y adelantándose a toda posible acción suya, el peso de la mano enguantada de Sherlock le indicó bajar el arma y mantener un perfil bajo por más tiempo.
─ ¿Qué estamos buscando aquí? ─ preguntó en un susurro que no estuvo seguro de haber hecho llegar a oídos de Sherlock, quien sin darle respuesta alguna se alejó de él un par de pasos por delante.
Entonces, frente a la atónita mirada de Lestrade, Sherlock desapareció al costado de una de las paredes como si algo hubiera tirado de él con más fuerza de la necesaria. Las alarmas en su cabeza se encendieron al instante y la glock retomó su lugar al frente, junto con la linterna aún apagada a modo de mira para un tiro fijo y certero. Pensó por impulso en llamar a Sherlock, pero la última gota de raciocinio que se antepuso a su instinto protector le recordó que se encontraba en un lugar lleno de gente que no tenía miedo a perder lo único que les quedaba.
Fue por ello por lo que, actuando por un impulso silencioso y de la forma más rápida que su tenso cuerpo le permitió, dio un par de zancadas hacia el costado de la pared; sólo para que la familiaridad de aquel rostro de barba cobriza que se iluminó por completo con la tenue luz de una fogata lo detuviese de apretar el gatillo.
─ ¡Shhh! ─ siseó John frente a él, con una mirada alerta y demandante que el inspector sintió atravesarle el pecho de lado a lado.
Lestrade tuvo que cerciorarse dos veces de que aquel hombre no se trataba de ningún extraño con intención de hacerles daño, y que la alta figura de Sherlock aprisionada contra la pared y con la boca cubierta por la mano de John no tenía intención alguna más que mantener al detective en absoluto silencio.
Sin apartar la mano sobre la boca de Sherlock, John señaló al inspector un punto fijo tras de él con la mirada. Lestrade entendió la indicación y miró por sobre su hombro, solo para percatarse de que allá en la lejanía y contra otra de las altas paredes con grafitis se dibujaba a la perfección la imponente figura del asesino gracias a otra fogata. Los vellos en la nuca de Lestrade se erizaron y el arma entre sus manos tembló junto con él.
─ Lo prometiste, Sherlock ─ reprochó John en un susurro cargado de enojo, atrayendo la atención de Lestrade de regreso a ellos. ─ Dijiste que no irías tras ellos por tu cuenta.
El inspector observó el sentimiento de traición y enojo en la mirada fría del militar, al igual que la mirada arrepentida de Sherlock, cuya boca quedó descubierta tras una mueca de malestar en el rostro de John. Lestrade recordó entonces el parche en el hombro del militar y en su cabeza cobró sentido aquella mueca de dolor producto de una herida, estimó él, demasiado reciente y en proceso de sanación.
─ John... ─ murmuró Sherlock con la voz cargada de preocupación e intentando por impulso tocar el hombro herido de John, quien se limitó a rechazar su toque y mirarlo con completa seriedad.
─ Termina con esta maldita mierda de una vez ─ ordenó con un gruñido, señalando en dirección a la criatura a un par de metros de ellos.
Fue hasta ese momento que tanto Sherlock como Lestrade parecieron volver a ser conscientes de que allá en la lejanía había un hombre capaz de arrebatar la vida de un ser humano con una sola mano y el más mínimo esfuerzo. Al inspector le pareció ver el brillo de un par de lágrimas contenidas en los ojos de Sherlock, pero decidió pasarlo por alto cuando el joven detective se encaminó con decisión hacia el asesino.
Lestrade se lamentó más que nunca haber seguido ciegamente a Sherlock, sin cuestionar nada y, más importante, sin considerar que cualquier lugar al que lo terminase guiando siempre terminaba convirtiéndose en un campo de batalla en el que requeriría apoyo. Ahora no sólo se encontraban en peligro, sino que incluso si pudiera pedir ayuda, todos los oficiales estaban junto a Donovan en la captura de los Waters. Estaban irremediablemente solos contra aquella criatura sanguinaria.
Los pasos firmes y seguros de John tras Sherlock lo sacaron de su ensimismamiento y no dudó en seguirles los pasos, sintiendo la sangre helarse por sus venas cuando sin previo aviso y anticipando las acciones de todos, Sherlock exclamó por lo alto:
─ ¡GOLEM! ─, para acto seguido y de forma sincronizada con aquella criatura, echarse a correr tras él, seguido de un John que sin previo aviso extrajo su propia arma de la cinturilla de su pantalón.
Lestrade corrió tras ellos y lo que al comienzo fue únicamente una sombra moviéndose en la oscuridad, se convirtió en un ser nítido de carne y hueso cuya estatura habría sido imposible de pasar por alto en las calles de Londres. Fue ese el momento en que Lestrade entendió que lejos de ser otro sitio para encontrar pistas, aquel lugar se trataba ni más ni menos que la guarida del asesino. Por un momento, en el que vio las largas zancadas del Golem poner mayor distancia entre ellos, entendió el sentir del militar de barba cobriza que al igual que él fue llevado hasta ahí a base de verdades a medias.

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Una Señal
FanfictionLo que comienza con una preocupación latente en el pecho de Lestrade por la aparente desaparición de Sherlock, se convierte pronto en una angustiante lucha por proteger y sobrevivir. O: El día que Lestrade conoció a John Watson e hizo una promesa.