1. Una sorpresa desagradable.

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La brisa acariciaba mi cara y los mechones de mi cabello volaban libres de la prisión del moño en el que lo sometía todos los días. Miraba los bombillos de las calles lejanas los cuales alumbraban con intensidad y dejaban ver la desnudes de sus calles, tan solitarias pero de algún modo bonitas.

Había sido una de las razones por la cual me había mudado a este lugar hace ya tres años, era solitario y tranquilo, con vecinos amables, que no se mentían en asuntos ajenos o que andan pendientes de tu vida.

Cuando visite el barrio por primera vez me encanto, supe enseguida que quería vivir aquí, estaba lejos del centro y del bullido de las personas y el trajín del día a día en la parte central, quería estar en un espacio que no fuera urbano, pero después de tres días me lleve una desilusión porque no encontraba una casa o departamento solo; Luego me dijeron que había una casa dúplex disponible, no me agrado la idea para nada, vivir en una casa dúplex era prácticamente vivir con alguien más, solo que una simple y fina pared era la que separaba. Le di un vistazo a la casa, no voy a negar, me encanto desde un principio, era pequeña y acogedora, tenía su sala, cocina, un baño y dos habitaciones, la cual una de ella contaba con balcón, no me pude resistir.

Alquile una parte de la casa, y estaba tentada en alquilar la otra parte pero después pensé que sería algo estúpido ya que no habitaría la otra zona, no valdría la pena, sería un gasto demasiado innecesario, la señora Amelia la cual era dueña de la casa me convenció y me prometió que ella se encargaría que la otra persona que llegara alquilar la otra parte de la casa, fuera alguien bonancible.

Y así fue, un año después se mudó una chica, no trate mucho con ella, solo nos saludábamos con un asentamiento de cabeza cuando coincidíamos en el balcón, o en las calles, no era buena para ser amigos me basto tener una mala experiencia para ser muy cuidadosa a la hora de elegirlos, solo tenía una amiga; La chica vivió tres años aquí, un fin de semana me di cuenta de que había mucho ruido al lado, después de asomarme disimuladamente al balcón, me di cuenta que la chica se estaba mudando, después supe que ella había conocido a alguien y se mudó con esa persona.

Las luces de al lado estaban encendidas, yo acababa de llegar del parque que estaba a unas cuadras, sacaba todas la noches a Doki a pasear, era vital para él ya que el resto del día se la pasaba solo en casa porque yo tenía que trabajar, aunque ya no era como antes que salimos a correr y hacer deporte juntos, solo veinte minutos era suficientes para él, o bueno, eso era lo que su viejo cuerpecito aguantaba.

Estaba sentada en la silla mecedora tomando mi taza de chocolate con Doki en mis piernas cuando en el balcón de al lado sale alguien con una escoba y un recogedor de polvo.

Era la señora Amelia, fruncí el ceño porque me pareció extraño verla ahí limpiando, cuando esa parte de la casa no estaba habitada por alguien ella venia cada tres meses a limpiar, pero si mi memoria no fallaba hace tan solo un mes había hecho eso.

La señora Amelia al notar que yo estaba sentada en el balcón, me sonríe y se acerca.

―Hola Eliana, ¿Cómo estás?

Era una señora muy buena, para su edad era más tratable y sociable que ni yo misma, no fue exigente a la hora de alquilar el lugar, ni tenia reglas estúpidas como que no podía venir mucha gente, o que no podía tener animales, lo cual era primordial para mí, si no te gustan los animales en definitiva no me agradaras. Lo único que pidió era que estuviera al día con el alquiler.

En atención a lo cual, nunca fue ni sería un problema para mí, ya que después de unos años la responsabilidad se había vuelto mi segundo nombre.

―Hola señora Amelia, estoy bien, gracias. ¿Y usted? ― respondo mientras sigo tomando de mi chocolate caliente y con mi otra mano libre acaricio a mi perro.

El pasado que nos uneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora