Capitulo 2: Un día pésimo

180 11 1
                                    

Odio a los hombres. Son groseros, sucios y muy despreocupados. Al menos los empleados de las tiendas se esforzaban por verse en el mejor estado posible y no eran tan crueles como esta basura de persona que está sentado justo a mi lado haciendo de la clase imposible de comprender. Para mi buena suerte, la campana ruge anunciando el final de esta clase y el inicio del receso. Me encamino a la salida de este salón a toda velocidad junto con mi bolso mientras volteó hacia atrás asegurándome que ese chico no me estuviera siguiendo. Para mi sorpresa, el también se levanta y se dirige a mí.

En un intento desesperado de escapar de su vista, salgo por la puerta y camino lo más veloz posible por el pasillo. Mi cuerpo choca con algo solido, doy la cara rezando para que no fuera lo que estaba sospechando, pero esta vez mis plegarias no fueron escuchadas. Era un chico. Una cálida y amigable sonrisa me recibió, no como el amargo suspiro de esa otra persona.

—Tú debes ser la chica nueva ¿verdad?— dice sin extinguir su sonrisa —Deberías fijarte bien por donde caminas... y qué tocas.

En ese momento me percate que la sonrisa que tenía plasmada en el rostro se había tornado a una nerviosa y asustada. Al mover mi mano noté que se encontraba en la parte superior de sus muslos.

—¡Per...perdón!—Grité corriendo lo más rápido que pude.

Desde lejos, logro escuchar una burla seguido de una carcajada. Al voltear, un gran cuerpo me señalaba con una riza burlesca seguida de unos ojos color caramelo, era la misma persona repugnante que se sentó a mi lado. Lo hubiera abofeteado, pero la vergüenza me impedía regresar, o incluso seguir mirando hacia atrás.

En mi camino encontré un baño de mujeres. No pensé dos veces antes de entrar para escapar de su campo visual. Abro el grifo y humedezco mi cara tratando de aclarar mi mente. Me doy unos pequeños golpes en las mejillas, pero al instante choco varias veces mi cabeza contra la pared.

—Parece que no te ha ido muy bien— Se escucha una voz femenina desde atrás.

No me había dado cuenta que los baños eran para 2 personas.

Por instinto, levanto la cabeza y pongo los ojos como plato. Maldigo en voz baja y trato de arreglar un poco mi cabello que se había desordenado por los golpes.

Sus ojos se abrieron demasiado y sus manos se colocaron en sus labios. Asustada ante su reacción, examino con la yema de mis dedos mi frente. Una mancha roja queda plasmada en mi dedo índice.

 ≪Maldición≫

No suelto ni una sola palabra, solo ignoro la gravedad del asunto y vuelvo a mojar mi rostro.

—Espera, déjame ayudarte— Se ofrece juntando las manos y sacando un pañuelo de su bolso.

Asiento y me acerco ella. Sus ojos verdes se encuentran con los míos, sus lentes hacían que no se lograran apreciar con claridad hasta que prestaras atención. Mi frente es masajeada cuidadosamente con su pañuelo blanco, que al poco tiempo se tiñe de rojo.

—Espero que te sientas mejor— Exclama un poco desconcertada y exprime el pañuelo que se encuentra bañado en sangre.

—Muchas gracias— Respondo y alargo mi mano —Mi nombre es Florencia.

—Mi nombre es Sofía— dice sonriendo y estrechando mi mano.

Sofía ha sido muy agradable conmigo, incluso me ha llevado con sus amigas, que también me han tratado de lo más grato posible. Lo único que me molesta es que estamos situadas en unas sillas que están justo al lado del campo de soccer, y ahí están todos los hombres, incluyendo a ese pendejo odioso.

El polvo que es levantado por el balón cae en nosotras, parece que a ninguna le molesta, ya que vienen en minúsculas ráfagas. Mi nariz se empieza a congestionar poco a poco y mis fosas nasales se empiezan a cerrar junto con mi garganta hasta que no puedo tomar nada de aire.

Desesperada me tiro al suelo dando vueltas. Mi rostro se torna color morado y mi inhalador no está por ninguna parte. Los chicos dejan de patear el balón y se aproximan con velocidad hacia mi paradero. Volteo a ver a Sofía recreando la acción que hacen la gente que utiliza inhaladores con mis manos. Ella capta el mensaje y lo difunde entre las personas para que ayuden.

—Eduardo tu eres asmático también ¿verdad?— Pregunta una voz grave a lo lejos, pero no hay respuesta.

Al pasar unos segundos, un gran brazo me rodea la cintura levantándome mientras el otro brazo coloca el inhalador en mis labios.

—A la cuenta de tres inhala con fuerza, ¿bien?— Dice en voz baja. Un escalofrío recorre mi columna, pero su aliento caliente lo hace desaparecer en segundos.

—Uno...Dos...Tres.

Inhalo con fuerza y siento como mi garganta se va destapando y mis pulmones se llenan de aíre. Abro mis ojos y dirijo mi rostro al suyo, al ver su cara me fue imposible creer quien era. La misma persona que se quejó de mi llegada, me creyó muy patética, tanto que ni siquiera se dignó a mirarme al dirigirme la palabra y que no conforme con eso, se burló de mí al chocar con una persona y accidentalmente tocar algo no muy agradable, estaba ahí, salvándome de ser ahogada.

Los hombres empezaron a aullar y las amigas de Sofía empezaron a murmurar. No entendí que sucede hasta que observe nuestra posición. Eduardo estaba abrazándome por detrás con una mano, mientras su otra mano se encontraba enroscada en mi cuello , su cara se encontraba separada solo por unos escasos centímetro de la mía.

Al instante me pongo roja como un tomate y los ojos casi se me salen. Separo su mano de mi estomago y corro hacia los salones.

Busco el salón más lejano para resguardarme ahí el resto del receso. Al momento que entré a la última aula, pude ver al chico con el que había chocado hace 25 minutos sentado de espaldas en la esquina del salón gimiendo y moviendo la cabeza hacia atrás. Cuando escuchó el ruido que transmití, volteó hacia mí. Me percate que él no era el único ahí. Otro chico se encontraba de rodillas debajo de él.

Elige unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora