capitulo 4: Terapia electro convulsiva

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Las llantas del auto son detenidas en el duro asfalto, mientras las aves vuelan libremente en parvadas y las hormigas inundan el cadáver de aquel pato desafortunado. Las gotas de lluvia ruedan por la ventana, obstruyendo mi nublada vista. La sombrilla carmesí de mamá cae al suelo, un quejido por lo bajo remplaza el silencio que empezaba a asfixiarme.

La puerta del asiento copiloto es abierta, la cara de mi madre es manifestada del otro lado. Unas cuantas gotas caen en su cabellera rubia y sus nudillos pálidos tiemblan por el peso del paraguas. Asiento ligeramente antes de tocar la superficie rocosa del hormigón. Los pasos me consumen y el miedo amenaza con asfixiarme.

Doy una gran bocanada de aire antes de que las pesadas puertas blancas sean empujadas. El pasillo está totalmente vacío, solo es adornado con una silla para discapacitados y una bolsa de suero. Aprieto ligeramente la mano de mi madre mientras nos acercamos al consultorio. El conocido rostro de Diandra, la recepcionista, se centra en nosotras. Su boca se curvea hacia arriba, su brazo del diámetro de un balón de basquetbol se levanta y con la palma de la mano nos saluda. Mi madre le sonríe y yo me limito a hacer el mismo gesto, aunque sonreír no es lo que más quiero hacer.

Estamos a unos pocos pasos del consultorio. Mis manos están empapadas de sudor, junto con todo mi cuerpo. Las personas caminan en líneas paralelas, cada una con sus problemas. El rostro empapado en lagrimas de un bebe mientras su mamá lo carga empieza a irritarme en estos momentos, no hay nada más molesto que los gritos de un bebe.

Una segunda puerta es empujada, pero esta es más ligera que la anterior, es la que más me aterra. El doctor Edgar muestra su sonrisa falsa y me estrecha la mano. El duro cojín del asiento amortigua mi caída haciendo de ella un poco menos incomoda. El aire acondicionado me congela en este momento, pero parece que nadie lo nota.

Se para que estoy aquí, si no lo supiera no estuviera tan nerviosa y asustada. Las palabras exhaladas por el doctor se desvanecen y se hacen imposibles de escuchar. Unas cuantas gotas de sudor caen por mi frente, haciéndome sentir que no estoy muerta, que todavía estoy aquí, en la tierra. Los momentos tan agradables en los que pase con adrian parecen haber sido hace años. Como puede ser que después de un día tan bueno, se vuelva malo y después bueno y malo. Todo es tan confuso.

Antes de darme cuenta de donde estoy, unos algodones son colocados en mis sienes y una especie de varilla de plástico es introducida en mis labios.

- ¿Lista Florencia?

No me da tiempo de contestar cuando ya enciende un aparato.

[...]

Una jaqueca intensa invade mi cabeza, el muy desgraciado doctor no me advirtió que eran 16 sesiones. Mi madre, desde el banco de mi lado, me obsequia una botella de agua. Aliviada de ya no tener que tomar más medicación, doy un gran suspiro de alivio y me dedico a dar un gran sorbo, acabando con casi la mitad del contenido.

- ¿Ya te sientes mejor Florencia?- Pregunta con un tono suave de voz y cuando estoy a unos mili segundos de responder, cubre mis labios con la palma de su mano -Tranquila, no es necesario hablar, me imagino que ha sido difícil para ti.

《Al fin alguien que me entiende》

-Pero, viendo el lado positivo: ya no vas a tener que tomar medicamentos en mucho tiempo.

《¿¡En mucho tiempo!?》

Hija de la chingada, tuve que soportar 16 choques eléctricos para que me vaya saliendo con que esto es temporal

Mis ojos se abren como platos ante el comentario de mi madre, ella solo sonríe y asiente lentamente.

-Lo sé, se que estas muy feliz

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