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107, d.c.

En la cálida escena de las estancias reales, la pequeña Aemma jugaba alegremente en las piernas de su hermana mayor, Rhaenyra, quien reía con dulzura al escuchar las balbuceantes palabras de la niña. El tiempo, inmisericorde, había transcurrido rápidamente desde la muerte de su madre, y la vida de la familia real estaba marcada por acontecimientos significativos. Ahora, Rhaenyra ocupaba el puesto como heredera al codiciado Trono de Hierro, mientras que el rey había contraído matrimonio con Alicent Hightower, la hija de su mano, quien aguardaba ansiosa la llegada de su primer hijo.

—Rhaaa... eee... nyyy... raaa... —intentaba pronunciar la pequeña princesa, mientras Rhaenyra, con paciencia y amor, le ayudaba en su esfuerzo.

—Rhe... ni... na... —balbuceó Aemma, absorta en un juguete regalado por su madrastra, Alicent, quien se asomaba con un vientre abultado a los aposentos.

Las puertas se abrieron, revelando a Alicent con una sonrisa en el rostro y una mano cariñosa sobre su incipiente embarazo. Aunque la relación entre la ahora reina y su hijastra se había vuelto tensa, Alicent intentaba no dar una mala impresión a la pequeña, pues en su corazón se había formado un rincón especial para ella.

—Princesas —las saludó con amabilidad, colocando una mano en su prominente vientre.

—Debería estar acostada, Alteza —gruñó Rhaenyra, expresando su disgusto ante la presencia de su antigua amiga.

—Los maestres sugirieron que camine y trate de estar tranquila antes del parto —respondió Alicent, intentando esbozar una sonrisa—. Además, quería ver a esta pequeña.

Cuando Alicent se acercó con la intención de mimar a Aemma, Rhaenyra se levantó de golpe, protegiendo a su hermana en un gesto protector.

—Aemma estaba por dormir, Alteza —declaró, meciendo a la pequeña—. Será en otro momento.

Alicent entendió el mensaje, era claro que Rhaenyra quería mantenerla alejada y haría lo que fuera necesario para que su hermana también lo estuviera.

—¿Por cuánto tiempo más seguirá así? —preguntó la reina, buscando un entendimiento—. No puedes apartarme de Aemma; ella también es mi familia.

—Tu hijastra —soltó Rhaenyra con determinación—. Hija de la primera esposa de mi padre, mi hermana.

—Rhaenyra...

—Puede que ahora seas la reina, pero no tienes derecho sobre mí ni sobre ella. No es tu familia, no comparte tu sangre y tampoco lo hará con los niños que traigas al mundo.

—¡Agh! —Alicent se contrajo, colocando una mano en su vientre.

—¿Alicent? —Rhaenyra, retornando a la realidad, se percató del error cometido—. ¡Alicent!

Con cuidado dejó a su hermana en la cuna y corrió a auxiliar a la embarazada.

—Creo que el bebé... —con la respiración entrecortada, intentó hablar, pero un quejido resonó nuevamente—. ¡Ahhh!

—¡La reina rompió fuente! ¡Está en trabajo de parto! —gritó la peliplata a las damas de compañía y niñeras presentes.

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En la siguiente escena, las damas de Alicent observaban con sonrisas radiantes al recién nacido. Era un Targaryen en todos sus rasgos, y a pesar del temor de Alicent por la vida de su hijo, agradecía a los dioses por un parto tranquilo en comparación con las angustias que viven otras mujeres.

—Su nombre será Aegon —anunció un rey contento, acunando al niño en sus brazos.

Rhaenyra, testigo del parto, frunció el ceño, pensando lo peor de ese niño. ¿Acaso la desplazaría como heredera? El rey, notando la incomodidad de su hija mayor, se acercó con la intención de presentarle a su hermano.

—Serás una gran hermana mayor —intentó animar su progenitor.

—Eso espero. Todavía no recibo quejas de mi hermana Aemma... a quien pareces ignorar, padre —sonrió con sarcasmo, notando cómo su padre se tensaba—. Mi rey, mi reina... Felicidades.

Sin más que decir, se retiró en busca de la única que consideraba parte de su familia: la pequeña princesa Aemma.

Killer queen |Aegon Targaryen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora