(No) escucho el tic-tac (Infagrete Alfa/Omega / PARTE 1/2)

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Pedro no está muy acostumbrado a que lo rechacen. No es algo que le suceda con mucha frecuencia y además, la mayoría de las veces las mujeres lo buscan a él.

Con los hombres es una historia diferente. Empezando por el hecho de que raramente se muestra abierto a las atenciones de sus colegas y terminando por el hecho de que prefiere no involucrarse demasiado en asuntos que puedan alimentar la prensa amarillista. Y el hecho de que Pedro Infante dé cabida a algún tipo de atención a un hombre le ganaría por lo menos cuatro o cinco titulares en primera plana.

Eso con las chamacas no sucede. Todo son sonrisas y besos compartidos, abrazos y atenciones que todo el mundo ve como naturales.

Y con Jorge Negrete, las cosas son muy diferentes.

Por el hecho primero de que es un hombre y no cualquier hombre, sino el Presidente de la Asociación Nacional de Actores y el afamado Charro Cantor de Guanajuato. Por el hecho de que alguna persona demasiado ociosa ha esparcido rumores tontos sobre una supuesta rivalidad alimentada por su creciente popularidad en la industria.

Bueno. Las cosas son diferentes por el hecho de que es Jorge Negrete.

Porque es la primera vez que Pedro se siente tan acobardado e intimidado por alguien. Porque ya era él un ávido admirador del señor Negrete antes de que siquiera se le ocurriera probar su suerte en la industria cinematográfica. Porque Jorge Negrete está a otro nivel en todo sentido: tiene clase, es inteligente, tiene una enseñaza formal en el extranjero, una reputación respetable y extensa experiencia en el canto y la actuación.

Pedro se lo ha cruzado en el edificio de la ANDA reiteradas veces, han compartido cafés y conversaciones con Ismael y Carlos, hay una película a punto de ser confirmada y contratos a punto de ser firmados y Pedro todavía siente que se acalora y que le revolotean mariposas en el estómago cuando Jorge le sonríe o cuando pasa junto a él.

Cuando pasa junto a él y Pedro siente de lleno su aroma natural tan distintivo y no puede evitar enfocarse en él, para recordarlo.

Es algo muy inconveniente que le está sucediendo y no sabe cómo frenarlo más que tragándose una o dos pastillas de supresores cada vez que tiene que acudir a una reunión.

—Ya llegamos.

El auto se detiene suavemente frente al edificio y Pedro parpadea adormilado en el asiento de atrás.

—¿Ya, tan rápido? —masculla asombrado. El taxista le sonríe.

—Es que durmió usted todo el trayecto —le informa el señor, y Pedro se pasa una mano por el rostro, avergonzado.

—Ah, pues sí...

Desafortunadamente, esas mismas pastillas que le permiten enfocarse en las reuniones, en las cuestiones a discutir y en los asuntos legales de los contratos cada vez que requieren su presencia en la ANDA, también tienen efectos secundarios.

No se sentirá ya invadido por ese aroma tan atrapante que impregna el aire alrededor de él cuando Jorge anda cerca, pero sí ha de admitir que más de una vez se ha golpeado contra puertas de vidrio que no ha logrado ver.

Las pastillas apagan los olores que lo distraen y suprimen su propio aroma natural para evitar cualquier inconveniente, pero surten en él el mismo efecto que dos o tres botellas de tequila sobre un estómago vacío.

Es la razón por la cual ni siquiera puede conducir su propio coche hasta aquí.

La razón por la cual en vez de llegar directamente a la oficina pautada para la reunión se dirige al cuarto de baño a mojarse el rostro con agua helada.

Crónicas de EnamoradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora