Suboficial-mente Enamorados (Infagrete AU POLICÍAS #2)

380 51 129
                                    

No hay tortura peor que el silencio incómodo en una situación de la cual no puedes escapar.

Como el silencio incómodo dentro del patrullero colmado solamente por el sonido de la palanca de cambios, del motor, de la ciudad alrededor.

Ese silencio lo carcome a Pedro por dentro, aunque agradece poder mantenerse ocupado con la vista al frente y agradece que Jorge no le haya pedido la posición de conductor, sigue siendo un silencio demasiado pesado que no sabe cómo disipar.

Está contractualmente obligado a esto. Es su trabajo, y por más que quiera gritar a los cuatro vientos la injusticia de tener al hombre que lo rechazó en frente de todos en una fiesta de fin de año al lado, poco y nada puede hacer para cambiarlo.

No puede cambiar el pasado y no puede cambiar el presente. Sólo queda aceptarlo. Aceptarlo como Jorge lo ha aceptado, claramente, porque parece estar muy a gusto junto a él, porque siempre fue un hombre de pocas palabras, porque nunca mostró interés en él ni tampoco le correspondió jamás las atenciones.

A Jorge no le importa nada.

—Así que lo ascendieron... —le dice Pedro, un intento tímido de conversación. Con las manos al volante le sonríe a Jorge de manera educada mientras el mayor gira la cabeza de la ventana hacia él con expresión aburrida.

—¿Hmm? —responde distraído— ah, sí.

Y en eso queda.

No elabora en el por qué ni en el cuándo, ni en ningún detalle relativo a su sub-oficialidad.

El silencio que le sigue es incluso más pesado que el anterior y Pedro siente que va a explotar.

Los siguientes cinco minutos parece que se alargan y jamás terminan. Jorge mira por la ventanilla a su derecha, escucha atentamente la radio con llamados a escena respondidos por móviles más cercanos a las locaciones, no hace nada más que ignorar su presencia y Pedro casi llega a pensar que es intencional.

Que sabe que eso lo pone incómodo y que lo está haciendo a propósito.

Y cuando de repente Pedro le envía una mirada de soslayo y nota en su perfecto rostro una leve sonrisa que trata de esconder rascándose la pera, confirma que lo está haciendo a propósito.

Lo enfurece tanto que en vez de orillarse en la acera y detener el coche lentamente, planta el pie en el freno sin aviso haciendo que Jorge se sacuda en su asiento, desprevenido. El Suboficial se ataja en la guantera y se gira para enviarle una mirada poco amistosa:

—¿Qué cree que est—?

—¿Quiere un cafecito? —lo interrumpe Pedro con una sonrisa falsa, desabrochándose el cinturón de seguridad con rapidez y abandonando el coche sin esperar por una respuesta.

Sin esperar a que Jorge lo amoneste.

Y si golpea la puerta detrás de él con un poco más de fuerza de lo normal, pues, se atendrá a las consecuencias de sus actos.

No iba a aguantar un minuto más ahí dentro sin soltarle a Jorge Negrete algún que otro comentario sangrón sobre su actitud tan innecesariamente fría y altanera, y cuando vio el carro de Silverio asomar a mitad de cuadra vio su oportunidad de escapar a ese impulso.

Cruza la calle sin siquiera mirar atrás, con las manos descansando sobre su cinturón y sobre su pistola a su costado derecho. Le sonríe a Don Silverio que ya lo recibe con un aire risueño que casi, casi hasta llega a quitarle a Pedro el sabor agrio de la boca.

—¡Perico!

—Quiúbole, Don Silverio, —Pedro pone una mano sobre su gorra y hace una venia cortés— dos cafés, si es tan amable.

Crónicas de EnamoradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora