(No) escucho el tic-tac (Infagrete Alfa/Omega / PARTE 2/2)

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Estar drogado y afiebrado es una combinación bastante tortuosa.

Agréguese a esa ecuación a Jorge Negrete a pocos centímetros a su izquierda y tiene Pedro que estar viviendo el momento más bochornoso de sus treinta y seis años de vida. Medio dormido, mareado y mojado porque está sudando como si fuera esta la peor calentura de la historia.

Sin dudas que los somníferos que se tomó por equivocación están de alguna manera empeorando el cuadro de temperatura.

—Ya casi llegamos, Pedro...

Las pocas veces que logra abrir los ojos encuentra a Jorge o observándolo de soslayo con nerviosismo o sujetando el volante de tal manera que los nudillos de sus manos se vuelven blancos, con la vista al frente como si se estuviera aguantando las ganas de...

Las ganas de...

Ya quisiera Pedro que no se aguantara las "ganas de."

De detener el automóvil si así lo desea, de dejarlo en la acera y decirle que es un irresponsable, que ya no es ningún chamaco y que debería saber sobrellevar estas situaciones como cualquier adulto funcional. Que debería llevar la cuenta de los días. Que no se aguantara las ganas de decirle que no tiene él por qué estarle haciendo de niñera.

Nada más y nada menos que Jorge Negrete. Nada más y nada menos que en frente de él vienen a pasarle estas cosas.

Pedro suelta un gemido casi que de dolor porque parece que el calor lo quema por dentro y se sujeta del cinturón de seguridad con ambas manos. Otra vez trata de mantenerse despierto pero no lo logra.

Cuando abre los ojos la próxima vez, ya no se encuentra dentro del automóvil sino tirado en una cama. Y tirado y estirado de manera literal, porque en ese sueño profundo inducido por la doble dosis equivocada parece que se ha dado vueltas y vueltas a más no poder y hasta las sábanas que lo envuelven están desperdigadas por doquier. Enredadas en sus pies.

Se despierta en una cama que claramente no es la suya, en una casa que no le pertenece, absolutamente desconcertado y aún dominado por ese calor insoportable que nada más parece haber empeorado.

Se incorpora en el colchón de dos plazas, jadeando, y observa con poco interés la habitación que lo rodea. Es espaciosa, está iluminada, el tapizado en las paredes es de color crema y los muebles lucen caros y abrillantados. El piso pulido.

Observa la chaqueta de su traje colgada de aquél gancho en la puerta entrecerrada y sus botas ordenadas a un costado y de repente, en ese momento de lucidez al darse cuenta de que alguien lo desvistió y lo dejo sobre esa cama, salta del colchón y se tambalea hasta la puerta para salir de allí.

Y sólo cuando abre la puerta y da un paso afuera se da cuenta de que esta casa es de Jorge Negrete.

Ah, sí. Porque Jorge venía conduciendo aquél auto.

Bueno.

Porque allí está Jorge Negrete.

En la cocina. Su camisa prolijamente abotonada y su cabello todavía reluciente y perfectamente arreglado. Pedro no necesita verse a un espejo para saber que él es la imagen más antagónica de esa formalidad que Jorge desprende y representa en todo momento.

Jorge está volteado a la cocina y tiene una olla en frente. Pedro pone una mano contra la pared que tiene a su costado para esperar que ese mareo desaparezca. Por más que parpadea no logra ver claro.

Su propia camisa está arrugada, por fuera de sus pantalones, desabotonada. Su propio cabello lo siente como un nido de pájaros, otra vez evidencia de que se revolcó en esa cama presa del calor que seguramente lo invadía. Está descalzo.

Crónicas de EnamoradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora