La Pizzería de Don Soler

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Pedro trabaja de repartidor. Jorge es un cliente regular (y también su amor platónico).

🍕

Suena la campanita desde la cocina y Blanca se gira a tomar la caja y comprobar el número del pedido. La pone en una bolsa y estampa el recibo encima con una engrampadora, pero cuando levanta la cabeza para ver si la motocicleta de Pedro está allí afuera, no la encuentra.

Y a él tampoco.

Pero sí encuentra a Luis que aparece desde un costado refregándose las manos.

—¿Pa onde? —pregunta con su sonrisita simpática, haciendo amague de tomar el pedido que Blanca le quita rápidamente de las manos.

—Esta la lleva Pedro —le explica la muchacha, sacudiendo la cabeza.

El nuevo repartidor la mira con esa sonrisa ahora congelada, un tanto confundido pero asintiendo de igual manera sin problema alguno.

—Ah, —dice, con voz aguda— bueno.

Blanca le sonríe y se pone a revisar los pedidos pendientes, ordenándolos por orden de hora y hasta respondiendo una llamada de un distribuidor mientras Luis se recuesta contra la barra y suelta un bostezo.

—¡Sale jamón ahumado y pepperoni! —exclama Antonio desde atrás, y vuelve a sonar la campanita innecesariamente y se asoma por esa ventana para sonreírle a Luis y Blanca con su energía inagotable de siempre— ¿cómo te lleva el primer día, tu?

Luis se pasa una mano por el cuello con expresión tímida y Blanca se muerde la lengua para no reír. Parejita nueva, qué bonito.

—Pos...

Pero ni siquiera tiene tiempo de responderle porque de repente se aparece desde el pasillo que da a su oficina el jefe, con su típica expresión de impaciencia que se multiplica cuando los ve ahí chismoseando muy a gusto.

—¡¿Y esto qué es, una reunión familiar?!

Luis se incorpora instantáneamente como un soldado que acaban de regañar.

—¡¿Qué hace ahí parado?!

Blanca, como ya está acostumbrada a esos arranques que le vienen al jefe y sabe que simplemente ha tenido un día pesado, ni siquiera reacciona. Se siente un tanto mal por Luis, que balbucea en su lugar todo nerviosito como si se hubiera olvidado de cómo hablar el español.

—¡Sí, jefecito! —exclama— es que ella me dijo que... —se gira a Blanca y de repente se interrumpe él solo, sin querer meterla en problemas, el muy mono— ¡digo, ay voy, jefe! ¡Yendo!

Blanca le pasa la otra caja de pizza que Antonio acaba de darles por la ventana y Fernando no demora en acercarse en tres grandes y firmes pasos y mirarla a ella con cara de pocos amigos.

—¿Y esta? —dice, aunque ya sepa la respuesta— lleve esta.

Blanca hace un puchero exasperado y le responde con un tono suplicante:

—Ay, no sea malo, Don Soler... Es la del Perico.

—Pues "el Perico", —empieza el jefe con burla— ¡no está! ¡Se la llevas tú, ándale!

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