—Finalmente algo de paz. —susurré cansada tras soltar un largo suspiro.
Me senté en el borde de la fuente del hermoso jardín del conde Aragón, a lo lejos podía escuchar la alegre melodía que acompañaba a su encantador baile en conmemoración de su nacimiento. Era una celebración preciosa en la que cualquiera se sentiría honrado de estar, digna del mayor comerciante de joyas del imperio. Por ende, no era sorpresa que yo me encontrara allí.
Mientras que papá se encargaba de la administración política y militar de los Ainsworth, yo me concentraba más en la parte social y económica. Por ello, usualmente era la que asistía los eventos sociales fortaleciendo los lazos de nuestra familia con la nobleza.
Habían pasado unos cuantos días desde mi encuentro con Amoret, cada una de sus palabras y acciones no paraban de dar vueltas por mi cabeza, de cierta manera me hacían sentir extraña. Aún así, el tiempo no se detenía al igual que mis deberes como mi princesa, por eso me tocaba dejar esos pensamientos de lado y seguir adelante.
—Maestra. —salí de mis pensamientos al escuchar aquel llamado. Levanté la vista topándome con el pelinegro cuyos ojos tan solo eran dos puntos blancos que hacía de mi acompañante esa noche.
—¡Esdras! —exclamé contenta al verlo.
—La he estado buscando en todas partes. ¿Por qué no me avisó que saldría? —me reclamó con un semblante de fastidio, a lo cual yo me reí un poco.
—No quería interrumpir tu animada charla con aquellas jóvenes, te veías bastante ensimismado en ello. —afirmé sonriendo.
—En ese caso, creo que debería comprar unos anteojos, su vista le está fallando. —se quejó sentándose a mi lado. —No pensé que las damas nobles podrían ser tan intensas. —agregó aflojando un poco el nudo de su corbata mientras yo volvía a reír.
—Cuando se trata de una persona tan guapa como tú, es normal que suceda eso. —dije con un tono burlón. —Si quieres podemos retirarnos. —sugerí.
—No. —contestó él rápidamente. —Aún hay algo que me gustaría hacer. —confesó recobrando la compostura.
—¿Qué cosa? —pregunté con curiosidad, observando cómo se ponía de pie.
De pronto, se arrodilló delante mío con una mano en el pecho mientras me tendía la otra. Su expresión era bastante tierna, con sus mejillas sonrojadas y cuerpo algo tembloroso podía notar lo nervioso que estaba.
—¿Me permitiría bailar con usted? —lo miré con sorpresa ante su petición.
—¡Por supuesto! —respondí entusiasmada, a lo cual me miró con alegría.
Tomé su mano a la par que me levantaba, ambos quedamos frente al otro mirándonos a los ojos. Nuestros pies comenzaron a seguir el ritmo de la hermosa melodía que era tocada por la orquesta lejos de nosotros, con movimientos suaves dimos unas cuantas vueltas alrededor de la fuente con la luna como testigo.
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La Bruja de Sangre.
FantasiCastalia Ainsworth nunca se imaginó que en la celebración por su mayoría de edad la vida le terminaría regalándole un amargo destino lleno de desilusión.