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—¿Doctor? —se asomó el enfermero en la puerta

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—¿Doctor? —se asomó el enfermero en la puerta. —¿Me mandó a llamar?

—Enfermero Han Jisung, acompáñalos a sala de radiografía. Yo alisto la ficha y lo sigo.

—Entiendo. —observó a las dos personas que se encontraban sentadas con una mirada confusa en sus rostros. Con una sonrisa se acercó y les dijo. —Síganme por favor.

La sala tenía una temperatura un tanto baja y escalofriante, en palabras más simples era una habitación extremadamente fría. En donde, si se miraba al fondo se lograba apreciar la máquina en todo su esplendor.

Hicieron poner a ambos sus manos en la máquina, bajo una luz fuerte. Les sacaron una especie de foto. Al ser una de las máquinas nuevas más modernas, la radiografía estaría lista en unos cinco minutos. Esperaron incómodamente los cuatro, en una habitación casi claustrofóbica, hasta que estuvo lista. Para su sorpresa, al verla les resultó extraño; el anillo no se veía. Según la radiografía en los dedos no había nada.

—Pero qué raro. —exclamó el doctor mientras sobaba su barbilla con fuerza, quizás pensando que todo era un extraño sueño y que en cualquier momento despertaría. —El anillo debería estar ahí. Saquemos otra, pongan su mano nuevamente. De la misma forma en que se indicó hace un momento.

Pero de nuevo en la radiografía no apareció nada. —Una última vez. —y de nuevo, nada apareció. —Es muy raro, quizás la máquina está mala. —reflexionó dirigiéndose al enfermero.

—No creo que sea la máquina. —respondió seguro.

Después de pensar un rato les dijo. —Lo siento mucho pero no creo que pueda ayudarlos. Creo que esto está fuera de mis manos. —su rostro serio cambió rápidamente a uno afable. —Pero Felix, de igual forma piensa en lo que te dije.

Felix no respondió, tan solo se giró porque su cara se puso roja. Chan al notar como se llevaba las manos a sus mejillas para intentar ocultar lo colorado de su rostro, se molestó. Un enojo que provino desde el fondo de su estómago, recorriendo todo su sistema nervioso para terminar en sus dedos, los cuales enroscó de manera dura y ruda.

Apenas salieron de la consulta Chan sacó lo que quería decir hace rato. —Linda la cosa, ahora te sonrojas por todo.

—Chan. —lo miró enojado. —A ti no te importa. Y no me vengas a hacer tus escenas estúpidas de amigo celoso. —estaba cansado de eso, no quería más guerra en su corazón.

Bang se comenzó a reír. —Sabes que si quieres tener una cena o tomar algo con tu doctorcito, puedes hacerlo. Yo solo estoy diciendo que te sonrojas por todo. No con ánimos de decirte que está bien o que está mal. —lo dijo de manera seria, aparentando que le importaba menos que nada, pero por dentro sabía que eso no era verdad, le importaba tanto que si ahora mismo, Felix fuera a decirle que aceptaba esa invitación, lo tomaría y se lo llevaría a la fuerza, alejándolo de ese lugar.

—Primero que todo. Es tu culpa, si no me hubieras traído, no lo habría conocido y no estarías enojado. —bajó la cabeza, suspirando con fuerza y masajeando su frente.

—¿Quién dijo que estoy enojado? —espetó Chan. Provocando que Felix pegara un brinco. Pero su mirada se posó en los ojos del pálido. No bajaría la mirada. No esta vez.

—¿Entonces por qué te comportas como un idiota?

—No lo sé. —gritó. —Pero que te quede claro que no estoy celoso, que no me molesta.

—Si claro. Entonces deja de gritarme, no quiero escucharte. —calmándose a si mismo. —Mejor me voy. —Lee ya no aguantaba más, si seguía allí de seguro se pondría a llorar y no podía decaer frente a él, se prometió que no lloraría. En la oscuridad de su cuarto lo haría, estaba esperando especialmente ese momento para descargar toda su pena.

—Felix, comenzará a llover. —le dijo después de tomar una gran bocanada de aire. —No te puedes ir a pie.

—No me importa, vete con tu prometida y a mí déjame en paz.

Prefirió irse solo, mientras las nubes lo amenazaban con gotas que en cualquier momento caerían en su rostro. Después de diez minutos cayeron las primeras, tan finas, tan suaves. Una lágrima se escapó, pero se limpió inmediatamente. Era un tonto. Pasado los diez minutos cayeron más gruesas y fuertes. Era casi una tormenta. Supo que era su momentos, ahora podría llorar. Las lágrimas se confundían con las gotas. Podría pensar que las nubes eran las culpables de que su rostro estuviera empapado. Quería pensar que no era culpa de su corazón que se rompía en mil pedazos.

Caminó por mucho tiempo y la lluvia cada vez era más fuerte que minutos atrás. A medida que avanzaba no pudo evitar recordar cuando lo conoció, cuando se dio cuenta de que podrían ser amigos, cuando se dio cuenta de que el cariño que sentía traspasó la línea de amistad, cuando se dieron su primer beso, su primera vez con él. No aguantó más, eran muchos recuerdos, el sufrimiento que estaba en su interior explotó, se arrodilló en el piso. La gente solo lo miraba, no se acercaban y eso era exactamente lo que quería, sufrir solo.

¿Por qué Chan tenía que ser el culpable de todo su sufrimiento? Sabía que nunca debió enamorarse. ¿Por qué sus propios sentimientos lo traicionaron? Ahora estaba pagando las consecuencias de ello, mientras él se encontraba con su prometida. Riendo cómplices, felices. Nadie sabía cuanto había intentado fortalecer su corazón para que cuando llegara el momento, no se rompiera. Que se convencía cada mañana que nadie tenía la culpa de haberse enamorado. Que derrumbarse poco a poco estaba acabando con él. Que quererlo se había convertido en un caos.

Aún estaba arrodillado, con la ropa mojada. No tenía ganas ni fuerza para levantarse.

Alguien que lo estaba siguiendo, lo abrazó. Un abrazó que lo hizo sentir bien, fue la única luz en su momento de oscuridad.

Decía que quería pasar su sufrimiento solo. Pero solo era una vil mentira, intentó engañarse a sí mismo una vez más, pero no pudo.

 Pero solo era una vil mentira, intentó engañarse a sí mismo una vez más, pero no pudo

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Tu anillo no sale de mi dedo ► ChanLixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora