Capítulo 17

72 5 4
                                    

NARRA ASHLEY.

Lunes 1 de junio.

Bueno, tal vez podría haberle dicho que llegara a casa después. El silencio es tan incómodo que estoy a punto de salir corriendo para escapar de esta situación. Pero... me detengo justo cuando mi diminuto cerebro analiza la idea. Si salgo corriendo ¿qué diablos diré? «Ay, perdona, es que estaba muy incómoda, porque, silencio: traumas». No, gracias. Recordar la mínima situación triste me pone sensible y de mal humor.

Lo que pone a pensar... mhm... demasiado es porqué llegamos a este tipo de momentos. Minutos u horas atrás podemos estar bromeando y llevándonos de maravilla para luego pasar a estar como completos desconocidos, sin siquiera hablarnos ni mirarnos. Y, bueno, no es que llevemos mucho tiempo de conocernos, pero sí lo suficiente para considerarnos... ¿compañeros? ¿Amigos?

—¿Ya estás mejor? —Rompo el denso silencio. Ya esto sobrepasa mi límite. Necesito saber por qué está tan callado. No hemos peleado ni nada, ¿no? Solo lo de responder de mala manera esta mañana, pero no fue para tanto.

No me agrada el silencio. En mi hogar siempre ha significado problemas. La famosa ley del hielo. Cuando alguien está demasiado callado llego a pensar que algo he hecho y, bueno, mi mente se vuelve un caos.

—Sí. —Respuesta seca.

—Vale, qué bien.

El silencio vuelve a reinar.

—¿Y tú? —Vale, devolvió la pregunta.

—Ah, pues sí, normal.

—No tomaste tantos medicamentos —Señala con la voz ronca. Casi como si le costara pronunciar las palabras.

—Es que no recordaba cada cuántas horas era —rio, un poco en confianza. Vale, volvimos al rollo.

Por el rabillo del ojo, capto que menea la cabeza, divertido.

—Podrías haberme preguntado —murmura para luego carraspear.

Trago saliva con dificultad.

—Me daba un poco de vergüenza —confieso.

Su paso desacelera un poco. Percibo su mirada en mis dedos y automáticamente dejo de retorcerlos entre sí.

—¿Vergüenza de qué? —Su ceño está completamente fruncido.

—De... bueno... —carraspeo—... molestarte.

Se gira hacía mí con perplejidad y confusión.

—No me molestas.

Eso no parecía hace unos cuántos días.

—Ya, bueno, será para la próxima —desvío la mirada, llevando mis manos a los costados de mi cuerpo.

—Pues ojalá no haya próxima.

Vale, ¿qué le pasa a este hombre hoy? Me tiene con los nervios de punta con cada frasecita que suelta. Aunque la verdadera pregunta debe ser: ¿Qué diablos me pasa a mí y por qué cada frase que suelta me pone de los nervios?

—¿Tú madre está en casa? —Interrumpe el hilo de mis pensamientos.

—No —respondo con brusquedad. Y, claro, él no lo pasa por alto—. ¿Por qué lo preguntas?

—Bueno, llegaré en hora de almuerzo y pensaba que tal vez le incomodara un poco.

Junto mis labios en una fina línea.

—Mi mamá nunca está —explico—. Bueno, no a estas horas, llega casi a la medianoche.

—¿Mantienes todo el día sola?

A pesar de todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora