Parte 7.

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Mientras hacían el trayecto de casi cuatro horas desde New York a Siracuse, Camila fingió dormir la mayor parte del trayecto para evitar que su padre iniciara alguna conversación. Ella, elocuente por naturaleza, cuando se trataba de hablar con su padre o de responder a sus interrogantes, se quedaba sin palabras, buscaba afanosamente en su cerebro algo qué decir y casi nunca encontraba las palabras.

_Despierta, Camila. -Le dijo Richard, usando su típico tono marcial.

Ella se removió perezosamente en la silla, abrió los ojos despacio para continuar con el teatro de que en realidad estaba dormida y entonces notó que estaban en el estacionamiento del colegio.

_No es necesario que te bajes, padre. -Le dijo mientras se desabrochaba el cinturón. _Yo puedo llevar mi maleta y registrar mi ingreso.

El hombre estuvo de acuerdo, era el segundo año así que confió en que supiera la logística del primer día mejor que él.

_Ya sabes, no quiero recibir quejas tuyas. -Le advirtió con severidad tal como lo había hecho el año anterior y lo seguiría haciendo los siguientes. Era una pena que no siempre lo fuera a obedecer.

_Sí, padre.

El hombre le dio una suave palmada en la mejilla y le ordenó que se bajara.

¿Eso había sido algún tipo de caricia?

Era lo más parecido a una muestra física de parte de él y la puso nerviosa, por lo que sin perder ni un segundo se bajó del coche y caminó apurada hacia la recepción, sin mirar atrás.

Sonrió con cierta nostalgia cuando se encontró con el caos del primer día y rememoró su propia experiencia. Se sentía como si en vez de un año hubiera pasado toda una vida, lejos había quedado la niña asustada que había ingresado creyendo que no iba a sobrevivir sin su madre. 

Se abrió paso entre los presentes, sacó el carnet con el código y lo pasó por el lector para que registrara su ingreso y desde lejos saludó con la mano a Gloria. 

Buscó con la mirada a ver si veía a Lauren, pero se encontró fue con Daphne y Agnes, quienes se lanzaron hacia ella de manera efusiva para saludarla.

_Qué bueno que llegas. -Le dijo Agnes. _La Prefecta quiere cambiarnos de habitación y nosotras queremos seguir contigo y con Kim.

_¿Y qué podemos hacer? -Quiso saber Camila.

_Kim y algunas otras chicas están con la Prefecta pidiéndole que no nos cambie. _Le informó Daphne.

Mientras las escuchaba, Camila se echó a andar en dirección de la oficina de la Prefecta.

_Se supone que el curso pasado, varias compañeras de habitación tuvieron peleas y por eso quiere cambiarnos. -Le contaron las hermanas.

Para cuando llegaron a la oficina, estaban por lo menos treinta alumnas dando grititos y abrazándose contentas, celebraban que habían logrado convencerla y mantener sus habitaciones.

_Ven, Mila. -Le pidió Kim agarrándola de la mano, sin siquiera saludarla. _Si no queremos que nos cambien, tenemos que firmar todas.

Y así, las cuatro se aseguraron de pasar otro año compartiendo habitación. No quisieron arriesgarse a cambiar porque ellas se llevaban bien, no habían tenido problemas de convivencia y sobre todo, ninguna se delató y se ayudaron encubriendo las infracciones que las otras cometían, como que Lauren dormía siempre con Camila, o que Kim no pasaba la noche en su habitación.

En los libros que leía, cuando los héroes regresan a su aldea después de una prolongada ausencia, algunos son recibidos con vítores y algarabía y en ocasiones ese retorno se convierte en una amarga experiencia cuando no encuentran a sus mujeres. Camila no era un héroe, pero se sintió identificada con esas historias, cuando por más que esperó, no vio llegar a Lauren.

SeculorumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora