So I'll Ask Him When He Calls

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Advertencia: este capítulo contiene narración explícita acerca del crimen en sí que puede llegar a incomodar a algunos lectores.

Está usted advertido.

No tuvo tiempo de percatarse de su acto seguido. Volvió a encender la sierra eléctrica, sintiendo esta vibrar lenta y sutilmente. El ruido no lo haría parar, ya no había vuelta atrás.

Pasó delicada pero macabramente el filo metálico de la sierra, cortando cualquier vena o tendón que estorbaba por este. Sus manos se embarraban más de sangre; salpicando tanto su ropa como su piel, bañándose en la sangre del Yugi.

Rebanaba perfectamente su cuerpo —debido a cuanto cortaba sus ingredientes para cocinar—. Un placer irremediable recorría su columna vertebral. ¡Nunca había sentido tanta satisfacción antes! Era algo inexplicable, algo que simplemente era magnético. Y no quería parar, no lo haría. Quería que aquel sentimiento continuara con su labor. Su piel se sentía tensa pero ardiente. Sus venas resaltaban de la protección exocrina donde habitaban. Al contrario, las venas del azabache brotaban así como pétalos de rosas, sus glóbulos rojos y coágulos de esta se esparcían brutalmente por el suelo.

El rubio quiso cortarlo a la mitad, y lo hizo. Pasó aquel afilada arma por su estómago, justo pasando por el punto de su ombligo. Llegó a su sistema digestivo, y cortó uno por uno cada conexión que tenían con el esófago e intestinos. Su cuerpo estaba experimentando el exceso de dopamina del momento. Parecía un loco enamorado del placer, del pozo sin fondo que sería asesinar.

Y aunque quisiera, no podría parar ni un solo segundo de rebanarlo zafiamente. La trastocada habitación del azabache llevó al rubio en pequeños trances: en una ilusión momentánea. Kou no se sorprendió ni en lo más mínimo de aquellas ilusiones. Ya era algo normal en él últimamente. Su consciente estaba asesinando, mientras que su inconsciente se encontraba en aquel trance, cual poco a poco se hacía cada vez más clara.

Al acabar con su obra maestra, viendo las tripas del Yugi sobresalir al exterior; comenzó a observar la mitad de cuello que poseía el azabache. Lo decapitó justo en la pequeña manzana de Adán poco desarrollada que llevaba. Deslizó sus manos hacia su propio cuello, poniendo un poco de presión. Sintió el pequeño bulto que le había crecido. Recordó inmediatamente a su amado, pues este se burlaba de su lento desarrollo y crecimiento —cuando el Mitsuba ni siquiera tenía manzana de Adán ni voz masculina—. Sonrió levemente. Poco a poco aquella sonrisa se convertía en una más terrorífica y macabra. Dirigió sus palmas a la mitad del cuello del difunto, y empezó a proporcionar presión. Logrando que esa parte se desparrame de sangre.

De estar ahorcando el sangrado cuello decapitado del azabache, sintió una mano agarrar su muñeca. Era el Yugi, sonriendo con sus caninos brillantes. Los ojos de Kou reflejaban furia, ira, desesperación.

— ¡Kou! — escuchó.

Y fue allí dónde el tiempo paró.

¿Sou... suke? — Apenas pronunció el nombre del pelirrosa y un puño se acercó a su rostro brutalmente. Chocó con su mejilla, haciendo voltear su cabeza gravemente. Sangre empezó a brotar de sus labios rotos.

¡Eh, Minamoto! ¡No hagas esto tan aburrido! No te preocupes por mi juguete. Está en buenas manos. — Aquello pudo pronunciar al recomponerse nuevamente. Sus palabras helaron el cuerpo del ojiazul. Odiaba absolutamente todo de él. Desde sus pupilas contraídas centradas hasta su gran parecido con su gemelo.

Visualizó su alrededor. Se encontraba en el patio de la Academia, un cúmulo de gente los rodeaba a él y al azabache. Se percató específicamente en la mirada de temor del Mitsuba. Estaba levemente lastimado; su ropa fue removida de su posición original, causando arrugas en su vestimenta. Tenía pequeñas mordidas cerca del cuello, y su cabello suelto revuelto se deslizaba a la par del viento.
No pudo seguir apreciando su preocupante estado, sintió otro amenazante puño atravesar en su estómago.

Ahí estaba, el jodido y astuto Yugi. Sonriendo con sus pupilas, y riendo con sus mejillas. Parecía estar completamente bien, a pesar de los golpes que había recibido de parte del rubio. Kou no pudo contenerse más. Se arrojó contra él, chocando sus cuerpos bruscamente. Lo usó como un colchón que amortiguó su caída.
Sin embargo, aunque el ojiazul quisiera con todas sus fuerzas que el Yugi pagara con su sufrimiento, no pudo lograrlo. Parecía más que lo estaba complaciendo que torturarlo.

Se rindió mentalmente, pues poco después la maestra Misaki-san habría llegado al punto de pelea.

Estrofa 2 finalizada.

𝑯𝒊𝒅𝒆 [𝐌𝐢𝐭𝐬𝐮𝐊𝐨𝐮]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora