Estaba en una posición incómoda, una posición en la que nunca había estado antes. Estar sobre el hombro ancho y duro de esta cosa que me llevaba quien sabía a dónde era una experiencia horrible para mí a nivel emocional, mental y también muy incómoda a nivel físico.
"¡Bájame! ¡Puedo caminar sola! ¡Voy a vomitar si sigo así!" le reclamé a esta cosa, bestia o lo que sea, que me llevaba y que no había vuelto a pronunciar palabra después de simplemente decir que era suya delante de cientos de personas.
Él simplemente me ignoró y siguió caminando hacia una casa grande que bien podría confundirse con una mansión más o menos pequeña, donde normalmente alojaban a los visitantes importantes cuando otros hombres lobo ajenos al territorio hacían visitas por algún tipo de negocio o intercambio. A veces se visitaban unos a otros sólo para estrechar lazos, pues además de ser seres muy conectados con la naturaleza y de intentar vivir lo más cerca posible de ella, también eran muy sociales aunque sólo entre ellos. Era obvio que a los humanos nos veían como inferiores, como cosas feas, poco agraciadas, con las que había que lidiar para no correr el riesgo de perder mates humanas.
Entramos en la casa. Yo observé lo que pude desde mi precaria posición, pero sí pude notar lo espaciosa, alta y bonita que era, de colores claros y adornada con plantas y detalles como jarrones y cuadros que se veían caros. Una vez adentro, pude ver la puerta que era muy grande, ancha y alta y los ventanales gigantes que aportaban mucha luz a la estancia.
Empezamos a subir unas escaleras anchas y en forma de C que se encontraban a la derecha, yo aún sobre el hombro del lobo, esperaba que en algún momento cambiara de parecer y me bajara, pero eso no pasó. Al llegar al pasillo giró a la derecha y siguió hasta parar enfrente de una de las puertas, seguramente era la habitación que le habían asignado durante su visita.
Abrió la puerta y ni bien habíamos entrado cuando cerró de un portazo. Nos acercamos a lo que seguramente era la cama. Pensé que me iba a tirar como a un costal, tal como me había cargado, pero no, me depositó suavemente, con mucho cuidado, quedando sentada en el borde.
Estaba tan alterada, despeinada, seguramente todo mi maquillaje en el que había invertido tanto tiempo y cuidado se había corrido, pero afortunadamente no perdí mis zapatos. Mi cabello estaba enmarañado y sobre mi cara, intenté acomodarlo rápidamente para que no molestara mis ojos. Tenía la cara toda mojada de lágrimas y seguramente mis ojos ya estaban hinchados, me sentía terrible.
El monstruo que me había raptado se paró en frente de mí, muy cerca, dándome la posibilidad de verlo en detalle por primera vez y lo que vi me intimidó muchísimo.
Era demasiado alto, fácilmente más de dos metros, mucho más alto que yo, que desde que era una adolescente medía un metro y medio y nunca crecí más, era más alto que Paulo, que llegaba al metro con ochenta centímetros y para mí era un gigante.
Además de su altura tan intimidante, era ancho y muy musculoso, su espalda era anchísima y se veía muy fuerte, al igual que sus brazos. Sus piernas eran largas y su ropa, que consistía en un traje gris oscuro, con una camisa de vestir blanca y una corbata negra, le quedaba algo apretada, marcando su cuerpo, dejando entrever su físico que no podía ser humano. Su piel era bronceada, con un subtono grisáceo, se veía algo cenizo, quizás estaba enfermo, daba la impresión de ser una piel fría por su color, pero cuando estuve encima de su hombro pude notar que es como todos los demás lobos que mantienen temperaturas corporales altísimas siempre, las cuales van a la par con sus metabolismos acelerados.
Subiendo la mirada, me encontré con su rostro de lleno. Estaba acostumbrada a que los hombres lobo por lo general fueran muy guapos, con apariencia salvaje y sensual, pero éste definitivamente no era así. Tenía una expresión demasiado dura, su boca era grande, pero sus labios muy finos, parecía una ranura con un rictus de mal humor y una mandíbula cuadrada. Tenía una nariz ancha y grande, más bien achatada y unos ojos muy muy intensos de color avellana que me miraban sin parpadear. Encima de éstos, unas cejas demasiado grandes, pobladas y salvajes que aportaban a su expresión natural de enojo. Su cabello era de un negro profundo que no brillaba mucho, alborotado, me recordaba a la melena de un león. En otras palabras, cuando lo veía, no podía evitar pensar que se parecía a una gárgola que había visto alguna vez en un libro. Era feo, intimidante, tosco, me llenaba de temor.
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El síndrome de Gris
Werewolf"Síndrome: Conjunto de síntomas que se presentan juntos y son característicos de una enfermedad o de un cuadro patológico determinado provocado, en ocasiones, por la concurrencia de más de una enfermedad." ***** "Esto se está saliendo de control. Es...