Capítulo II

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El día había llegado. Por fin.

La boda sería a las 9 de la mañana, cuando el sol estuviera brillando, las flores del amplio campo abiertas de par en par repartiendo su perfume y el césped ligeramente húmedo. Las decoraciones ya estaban puestas, todo era blanco. Había muchas flores, en especial rosas blancas, velos blancos que colgaban de un techo improvisado para cobijarnos durante la ceremonia y otros arreglos más hechos en cristales puestos por aquí y por allá. Ya todo estaba listo desde la tarde del día anterior al gran evento.

Seguramente con mi vestido rosa iba a destacar, pero no me molestaba, era mi día especial, así como el de todos, y pensaba disfrutarlo tal como lo había soñado.

Me desperté a las 6 a.m., me di una ducha tibia y larga, me apliqué mi mejor shampoo, mi mejor jabón, exfolié mi cuerpo, me aseguré de quedar lo más suave, perfumada y limpia posible.

Yo me maquillaba casi todos los días, me gustaba mucho y tenía una bonita colección de productos que me había costado mucho esfuerzo poder comprar, así que maquillarme no me costó mucho trabajo, sólo acentué un poquito más por aquí, otro poquito más por allá, algo más de brillo para hacerlo especial y a los pocos minutos me sentía brillante como una estrella. Mis uñas me las había hecho el día anterior, moderadamente largas y rosas, para combinar con mi vestido.

Empecé a secar mi cabello oscuro, largo hasta la cintura y liso, demasiado liso. Quise verme diferente para ese día, haciéndome unas ondas, pero no funcionó, así que lo peiné, lo dejé suelto, me puse un tocado de piedritas y flores y dejé mi cabello en paz.

Llegó la hora de ponerme el vestido y le pedí ayuda a mamá. Me ayudó a ponérmelo de abajo hacia arriba para no dañar lo que ya había hecho, pero no me dijo nada, sólo se puso a llorar calladamente mientras me ayudaba y después salió del cuarto. Me calcé con unos zapatos color blanco perla, suaves y de un tacón cómodo. Planeaba bailar con mi amor toda la tarde y toda la noche hasta el amanecer.

Me puse algo del perfume fino floral que mamá me había dado como regalo de novia, uno más para mi colección de perfumes, los que también coleccionaba, pero éste sin duda, sería el más querido.

Terminé demorándome menos de lo que esperaba y sólo me quedaba esperar a que avisaran que era hora de salir al sitio de encuentro donde se formaba un grupo de novias, que se reuniría con los novios en el lugar de la ceremonia.

Me avisaron que era hora de partir. Salí con mi mamá, mi abuela y mi tía abuela, feliz de tenerlas a mi lado. A mi papá no pude ubicarlo para avisarle. De todas maneras, a relación ya era demasiado distante, tenía años sin saber directamente de él, sólo a través de otras personas podía saber de vez en cuando que estaba bien. 

No era bueno para mí pensar más en eso, era un día especial, hermoso, nada podría dañarlo.

Al llegar al lugar de encuentro, que era un pequeño salón improvisado al lado del toldo donde se haría la ceremonia, me separé de ellas y me junté con el grupo de novias.

Todas estaban preciosas. Había una gran cantidad de estilos: novias clásicas y modernas, con diseños grandes y otros sencillos, vestidos largos y cortos, con y sin velo, con y sin cola y de todas las tonalidades de blanco y beige. 

Efectivamente yo era la única de rosa pero no la única de otro color. Había otra, una novia vestida de amarillo. Se veía increíble, como un girasol en un día soleado, de hecho, cuando la vi, eso fue lo primero que pasó por mi cabeza, eso mismo parecía, se veía tan radiante que daba gusto verla. Era rubia y muy joven, mucho más joven que yo, probablemente tendría unos veinte o veintidós años. Seguro estaba tan ilusionada y enamorada como estábamos todas.

Nos dieron la señal y empezamos a acomodarnos para salir, algunas empezaron a revisarse entre ellas que el cabello estuviera bien peinado, que el velo estuviera en su sitio y que no hubiera algún detalle fuera de lugar, todo muy afanosamente porque ya iba a comenzar la boda.

Ya los novios habían llegado y estaban esperándonos para que hiciéramos nuestra entrada saliendo por las cortinas blancas que nos separaban de los demás, pero cuando estábamos saliendo, nos detuvieron. Habían llegado nuevos invitados, unos invitados inesperados de última hora, una comitiva de quién sabe cuántos hombres lobo y quién sabe de dónde vendrían y estaban acomodándolos.

Como era de esperarse, empezó el cuchicheo y la expectación entre las novias, seguramente para pasar el tiempo, y para qué negarlo, a muchas nos gustaba el chisme aunque todas quisiéramos salir ya.

Dos mujeres que alcanzaron a asomarse antes de que nos detuvieran, dijeron que era una comitiva de un territorio de lobos muy distante, uno muy... especial, de hecho, se pensaba que era el más especial de todos. Eran de los más fuertes y sanguinarios, de dónde habían venido la mayor cantidad de combatientes para aplacar las resistencias humanas cuando se dieron, el territorio que más había alimentado el ejército de los hombres lobo y que seguían entrenándose activamente por si llegaban a necesitarlo.

También eran los más recluidos, no salían seguido y a diferencia de los otros territorios y sus administraciones, aunque no eran hostiles, se relacionaban poco con los demás. Decían también que eran estrictos y que tenían algunas leyes arcaicas. Que estuvieran presentes en algo así, se me hacía tan extraño.

Por reflejo, volteé a mirar a la novia de amarillo. Se veía nerviosa, muy muy nerviosa, asustada incluso. Algo malo le pasaba sin duda, no eran sólo los nervios de la ceremonia, pero cómo saber qué podría ser, no la conocía, no sabía su nombre, no sería adecuado para mí importunarla.

Volvieron a dar la señal. Las novias comenzaron a salir y la novia de amarillo se quedó parada, quieta. Se me hizo raro y pensé que podía sentirse mal, que quizás necesitaba ayuda, así que me quedé con ella, sólo le sonreí, le extendí mi mano, y a pesar de ni siquiera recordar haberla visto antes, le dije:

"¿Vamos?, nos está esperando."

Ella me miró unos segundos y después me devolvió la sonrisa, tomó mi mano y avanzamos. Me soltó justo antes de salir, agarrando fuertemente su ramo hecho de rosas amarillas y salimos atravesando las cortinas blancas.

El salón tenía un ambiente tan lindo y romántico. Había muchísima gente, todos esperando el evento y fijándose en las parejas que iban a unir sus vidas. Nuestros novios eran los únicos que estaban esperando obviamente sin pareja. Mis ojos conectaron con los de él, con los de Paulo, mi amor, mi vida, mi futuro esposo, mi amado Paulo.

Sonreí como nunca había sonreído en mi vida, tan ampliamente que me dolían las mejillas. Estaba feliz, no dejaban de sonreír y de mirarlo a los ojos mientras caminaba hacia él. Todo a mi alrededor desaparecía, sólo pensaba en avanzar, seguir caminando hacia su encuentro.

Ya iba a un poco más de la mitad del camino, faltaba tan poco, cuando escucho un sonido horrible a mi derecha, aproximándose con rapidez. Era algo que nunca había escuchado, a pesar de vivir en un territorio de lobos y verlos constantemente desde hacía años. Era como la mezcla entre un grito de rabia intensa con un rugido o gruñido profundo. Volteé a ver, y hacia mí venía un hombre gigante, sin duda un hombre lobo, con ojos intensamente ambarados y brillantes, casi naranjas de tan intensos que se veían.

"¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡ELLA ES MÍA! ¡¿ENTIENDEN?! ¡MÍA!"

...No puede ser.

Esto no podía estar pasando. 

El síndrome de GrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora