Capítulo VII

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Pasó el día que se suponía sería el más feliz de mi vida y llegó la noche más triste de mi existencia.

Después de hablar con Leandro de mis condiciones para irme a su territorio y elegirlo a él por encima de Paulo, desapareció el resto del día.

Llegaba la noche y me sentía incómoda en mi vestido de novia. Quería ducharme pero no tenía ropa limpia para cambiarme, además de que no quería que de pronto él llegara y me encontrara desnuda en la ducha. También tenía hambre, pero ya había vaciado el pequeño minibar de la habitación horas atrás.

Quería comunicarme con mi familia, decirles que estaba bien, saber de Paulo, ver a Alien y tenerla en mis brazos, ducharme y ponerme ropa limpia, dormir en mi cama.

Aunque me calmaba y dejaba de llorar a intervalos, era más el tiempo que me la pasaba llorando y ahora que me sentía nostálgica e incómoda empecé a llorar de nuevo y ya de tanto llorar me dolía la cabeza fuertemente.

Me encontraba de pie en la ventana llorando mi suerte, cuando en ese momento la puerta se abrió, dejando ver al hombre lobo que me había dicho 'mía' mientras caminaba hacia el altar. Se veía mejor, muchísimo mejor, relajado y feliz. Era fácil adivinar el porqué, su cautiva le había dicho que no pelearía con tal de proteger a las personas que amaba y seguro fue a notificarlo a los Alfas. Venía con unas bolsas y sus ojos se encontraron de frente conmigo y me sonrió abiertamente. Definitivamente estaba feliz, pero al verme llorando por milésima vez en el día, su sonrisa cayó un poco. Yo estaba a oscuras, sólo con la luz que entraba por la ventana y entonces, terminando de entrar a la habitación, encendió la luz.

"Perdona mi demora, no quería dejarte sola, pero había cosas que tenía que arreglar. Te traje comida, pero como no sé qué te gusta te traje varias opciones y si no te gusta ninguna, me dices y te traigo algo diferente. También te traje ropa limpia y algunas cosas para que te asees y duermas cómoda."

Puso una de las bolsas sobre una pequeña mesita redonda y blanca que había en una esquina de la habitación y empezó a sacar contenedores de comida, apilándolos uno sobre otro, había varios y con distintos olores de comida, salía humo ligeramente, seguro era comida caliente.

Después puso la otra bolsa, que era más grande, sobre la cama, pero esa no la abrió.

"Come, come todo lo que quieras y después si quieres tomas una ducha y te cambias para que duermas mejor, estoy seguro de que debes estar cansada y ese vestido, aunque te ves hermosa con él, no debe ser muy cómodo, ¿verdad?"

Demasiado hablador para mi gusto. Hacía que mi cabeza doliera aún más y mis oídos zumbaran. Me senté en la cama y agarré el primer contenedor que pude, que al abrirlo, tenía espaguetis boloñesa. Por lo menos algo bueno hoy, esos eran mis favoritos.

Empecé a comer sin decirle nada, sin siquiera mirarlo. ¡Cómo me dolía la cabeza! ¡Y masticar la hacía doler aún más! Pero tenía tanta hambre. Él también agarró uno de los contenedores, se sentó en la única silla de la habitación y lo abrió para empezar a comer.

"Me tocó hamburguesa con triple carne. Me encanta, es de mis favoritas. ¿La quieres? Porque si la quieres puedo comer otra cosa, también la podemos compartir."

De nuevo, demasiado hablador para mi gusto. No quería responderle.

Él suspiró pesadamente, se puso de pie y sacó del bolsillo de su pantalón un frasco de pastillas.

"Come bien y te las tomas, sé que te duele la cabeza desde hace un rato, que va y viene y que ahora es intenso."

"¿Pero cómo...?"

El síndrome de GrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora