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Jeon Jungkook. Busan, Corea del Sur, 2022.

Un pequeño destello de alivio nació en mi pecho cuando la clase finalizó y el profesor salió del salón tras el parloteo incesante de todos los alumnos. Me sobresalté segundos después, sintiendo el calor de la palma ajena sobre mi brazo. Respiré profundo y giré mi cabeza un poco mirando a mi nuevo amigo sonreírme con sus ojos perdidos en una sola línea. Aquel se puso de pies soltando mi brazo e indicándome que lo siguiera. Guardé todas mis cosas rápidamente en mi mochila y lo seguí, mis mejillas se pusieron rojas y mis piernas temblaron como gelatina mientras caminaba detrás suyo hasta el estacionamiento. No entendía porque desde hacía semanas todas estas sensaciones habían nacido en mí. A este paso, pensaba que estaba a punto de enfermarme.

Yo nunca había tenido algún tipo de emociones y sentimientos a menudo. Se me eran difíciles identificarlos y poder comprenderlos en mí mismo. No era un tipo cariñoso o que sonreía todo el tiempo. Yo era un tipo neutro con mi cara de póquer dando miedo en cualquier lugar al que iba. Rudo con tatuajes y músculos por doquier, mi cabello hasta el hombro en un mullet y el piercing en mi labio inferior resaltando. Mi estado de ánimo siempre fue neutral y todas las cosas mayormente no me importaban o llamaban mi atención. Podría considerarme a mí mismo un hombre despreocupado y desinteresado, no tenía muchas anécdotas que contar sobre mí, porque todo era de color gris en mi vida.

Solitario.

Aburrido.

Hasta que lo conocí a él.

—¿Vamos? —me preguntó mi nuevo amigo en cuanto ambos tomamos nuestras bicicletas y comenzamos a pedalear.

—Sí —le respondí. Aquel soltó una carcajada ante mi gesto neutral y negó con la cabeza.

—Algún día veré tu rostro sin arrugar las cejas, ¿cómo te verás sonriendo?

—No lo sé. Nunca me he visto así.

Riendo, el pelinegro comenzó a pedalear y yo imité su acto mirando su espalda delgada. Pedaleamos juntos hasta la costa. Faltaba media hora para la puesta del sol y las gaviotas volaron arriba de nosotros, como si ellas también quisieran acompañarnos para ver el atardecer.

Cuando llegamos al mar, estacionamos nuestras bicicletas a un costado y caminamos a través de las rocas del rompe olas hasta escalar hacia la más grande y sentarnos allí. Tan pronto me senté, saqué el paquete de cigarrillos y comencé a fumar. Solté el humo con un suspiro, dejando al viento golpear mi rostro y aprecié la vista al cielo. Escuché a mi nuevo amigo soltar una risa y sentarse a mi lado mientras le sacaba fotos al mar con su teléfono.

Él siempre reía.

Él siempre sonreía.

Y la combinación de su sonido con las olas golpeando en las rocas, era una sinfonía para las nubes naranjas arriba de nosotros.

Hasta el día de hoy, yo no podía entender como una persona tan brillante y risueña como él podía estar al lado de un hombre tan aburrido e inútil como yo todo el tiempo. Sí, todo el tiempo.

Dándole una calada al cigarrillo y mirando hacia el horizonte, pensé en como extrañaría todo esto cuando se terminara para siempre. Como lo extrañaría, a él. Una incomodidad nació en mi vientre y amortigüé el dolor fumando. No era momento de pensar en eso, pero era imposible no hacerlo cuando los días terminaban rápido y el año estaba a punto de acabarse. Agradecía que mi amigo había llegado a conocerme tan bien, que no hacía falta decirle que pensaba respecto a esto. Aunque por ahí, yo me sentía inútil al no poder expresarme correctamente y todo lo que hacía era ponerme triste y fumar.

Butt • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora