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Días después nos encontrábamos en la misma banca en el parque, él sentadocontándome como se veía todo y yo a su lado escuchándolo con atención, o al menos eso intentaba

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Días después nos encontrábamos en la misma banca en el parque, él sentado
contándome como se veía todo y yo a su lado escuchándolo con atención, o al menos eso intentaba.

Durante estos días debo admitir que me he divertido mucho. Rodrigo es una persona muy fascinante y extrovertida, siempre está haciéndome reír con algún comentario o sonreir por la forma tan divertida en la que cuenta las cosas.

Siempre trae unas galletas y acostumbramos a compartirlas, claro está que yo le había
pedido a mi madre que me comprara algunas cosas para compartir también, no quería quedar como un aprovechado o mal educado; así que traía algunas papas o algo así y compartíamos eso también.

Sobre mi madre, ya había arreglado el problema con ella y me disculpé por tomarlo de esa forma, sabía que ella solo se preocupaba por mí y quería lo mejor, claro que ella también se disculpó y todo acabó con una deliciosa cena familiar en el restaurante italiano de la ciudad.

Hablamos un poco cuando, no sé como, llegamos al tema de las cosas que habíamos
hecho durante toda nuestra vida, donde me enteré que él había terminado la escuela
secundaria igual que yo y ahora se preparaba para ir a la universidad a estudiar psicología, que había asistido a clases particulares de canto y que en sus tiempos libres le gustaba presentarse en la cafetería de su tío en el centro de la ciudad.

Yo le conté como había aprendido a caminar por mi casa sin la necesidad de un bastón y el como pude lograr terminar la escuela logrando resistir todas las atrocidades que hacían muchos alumnos en mi contra.

Él pareció meditar después de terminar mis relatos durante unos segundos, cuando sentí como sujetó mi mano con fuerza y me hizo levantar del lugar, pasándome el bastón.

—¿A dónde vamos? —pregunté.

Por ahí. Voy a mostrarte las maravillas del parque.

—Pero no puedo ver, Rodrigo —le recordé, como si a él se le hubiese olvidado por completo mi estado.

Lo sé.

—¿Entonces?

—Ya verás.

Y sin decir nada más, se aferró de nuevo a mi mano y me guió por el parque.

[•••]

—¿Dónde estamos? —le pregunté, cuando el silencio y la calma nos invadieron lo
completo. Y habría olvidado que él estaba a mi lado, de no ser por el suave tacto de su
mano sobre la mía recordándomelo.

Ya no se escuchaba el sonido de los patos al graznar o el sonido de el agua cuando éstos
chapoteaban sobre ella. Ahora solo se escuchaba el sonido de las hojas de los árboles chocando entre sí y un profundo silencio de fondo.

Rodrigo rió y me guió unos pasos adelante, cuando empecé a escuchar el crujir de las hojas y la tierra bajo mis zapatos, y supe que ya no estábamos dentro de la senda peatonal.

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