Epílogo

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Unos años después

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Unos años después...

—¡Papá! ¡Papá! —una pequeña castaña corría alegremente por la casa en busca de su padre. Llevaba consigo un oso de peluche y una sonrisa radiante adornada su rostro.

Bajó corriendo las escaleras, ignorando el hecho de que a su ladre no le gustaba que lo hiciera porque podría salir lastimada, y al mismo paso llegó hasta la sala, donde un castaño más grande se encontraba sentado en el sofá.

¿Papá?

—¿Bella? —pregunté—. ¿Qué haces despierta a esta hora?

Mi pequeña empezó a hablar pero no pude escucharle. Era algo que hacía a pesar de los años. No había perdido la costumbre. 

Ella es Bella buhajeruk Carrera, la luz de mis ojos, y el fruto del amor entre Rodri y yo.

Bueno, sé que ambos somos hombres y técnicamente no podemos engendrar un hijo, pero eso no quiere decir que no la amemos con todo nuestro corazón.

Hace algunos años —poco después de casarnos— ambos decidimos adoptar a una pequeña pero adorable bebé de dos meses de edad a la que llamamos "Bella". Los encargados nos dijeron que su madre la había dejado allí porque no podía —y no quería— cuidar de ella, le había parecido una aberración y aunque aceptó tenerla, realmente jamás quiso que eso pasara. Rodri y yo nos apenamos de inmediato preguntándonos, ¿Por qué las personas eran así? Ella era una pobre bebé que no tenía culpa de las acciones irresponsables de sus mayores. Solo necesitaba amor y cariño, comprensión, una madre o un padre —dos madres o dos padres también era una opción—, alguien que la protegiera, que la cuidara y le dijera que todo iba a estar bien. Les preguntamos si nos dejarían verla y en cuanto la llevaron con nosotros, mi esposo —porque en ese momento ya lo era— se había enamorado de ella y juro que casi llora de la felicidad, inclusive trató de convencerme con frases como que se parecía mucho a mí y así sería todo más real —aunque realmente no lo necesitaba porque yo había decidido que sería nuestra hija en cuanto la vi—. Al principio me pareció extraño, pero a medida que pasaba el tiempo me di cuenta de que realmente se parecía a mí, y no solo físicamente.

Aunque claro, tenía algunas expresiones faciales y gestos que se parecían mucho a los que Rodri hacía, y ciertamente me recordaba mucho a él.

Actualmente no me arrepentía de haber tomado esa decisión junto a mi esposo, ya que ahora teníamos una pequeña princesa más en nuestro castillo de amor.

—¿Papá?, ¿Estás escuchándome? —la voz de mi pequeña me sacó del trance y dirigí mi vista hacia ella. Brindándole una gran sonrisa cuando se acercó.

Sí, lo hacía.

—¿Sí?, ¿Y qué dije?

¿Dije que se parecía a mí? Olvídenlo. Eso lo sacó de Rodri.

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